«Y es que las más puras emociones del alma diríase que están fuera del tiempo y del espacio. Al penetrar en el parque se nos olvidó el tiempo. Bordeando los árboles del parque están las últimas barracas de la feria. Un tiovivo que no da vueltas, una ola sin carcajadas, un tiro al blanco con dos o tres estudiantes. Y en el fondo de una caseta un gramófono que tiene miedo de sonar porque el silencio es ancho y su voz llegaría más lejos. Por eso apenas se oye, lejano y apagado como si estuviera en un estuche con las paredes de algodón…». Este fragmento pertenece a Otoño en los jardines, obra de Francisco Javier Martín Abril y mereció el premio Mariano de Cavia (1941). Un inspiradísimo poeta, de estilo impecable y fino espíritu de observación.
Comenzar con Martín Abril no es asunto baladí. Muchos desconocen que, además de gran escritor, era abuelo de quien protagoniza esta agradable charla, el actor Diego Martín. A Diego le recordarán por el personaje de Carlos en Aquí no hay quien viva pero súmenle en su haber más aciertos como Los misterios de Laura, Velvet, El ministerio del tiempo; en teatro, La Venus de las pieles y en cine Días de fútbol, REC: Génesis, Si yo fuera rico, Un novio para mi mujer, entre otros.
Me fascina que ese fino espíritu de observación y de interés por las cosas que le rodean, desde la decoración a la pintura o la literatura, le llegue heredado de su abuelo, Martín Abril, y del poeta Jorge Guillén, del que también atesora consanguineidad. Por otra parte, no podía vivir en otro lugar que Francia, tras cuyos museos, arquitectura, ventanales, calles, moda, se ensanchan las fronteras del arte. De Francia, le gusta que leer está instaurado a todos los niveles, independientemente del nivel social y de las ideas políticas. «España hay un poco de miedo a decirlo porque parece que vas de alternativo», le contaba a Charo Lagares. Una vez en un rodaje una actriz, al verle con un libro, le dijo, «para hacerte el interesante, ¿eh?».
Hoy, en un tiempo en que la gente regala su privacidad, precisamente charlamos sobre los diarios, la «literatura del yo» porque, «hay algo natural en plasmar lo que uno vive, como mecanismo de pensamiento, porque las cosas al expresarlas por escrito se revelan, surgen y se ordenan, y existen de esa manera, pero también son, por supuesto, una manera de fijar el paso de los días, de acercamiento inmediato a lo que mañana será memoria».
Lo que nos trae hoy aquí es la «literatura del yo». Paradójicamente, frente a su profesión de actor que tanto exponen frente a las cámaras, su norma es una vida personal más bien discreta… Es toda una elección personal que dice mucho de su personalidad para los tiempos que vivimos…
Diría que hay una parte más inconsciente, de pudor que ya llevo incorporado, de valorar la discreción y lo privado, y otra que sí estaría más originada en intentar preservarse algo de esta locura de vitrina y retransmisión de la vida en la que se ha convertido el mundo. A fortiori, dedicándome a lo que me dedico, puede que sea un contrapeso conveniente.
Pero tampoco nos engañemos, es una postura como cualquier otra, tengo un perfil y vendo una «imagen», también es una herramienta profesional, y aunque es cierto que trato de presentarla con unas normas, unos límites y un gusto e intereses que, evidentemente, son los míos, no deja de ser un escaparate del que es difícil de estar al margen.
Entrando ya en los diarios, la verdad es que el misterio del «yo» es fascinante y materia inagotable de escritura, tanto en guiones como en libros, ¿por qué cree que existen estos escritores de diarios confesando incluso, en ocasiones, sus secretos más inconfesables?
Supongo que tiene que ver con el manejo del primer material disponible que tiene un escritor, que es él mismo, lo que vive, los días y sus aconteceres. El primer personaje, que, por otro lado, puede ser tan imaginario o ficticio como los demás, quizá sea el escritor mismo. Hay una inclinación al diario que en muchos casos se expresa desde la infancia, hay algo natural en plasmar lo que uno vive, como mecanismo de pensamiento, porque las cosas al expresarlas por escrito se revelan, surgen y se ordenan, y existen de esa manera, pero también son, por supuesto, una manera de fijar el paso de los días, de acercamiento inmediato a lo que mañana será memoria. Y además cabe todo: la confesión, la revelación de secretos, la revancha, el ajuste de cuentas, los deseos, las frustraciones, la visión del mundo, pero también un cajón de sastre en el que pueden darse cita los detalles más nimios y cotidianos, informaciones prácticas o recuentos de viajes, gentes o comidas, da igual.
¿Leer diarios, correspondencias, biografías, no tiene algo de voyeur? ¿No cree que el placer a la hora de leerlos provenga de lo que allí se nos descubre a través de pequeños detalles, a veces grietas, por las que asomamos nuestra nariz para husmear sobre el autor?
En lo que a mí respecta, hay, indudablemente, algo de voyeur, y mi acercamiento a los diarios tiene que ver con la excitación que produce sentir que estamos cerca de algún tipo de verdad, de intimidad más revelada, de leer secretos que no estuvieran destinados a ser leídos, sin los disfraces de la ficción, que esa voz del diario es una voz más próxima a la persona y despojada -un poco-del «oficio» de escritor, de los andamiajes de su obra de ficción. Esto es absurdo, claro, porque un diario puede ser tan mentiroso, tan ficticio, tramposo y elaborado como cualquier otra obra, pero asumimos que hay ahí una puerta, un resquicio por el que se nos deja mirar, que no es el habitual.
Para mí, que soy además muy fetichista, es parecido a visitar las casas de los escritores, de los pintores, ver los objetos, la vida personal, la ropa…nada tan fascinante como ver la mesa de trabajo de un escritor, su guardarropía, lo que veía por la ventana cada día…soy sensible a todas esas cosas, qué le vamos a hacer, le doy una mística y una vida a los objetos y nada me excita más que oír que un estudio está exactamente como el artista lo dejó, poco importa que sea cierto o no, y esté museizado o no. Hay una magia ahí. Es una convención, pero de alguna manera, nos sentimos espiando la conversación prohibida de los adultos desde el pasillo, cuando deberíamos estar en la cama.
¿Qué cree que nos lleva a leer/escribir un diario cuando precisamente vivimos rodeados de tanta tecnología con la que perpetuamos para la eternidad momentos, paisajes, con teléfonos móviles, micrófonos… y, como le digo, nos empeñamos en escribir y leer en plan amanuenses de antaño…?
Toda la tecnología y los aparatos que nos rodean son partícipes de esta paradoja que hace que multipliquemos hasta el infinito la información, las imágenes, los viajes, las series, las fotos, los textos, los posts, los tweets (cortitos), la vida de los otros, más mensajes, películas, selfies, comidas, fotos de comidas, memes, alertas, juegos, estímulos permanentes que nos saturan e insensibilizan por puro atracón, y al mismo tiempo nada de todas estas cosas perdure. La cantidad y velocidad de información que consumimos, que tengamos nueve millones de fotos de este mes, es de alguna manera, como no tener ninguna, porque no las digerimos y porque mañana habrá otros tantos millones de fotos nuevas, caducas ya antes de que se conviertan en memoria.
La literatura y los libros pueden ser una pequeña escapatoria a eso, pero tampoco nos pongamos estupendos, hablamos de minorías y casi de clubs de iniciados, o de resistentes, y tan sólo espero que el mundo de hoy no destruya la capacidad que tenía el ser humano no ya de almacenar y aprovechar un conocimiento, sino de tener la capacidad de concentración suficiente para leer un libro o ver una película sin que el cerebro busque quince estímulos simultáneos y tenga que pasar a otra cosa
Andrés Trapiello reconoce, citando a Goethe en Poesía y verdad, que «la vida real pierde a veces de tal modo su brillo, que es preciso animarla con el colorido de la ficción»…
Que la vida real es, a veces, difícil de distinguir de la ficción. No sé muy bien qué es la vida real, de todas formas, porque para mí son tan reales, si no más, las cosas aprendidas o «vividas» en los libros, o en las películas, en el arte en general, que la vida real. La representación también es real y la vida real no deja de ser una representación. Estoy un tanto perdido, lo reconozco.
¿Es usted más de esas clases de diarios que no constatan tanto los días, «pero sí dejo los años y que el lector aprecie cómo van pasando las estaciones», como Marcos Ordoñez decía en Una cierta edad, o más de diarios más íntimos, más profundos?
Soy de todo tipo de diarios, desde los que nos dejan ver las estaciones como dice el gran Marcos Ordóñez, a los que, de repente, en un 5 de marzo cualquiera parecen soltarte un tomo de En busca del tiempo perdido, pasando por los que consignan lo más íntimo, lo más cotidiano, y a veces la nada. Hay una entrada del diario del Duque de Windsor que me entusiasma; creo que dice algo así como «hoy Wallis se compró un sombrero». Nada más. Difícil superar esta expresión de lo insustancial y el absurdo de la existencia (risas).
¿Considera que la primera premisa de un diario sería no aburrir? Se lo digo porque llama la atención la querencia que tenemos a leer lo que le pasa al escritor en su vida y cuando nos encontramos con un amigo y le preguntamos «cómo está» muchos temen que se lo cuente. Ya sabe, esa famosa expresión «¿bien o te lo cuento?»
Creo que no aburrir es una premisa indispensable en cualquier obra artística, aunque deberíamos matizar que los umbrales de aburrimiento son subjetivos y van por barrios. Me puede apasionar algo que a cualquier otro le sume en abismos de indiferencia. Dicho esto, con los amigos puede pasar parecido.
Dice Miguel Ángel Hernández (Anoxia, El dolor de los demás…) que los libros no son inocuos, que los libros afectan nuestra realidad. Todos, de un modo u otro. ¿Coincide? ¿Le ha pasado esta sensación con algún ejemplar?
Por supuesto. Al menos, los buenos. O los que nos llegan en un momento determinado, pareciendo buscarse mutuamente, como si además de leer nosotros al autor, el autor fuera también capaz de descifrarnos o devolvernos una imagen que, de pronto, nos ilumina zonas de oscuridad. Y es un encuentro de una intimidad siempre sorprendente. Por decir alguno reciente, Ordesa, de Manuel Vilas, me puso del revés.
¿Podría ser que el éxito de los diarios y las biografías sea también porque en tiempos de incertidumbre los puntos de referencia son más necesarios que nunca y el lector busca en el otro encontrarse? ¿Mirarnos en el espejo de los demás nos proporciona ciertas respuestas en otros que también se encontraron con dificultades parecidas?
Desde luego, parece que la «literatura del yo» vive un buen momento, y puede ser que esta época de incertidumbre no sólo sea la del lector sino la de muchos autores, que buscan las mismas respuestas o consuelos indagando en sí mismos. En un diario, no así en unas memorias, uno va descubriendo la forma que tendrá, es una escritura que se va haciendo sin brújula, al filo de la vida, en muchos casos sin la publicación como objetivo. Ese es otro debate, si hay una vocación de buscar un lector, si es completamente posible escribir sin pensar que alguien lo leerá algún día.
Por otra parte, dicen que escribir y leer diarios tiene algo de terapéutico. Decía Fernando Marías en La isla del padre que contar es cerrar… ¿La escritura y lectura de diarios tendría algo de cerrar etapas, heridas…?
Creo poco en los dictados de lo que las cosas deben suponer, y menos en literatura, o en el arte en general. Para muchos es, efectivamente, terapéutico, para otros una manera de abrir heridas, de sembrar tormentas. Para algunos, paseos onanistas, otros cierran etapas o por el contrario les permite abrírselas, enlazar con lo siguiente…pocas reglas, en fin.
Pero hay que aclarar que este género de los diarios no tiene nada que ver con los libros de autoayuda. Vila-Matas citaba una anécdota que le ocurrió con una señora que le decía, «¿y por qué no escribe cosas más bonitas? Y Vila-Matas le aclaró que los escritores no están para cambiar la realidad, ¿qué le parece?
Insisto un poco en la respuesta anterior. Los escritores están para lo que decidan: para no cambiar la realidad, o para intentar cambiarla, para negarla o para crear una alternativa. Hay incluso quien pretende complacer a la señora que busca cosas más bonitas, y quien, desde luego, hará lo posible por no complacerla ni a ella ni a nadie. Y la señora siempre estará en su derecho de cerrar el libro. O de encontrar gozo en las cosas menos bonitas del señor Vila-Matas.
Creo que la poesía no es lo más le atrae, aun teniendo cerca un poeta como era su abuelo Francisco Javier Martín Abril (ensayista, cronista, premio Mariano de Cavia). Y por parte materna, familia de Jorge Guillén. Háblenos sobre ellos…
No, por favor, no sé dónde he podido dejar entrever semejante memez. Lo que sí es cierto es que estoy menos pendiente de lo que se escribe hoy que en otros géneros.
Efectivamente, soy familia de Jorge Guillén, cosa que en mi infancia, llevaba como un blasón, lo cual habla a la vez de cómo han cambiado los tiempos por poder presumir de ser pariente de un poeta, y por otro lado de lo repipi que era como niño.
Sin embargo, la figura que sí me marcó de manera más decisiva fue la de mi abuelo, por cercanía, por maneras de ser y de estar y por haber sido testigo, entonces inconsciente, de la vida íntima de un escritor. Poeta, articulista, hizo también radio, dibujaba maravillosamente, a menudo ilustrando sus poemas, pianista de oído, maravillosamente vestido, discreto y elegante, con pujos de dandismo pero sin pasarse, escritor voluntariamente de ciudad pequeña, hombre melancólico y delicado, fue figura clave de una época y de un Valladolid que ya no existe. Una biblioteca de la ciudad lleva su nombre, que me parece una forma de posteridad bastante hermosa.
Vi su casa en un reportaje de una revista de decoración y la pared aparecía maravillosamente tapizada de libros. Ejemplares que iban desde el teatro, con Shakespeare especialmente destacado, poesía, novela… Háblenos de este amor por la literatura, por el arte en general.
Yo desde luego, no concibo una casa sin libros. Es algo que he mamado, tampoco como una diatriba militante y dogmática, sino que en mi familia, las letras, los libros, saber expresarse, es algo a lo que se le daba mucha importancia pero de manera implícita; simplemente se daba por hecho, era parte del paisaje. Mi memoria, estética y afectiva, está indisolublemente ligada a ellos, pero me doy cuenta también de la importancia que tienen para mí incluso como meros objetos. Ya he dicho que soy bastante fetichista, y establezco una relación cercana y sentimental con los cuadros, las fotos, los objetos, con los muebles y, por supuesto, con los libros que tengo en casa.
¿Qué libros hay en su mesilla de noche?
Muchos. Tengo el defecto de -intentar- leer muchos libros a la vez, unos se imponen, otros van perdiendo fuerza, surge alguno que pide exclusividad y cae del tirón…en fin. El caso es que suelo intentar acabarlos, aunque no pueda con ellos, me siento culpable si no. Ahora mismo están los Cuentos completos de Saki; Voix Off, de Denis Podalydès, una biografía de Christian Bérard y Le voyant d’Étampes, de Abel Quentin.
¿Y ese libro que le gusta, especialmente, tener cerca?
Los libros de Sempé.
¿Qué libros sorprendería a la gente encontrar en su estantería?
Creo que soy más bien previsible, me temo.
¿Cuál es en su opinión la obra literaria más sobrevalorada?
No se me ocurriría declarar públicamente qué obra me parece sobrevalorada. Sobre todo porque tiendo a pensar que a lo mejor no me da el nivel para apreciarle sus virtudes, o que no es el momento de leerlo y que «no eres tú, soy yo».
¿Tiene algún fragmento de novela, teatro o verso favorito?
«Favorito», «elige uno», «dos discos que salvarías», «una película» son expresiones que me causan sudores fríos. Y basta que me lo plantee siquiera para que mi cabeza no sea capaz de recordar no sólo ningún pasaje favorito, sino ningún pasaje.
Tiene la oportunidad de organizar una cena con literatos, artistas, arquitectos… ¿qué tres escritores, artistas, creadores, vivos o muertos, invitaría a su cena?
Me remito a la respuesta anterior, pero bueno, sin pensar demasiado, y sabiendo que habría que hacer cenas a menudo, digamos por ejemplo P. G. Wodehouse, Jardiel Poncela y Sempé. Quizá no soy muy bueno en el arte de invitar y mezclar gente para que la velada sea un éxito.