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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Lectura y «Lectura»

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He dado dos lecturas poéticas recientemente, en sendos marcos incomparables. En ambas me ha ocurrido una cosa comparable. Al final se me han acercado algunos asistentes jóvenes y me han dicho prácticamente lo mismo: «Nos encantaría que nos encantase la poesía, pero nos cuesta mucho entrar. Si pudiésemos tenerla como aquí con las explicaciones previas de cada poema, entonces sí que la leeríamos».

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Es verdad que existen bastantes libros explicativos de cómo leer un poema; y también es cierto que para mi formación fueron importantes. Está el de Terry Eagleton, que tiene interés. Rosa Navarro Durán puso su pica en Flandes. Y mi amiga Inmaculada Moreno me recomendó un libro de una poeta americana, creo, que comentaba poemas con tino, aunque he olvidado el nombre. Lázaro Carreter tenía unos comentarios de texto de poemas del siglo de Oro que era ídem molido. Las glosas de Ignacio Arellano a Quevedo son una fuente constante de asombro. Los libros de crítica de Dámaso Alonso en Gredos son cumbres. Y nunca me cansaré de recomendar a Carlos Bousoño y su Teoría de la expresión poética.

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Los jóvenes oyentes no piden, pues, nada estrafalario ni algo por lo que no haya pasado uno antes. Sin embargo, lo que proponen en concreto tiene también su enjundia. Porque no se trata tanto de un comentario de texto filológico o retórico, sino de recoger esa breve introducción que hacemos los poetas a la lectura de un poema. Si uno lo piensa —y lo estoy pensando ahora, como tantas otras cosas, gracias a sus preguntas y comentarios— son un pequeño género en sí. Hay que andarse con tiento con ellos: ni destrozar el clima lírico (ay) con bromas o quitando importancia a los textos por una sobrevenida humildad ni dar tampoco datos que despisten o que no sean necesarios, aunque parezcan circunstanciales. Como decía Gil de Biedma, uno tiene que suplir en la lectura pública la concentración y el silencio del lector en su propio cuarto. Es esa la ayuda. También cuenta el timbre personal, que es la gran ventaja de los recitales.

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A uno de los asistentes a la lectura en Roma se le ocurrió que podría reunir esas explicaciones en un libro, que ése sí que se lo compraría él. El título, desde luego, sólo podría ser Lectura. Y en el prólogo explicaría que era una antología personal como las que uno se hace sobre la marcha cuando lee, con esos breves preámbulos especiales. Quizá lo más parecido en espíritu sería el haibun, esa mezcla de prosa y haiku que se gastan los japoneses y que, a lo tonto, te deja muchas pistas —jamás demasiadas— para emocionarte con un haiku que quizá exento no te diría, ni mucho menos, tanto.

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Me encantaría que en la cubierta tuviese una partitura, por la metáfora. La poesía escrita y a solas es una partitura, que el lector experto sabe interpretar, pero que el lector novel quiere disfrutar con su letra, con su música y hasta con su programa de mano. Lo de la lectura en voz alta por el autor también vendría bien, porque hay entonaciones, ritmos, encabalgamientos y silencios que en la página el poema está silenciosamente pidiendo a gritos. Pero grabándome yo ya no me veo…

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Tampoco me veo mucho en una foto propia. Sin embargo, justo mientras escribía estas notas, uno de los asistentes me ha mandado un robado de la lectura en el patio del Palacio de los Golfines de Abajo (Cáceres) en el acto organizado por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Y lo he visto como una señal.

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