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Rosa Belmonte: «A J.K. Rowling le importa una mierda la cancelación porque ella es millonaria, pero sí hay gente que no habla por miedo»

No es fácil reconocer a la persona tras el columnista. El papel, como el púlpito, aleja una barbaridad. Ahí arriba el oficiante, el que está en el ajo, venid que os cuente; abajo, la grey. En el caso de Rosa Belmonte se diría que el púlpito ha decrecido hasta mesa camilla y que es la persona, tanto como la columnista, quien nos está contando, mira qué gracioso, lo que hemos visto en la tele, lo que pensamos de tal político.

Si uno habla con Rosa Belmonte, además de su acento murciano, nota esa cercanía desenfadada de sus columnas, mordaces, sí, sangrantes a veces, pero nunca crueles. Su estilo ameno, alejado de solemnidades, frívolo, dicen, es inconfundible. Nadie escribe columnas como Rosa Belmonte porque parece que se hubiera dejado el ego en casa y entonces la cosa fluye sin que te enteres.

Junto a Emilia Landaluce, publica su primera novela, La mala víctima (Espasa), donde hay un asesinato y hay una periodista y muchas más cosas que vienen de suyo.

Usted se ha pasado años rechazando publicar. Hace dos años descorchó con Sobre nosotras, sobre nada con Emilia Landaluce. Con ella repite ahora. ¿Qué le ha hecho cambiar de idea? 

Se publican muchos libros, y muchos sin ningún interés, probablemente el mío tampoco lo tenga. Cuando era pequeña escuché a Rosa Montero decir que, cuando escribió su primera novela, ella ya se pasaba el día escribiendo como periodista y cuando llegaba a casa se ponía a escribir; en cambio, decía, «Juan Benet es ingeniero de caminos». Antes no lo entendía, pero ahora sí. Yo me paso el día escribiendo y luego no quieres seguir haciéndolo para un libro. Nosotras, Emilia y yo, decimos que somos muy gandulas, y por eso trabajamos juntas. Tampoco ha sido un esfuerzo brutal porque ha sido a media.

Pero hay un cambio notable de un libro al otro. El primero era un falso libro a cuatro manos, pues en realidad cada una escribía independientemente su parte; ahora, sin embargo, estamos ante una novela unitaria.

Sí, es más complicado. En Sobre nosotras, sobre nada cada una escribía lo suyo y nos leíamos por encima, pero ahora teníamos una trama más o menos amarrada y había que dividirse los capítulos. Luego, evidentemente nos releíamos

¿Se ha resentido la amistad?

No, ningún problema. No creo que nos vayamos a pelear en la vida.

¿De dónde viene esa amistad con Emilia Landaluce?

Aparte de que nos leíamos, bueno, ella más a mí porque yo soy más vieja y escribía antes, creo que fue a partir de que me llamara Federico (Jiménez-Losantos) para la radio. Emilia me dijo que quería conocerme y empezamos a participar en el programa. Luego coincidimos un tiempo trabajando en ABC.

¿Por qué han optado por el thriller como envoltorio para La mala víctima?

Supongo que para probarnos. Queríamos hacer algo que tuviera de todo, aunque no fuese tanto una novela negra sino que se contará otras cosas, que el ambiente tuviera sentido.

La novela transcurre en la costa gaditana. ¿Conocen bien la zona?

Necesitábamos ambientarla efectivamente en un sitio que conociéramos para no meter la pata. La madre de Emilia es de Rota y ella ha veraneado en El Puerto de Santa María toda la vida. Yo lo he frecuentado también de mayor.

¿Qué tipo de lectora es Rosa Belmonte?

Yo no soy una lectora voraz, en el sentido de devorar libros desde pequeña. Sí he leído muchos pero de manera desordenada. Yo digo que soy lectora de Dickens. Como es algo que me gusta, para qué leer otra cosa. En realidad, leo más ensayo que novela.

De su estilo en prensa se destaca el uso del humor, la cercanía y una absoluta falta de miedo a ser tildada de frívola. Podría ser peyorativo según quien lo diga pero hay muchos otros que opinan que la frivolidad es un asunto muy serio.

Absolutamente, lo es. Me llama mucho la atención que Federico García Lorca nunca quiso conocer a Jardiel Poncela. Decía que le parecía un señor cómico. Ese prejuicio no lo entiendo. Lo serio no está reñido con lo humorístico. En prensa muchos pecan de solemnidad. No quiero que todos se pongan a hacer chanzas, está bien que haya de todo, pero la gente se tomo en serio casa cosa…

De dónde le viene esa forma de entender el mundo y, por tanto, el columnismo.

De mi propio carácter y de lo que he leído, lo que me gustaba. Cuando era joven leía a Maruja Torres. Antes El País era un periódico muy divertido, había gente que escribía unas cosas graciosísimas y ahora se toman muy en serio. Las crónicas de verano de Maruja eran muy divertidas y eso era lo que quería hacer yo cuando era joven.

Usted llegó a la prensa de casualidad, desde fuera [Rosa Belmonte fue abogada antes que escritora de periódicos]. ¿Cree que esa trayectoria tiene algo que ver en su estilo?

Es verdad que yo he seguido un camino muy distinto al de la mayoría de quienes escriben columnas porque yo empecé directamente escribiendo columnas, algo que es más normal en los periódicos de provincias, donde escribe el oncólogo, el abogado… Luego he hecho otras cosas, reportaje, crónicas, entrevistas… Pero no he hecho nada distinto al adentrarme en otros géneros.

¿El ego entre columnistas es condición sine qua non?

El ego está en todas las profesiones, en los médicos, en los abogados, en todos sitios; evidentemente el periodismo o el columnismo tienen una visibilidad mayor. Yo conozco mucha gente con mucho ego y también con ninguno. Pero es cierto que en el fondo te estás exhibiendo al escribir.

Y ahora que está tan de moda el columnismo dentro del sector editorial, ¿cómo es que no le ha dado por publicar una recopilación de sus artículos?

Por gandulería, porque tienes que ponerte a recopilar, y luego hay muchas columnas que son impublicables, son muy del momento. Se supone que de eso trata el columnismo, de escribir de la actualidad más que de los árboles, que eso me parece muy bien también, yo lo he hecho.

En La mala víctima se retrata también la transformación del periodismo. Usted no es animal de redacción, pero se habrá formado una idea sobre esa transformación tras tantos años en contacto con los medios.

Nunca he sido muy de redacción, no, siempre he escrito, pero he trabajado desde hace mucho en Murcia, en La Verdad, o para Madrid, en ABC. Yo la primera columna que escribí la llevé en la mano, en un papel, aunque la podría haber mandado por fax; luego las llevaba en un disquete. El cambio en cuestiones técnicas ha sido brutal, pero lo que más ha cambiado está relacionado con el sensacionalismo, que no se ha inventado ahora, claro, la dictadura del click, el neofeudalismo de Google, como lo llama Emilia. En cuanto a las redacciones, ya no son esos sitios ruidosos en los que se fumaba.

Se me ocurre que el puritanismo, wokismo, posmodernismo, llámele como quiera, que ha hecho fortuna estos años, es una bendición para un columnismo como el suyo.

Yo ya estoy harta. El primer día que escribes la palabra woke, bien, pero ya no puedo verlo escrito. Es todo de tal estupidez, te tienes que reír de estas cosas. Cuando lees según que cosas en los periódicos te preguntas: ¿esto será verdad o es una broma? Y es serio. Este puritanismo viene de los sitios del saber, de las universidades americanas, donde a los estudiantes los tratan como clientes y les dan la razón en todas las idioteces. A España no ha llegado la cancelación y a J.K. Rowling le importa una mierda porque ella es millonaria. Pero sí hay gente que no dice lo que debería decir por miedo. Aquí ha pegado sobre todo con el asunto de la Ley Trans, que es lo que ha movido a las cabezas más locas y ves cómo se ha tratado a feministas como Amelia Valcárcel, a Pablo de Lora…

Cerremos con frivolidad, o no. Parece ser que, ahora sí que sí, como la canción de Carolina Durante, desaparece Sálvame. Usted lleva años viendo y escribiendo sobre tele. 

Hace años ya se hacían cosas horribles. Sálvame no es lo más horrible, ha sido un espacio muy creativo en la construcción del relato televisivo centrado en los propios participantes del programa. Parecen actores de radio. Yo no creo que sea telebasura, salvo algunos momentos chungos que ha habido. Creo que les vino muy mal tomarse en serio todo el asunto de Rociíto. El otro día, por ejemplo, tras conocerse el cierre, estaban enseñando a Lidia Lozano a hacerse un currículum vitae. Ese es el espíritu de Sálvame.

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