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Como era mía, tenía olvidada la deuda con Sánchez Dragó. Al escribir mi despedida, me fui dando cuenta de que era inmensa.
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En sus redes, publica Ramón Eder una entrada que le dedicó y vuelvo a reconocer mi deuda. Ese entreveramiento entre vida propia y literatura es exactamente el que quería yo para este «Lo liado y lo leído y viceversa». Véase:
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Confieso que me parece finísima la apostilla de Juan Martínez de las Rivas: «No fue -–no llegó a ser-– el que sabía quién era Ramón Eder. Y ese era el camino bueno». Pero para que conste que no me gusta reírme de nadie y ni siquiera sonreírme de nadie sin hacerlo de mí, confieso que no soy –no he llegado a ser– el que sabe quién es Juan Martínez de las Rivas. Menos mal que eso tiene remedio.