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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Tu sangre en mis venas y tu nombre en mi DNI

 

Esta entrada tendría que haberla escrito ayer, día de nuestro santo, pero se me complicó la cosa. Por suerte, todavía me felicitan algunos, dándome cobertura de octava, y, además, mañana celebra su santo mi padre, fiel a los viejos calendarios.

 

En realidad, tendría que haberla escrito mucho antes, cuando vi una escena de Shtisel que me hizo muchísima gracia (en su aparente intrascendencia). No lo hice porque llevo unos meses que no paro de shtiselear aquí, allá y más aquí. ¿Cuál era? El hijo de Elisheva cuenta con admiración una clase del Rabbí Shtisel y su madre, ya enamoriscada, cree con pudorosa ilusión que se refiere al hijo, cuando en realidad la clase la dio el padre. Yo vi un símbolo de lo mucho que heredamos los hijos y un poco más los que portamos el mismo nombre que nuestros padres. La serie no da puntada sin hilo.

 

Lo recordé una semana más tarde cuando cogí al vuelo la airada conversación de una joven que iba explicándole a otra que ponerle al hijo o a la hija el mismo nombre que sus padres le parecía «puro egocentrismo». Me tuve que morder la lengua. Porque si les das tu nombre, es pura generosidad: entrega o, más bien, regalo. Todo depende de cómo se mire. No dije nada. Ni tampoco lo escribí aquí.

 

Yo, cuando hablo de nuestros nombres, no puedo dejar de acordarme de mi abuela paterna, que tuvo el cuajo de hacer un aparte en la cena de nuestra boda y pedirle con toda solemnidad a Leonor que le prometiese allí mismo que su primer hijo varón se llamaría Enrique. Qué buena es Leonor que lo prometió sonriente en vez de torcer el gesto ante tanto apabullamiento innecesario. Gracias a eso pude escribir la frase mía que prefiero de todas, que es la dedicatoria de la antología Tu sangre en mis venas y que reza: «A Enrique García-Máiquez/ en mi nombre mi padre y mi hijo». ¡Y todavía hay quien me afea que no incluyese en aquella selección ningún poema mío…!

 

Pero ¿qué venía a contar con la excusa —desaprovechada— de mi santo? Casi nada, solamente la enésima equivocación con los nombres superpuestos. El lunes me han invitado a un acto homenaje a don José María Pemán en Cádiz. Uno de los organizadores me escribe y me cuenta que le encantó conocerme cuando nos presentó mi hermana María. No recuerdo nada. Me preocupo muchísimo de mi mala cabeza. Pregunto en el chat familiar. Mi padre confiesa que el caballero le confundió conmigo, pero que sólo se dio cuenta después de quince minutos hablando y que ya le dio vergüenza enderezar el entuerto. Ahora me preocupa que, cuando en el acto de Pemán salga yo a hablar, se levante él gritando: «Fuera, fuera, expulsen a ese impostor».

 

Con todo, si pasara eso, poco pago sería para el privilegio de llevar los nombres de mi padre y mi hijo. Que san Enrique nos proteja.

 

 

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