Vi una referencia a El primer trago de cerveza de Philippe Delerm y, aunque no era de vino, decidí comprarme el libro. Me llegó. Y lo fui leyendo con una admiración creciente. Reconozco que, de vez en cuando, algún giro o hallazgo, me resultaba muy familiar. Pero Platón me ha estragado y lo achaqué a la ἀνάμνησις. Hice mi ficha y todo. Cuando fui a colocar el libro en la biblioteca vi que ya lo tenía. Fue un planchazo, pero me agarré al clavo ardiendo de la esperanza de que al menos no lo hubiera leído cuando lo compré. Lo saqué. Estaba subrayado. Por mí. Casi en los mismos lugares que lo había subrayado ahora.
No os riais que esto no pretende ser una entrada graciosa. Lo he vivido como un drama. Tanto hablar de la memoria, dando dodecalógicas lecciones, para llevarme este mazazo en mis propias narices a la vuelta de la esquina. Sería una estupenda lección de humildad si no me hubiese disparado la hipocondría. ¿Estaré —lo digo en serio— perdiendo la memoria? Menos mal que me acuerdo de aquel verso de Pere Gimferrer que exclamaba: «Si pierdo la memoria, qué pureza» y que alguien le corrigió con más razón que un santo: «Si pierdo la memoria, qué putada». Lo que me consuela no es la putada, que lo es, sino acordarme, aunque tampoco recuerdo quien hizo la sabia corrección…
Que no se me olvide, sin embargo, recomendarles el libro de Delerm. Son unos artículos costumbristas maravillosos, llenos de amor a la vida y a sus detalles más sabrosos. Y recomendarles de paso que miren antes en sus estanterías por si ya lo tienen, ya lo leyeron, ya lo subrayaron y lo consideraron un libro, ay, ay, inolvidable.
