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10 poetas nacionales que tienes que conocer

Esta lista sirve para que la manden ustedes a sus grupos de WhatsApp, y tengan algo de diversión cultureta. «¡Qué despropósito! ¿Cómo no está Fulanita de Copas? ¿Y Menganito qué pinta en una lista de diez, estando ahí Perenganito? Mis propios amigos, al consultarles, no han estado de acuerdo ninguno, todos proponían listas que no coincidían ni en la mitad de nombres. Pero esto es así: el que escribe esta columna soy yo. Haber estudiao, que decía mi padre.

1. Garcilaso de la Vega

Por traer a España el cadencioso endecasílabo –«eso es prosa», decían– de parte de Petrarca. Por haber escrito algunos de los sonetos más hermosos y perdurables de la lengua castellana. Por haber sublimado su amor cortés por Isabel de Farnesio –como Petrarca con Laura, como Dante con Beatriz–, convertida en Elisa en la…

Égloga I (frag.)

Divina Elisa, pues agora el cielo

con inmortales pies pisas y mides,

y su mudanza ves, estando queda,

¿por qué de mí te olvidas y no pides

que se apresure el tiempo en que este velo

rompa del cuerpo, y verme libre pueda,

y en la tercera rueda,

contigo mano a mano,

busquemos otro llano,

busquemos otros montes y otros ríos,

otros valles floridos y sombríos,

do descansar y siempre pueda verte

ante los ojos míos,

sin miedo y sobresalto de perderte?

2. Lope de Vega

Por ser el «Fénix de los ingenios españoles», de obra tan extensa y exitosa como apasionada y colorida es su biografía. Por haber ganado un concurso bajo el pseudónimo de Tomé de Burguillos, con sonetos escritos a su adorada Juana, lavandera en el Tormes, acaso de los más modernos del Siglo de Oro, y que trascienden los tópicos literarios, cargados de humor e ironía. Por haber sido tan bien interpretado por Víctor Clavijo en El Ministerio del Tiempo.

Encarece su amor para obligar a su dama que lo premie

   Juana, mi amor me tiene en tal estado,

que no os puedo mirar cuando no os veo,

ni escribo, ni manduco, ni paseo,

entretanto que duermo sin cuidado.

   Por no tener dineros, no he comprado,

¡oh amor cruel!, ni manta ni manteo;

tan vivo me derrienga mi deseo,

en la concha de Venus amarrado.

   De Garcilaso es este verso, Juana.

Todos hurtan: paciencia. Yo os lo ofrezco;

mas volviendo a mi amor, dulce tirana,

   tanto en morir y en esperar merezco,

que siento más el verme sin sotana

que cuanto fiero mal por vos padezco.

3. Gustavo Adolfo Bécquer

Por haber hecho que tantos alumnos de bachillerato escribieran sus primeros poemas de amor. Por ser, él solo, el romanticismo poético en España. Por la poesía que hay en la prosa de sus Leyendas. Por la sencilla perfección de sus Rimas. Por haber conseguido la gloria para cualquier poeta: que muchos se sepan sus versos de memoria.

Rima IV

No digáis que, agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira;

podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dó camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

4. Luis Cernuda

Por su poesía limpia, cristalina, triste, evocadora. Por la digna altivez de su vida en el exilio, siempre solitario y ajeno a la esclavitud de las ideologías. Por haber recuperado el verso de Bécquer, «donde habita el olvido», volviéndolo subjuntivo y por ello tan actual: «donde habite el olvido». Por su poema en Las nubes en homenaje a Larra. Por sus poemas en prosa de Ocnos. Por su luminosa madurez mexicana.

A Larra, con unas violetas

Aún se queja su alma vagamente,

El oscuro vacío de su vida.

Más no pueden pesar sobre esa sombra

Algunas violetas,

Y es grato así dejarlas,

Frescas entre la niebla,

Con la alegría de una menuda cosa pura

Que rescatara aquel dolor antiguo.

Quien habla ya a los muertos,

Mudo le hallan los que viven.

Y en este otro silencio, donde el miedo impera,

Recoger esas flores una a una

Breve consuelo ha sido entre los días

Cuya huella sangrienta llevan las espaldas

Por el odio cargadas con una piedra inútil.

Si la muerte apacigua

Tu boca amarga de Dios insatisfecha,

Acepta un don tan leve, sombra sentimental,

En esa paz que bajo tierra te esperaba,

Brotando en hierba, viento y luz silvestres,

El fiel y último encanto de estar solo.

Curado de la vida, por una vez sonríe,

Pálido rostro de pasión y de hastío.

Mira las calles viejas por donde fuiste errante,

El farol azulado que te guiara, carne yerta,

Al regresar del baile o del sucio periódico,

Y las fuentes de mármol entre palmas:

Aguas y hojas, bálsamo del triste.

La tierra ha sido medida por los hombres,

Con sus casas estrechas y matrimonios sórdidos,

Su venenosa opinión pública y sus revoluciones

Más crueles e injustas que las leyes,

Como inmenso bostezo demoníaco;

No hay sitio en ella para el hombre solo,

Hijo desnuda y deslumbrante del divino pensamiento.

Y nuestra gran madrastra, mírala hoy deshecha,

Miserable y aún bella entre las tumbas grises

De los que como tú, nacidos en su estepa,

Vieron mientras vivían morirse la esperanza,

Y gritaron entonces, sumidos por tinieblas,

A hermanos irrisorios que jamás escucharon.

Escribir en España no es llorar, es morir,

Porque muere la inspiración envuelta en humo,

Cuando no va su llama libre en pos del aire.

Así, cuando el amor, el tierno monstruo rubio,

Volvió contra ti mismo tantas ternuras vanas,

Tu mano abrió de un tiro, roja y vasta, la muerte.

Libre y tranquilo quedaste en fin un día,

Aunque tu voz sin ti abrió un dejo indeleble.

Es breve la palabra como el canto de un pájar,

Mas un claro jirón puede prenderse en ella

De embriaguez, pasión, belleza fugitivas,

Y subir, ángel vigía que atestigua del hombre,

Allá hasta la región celeste e impasible.

5. Antonio Machado

Por un patio de Sevilla, y un huerto claro donde madura el limonero. Por los campos de Castilla, y por el cauce del Duero –curva de ballesta a la altura de Soria– y por las galerías del alma en sus soledades. Por su amada Leonor, flor de juventud cortada demasiado pronto. Por su hermano Manuel, igual de buen poeta, y tan distinto. Por su poema «A un olmo seco», prodigio de simbolismo transparente y contenida emoción. Por el último viaje hasta Colliure.

A un olmo seco

  Al olmo viejo, hendido por el rayo

y en su mitad podrido,

con las lluvias de abril y el sol de mayo

algunas hojas verdes le han salido.

  ¡El olmo centenario en la colina

que lame el Duero! Un musgo amarillento

le mancha la corteza blanquecina

al tronco carcomido y polvoriento.

  No será, cual los álamos cantores

que guardan el camino y la ribera,

habitado de pardos ruiseñores.

  Ejército de hormigas en hilera

va trepando por él, y en sus entrañas

urden sus telas grises las arañas.

  Antes que te derribe, olmo del Duero,

con su hacha el leñador, y el carpintero

te convierta en melena de campana,

lanza de carro o yugo de carreta;

antes que rojo en el hogar, mañana,

ardas en alguna mísera caseta,

al borde de un camino;

antes que te descuaje un torbellino

y tronche el soplo de las sierras blancas;

antes que el río hasta la mar te empuje

por valles y barrancas,

olmo, quiero anotar en mi cartera

la gracia de tu rama verdecida.

Mi corazón espera

también, hacia la luz y hacia la vida,

otro milagro de la primavera.

6. Claudio Rodríguez

Por haber volado más alto que sus coetáneos, receptor de una luz pura y redentora. Por haber descubierto que la ebriedad es el estado vocacional del ser humano, y la tristeza es un error. Por haber escrito un libro clásico con diecisiete años, y no haberse repuesto nunca de ello, y aún así habernos dejado algunos muy buenos poemas más. Por su esposa, Clara Miranda, que ha fallecido hace poco, y que inspiró su obra.

Don de la ebriedad

(I)

Siempre la claridad viene del cielo;

es un don: no se halla entre las cosas

sino muy por encima, y las ocupa

haciendo de ello vida y labor propias.

Así amanece el día; así la noche

cierra el gran aposento de sus sombras.

Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados

cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda

los contiene en su amor? ¡Si ya nos llega

y es pronto aún, ya llega a la redonda

a la manera de los vuelos tuyos

y se cierne, y se aleja y, aún remota,

nada hay tan claro como sus impulsos!

Oh, claridad sedienta de una forma,

de una materia para deslumbrarla

quemándose a sí misma al cumplir su obra.

Como yo, como todo lo que espera.

Si tú la luz te la has llevado toda,

¿cómo voy a esperar nada del alba?

Y, sin embargo esto es un don, mi boca

espera, y mi alma espera, y tú me esperas,

ebria persecución, claridad sola

mortal como el abrazo de las hoces,

pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.

7. Miguel d’Ors

Por haber sido maestro de tantos poetas (buenos), incluso de muchos que no lo han leído. Por su depurada técnica, cuya mayor virtud es pasar desapercibida. Por encontrar ocasión para celebrar la belleza en las circunstancias comunes de la vida cotidiana. Por ser transmisor consciente de la mejor tradición literaria. Por saber que el humor es parte fundamental de la vida y, por tanto, de la poesía. Por seguir escribiendo libros estupendos. Por su forma de adjetivar y la lluvia que cae, minuciosa, en algún lugar de su infancia. Por las montañas de Wyoming.

Caballos en la nieve

Que esta página salve aquel momento:

la senda de hojarasca

que sonaba encharcada a nuestro paso

bajo la rumorosa cúpula del hayedo

(ahora aspiro ese aroma fecundo del otoño),

y el remoto fulgor de la nieve temprana:

Okolín y Sayoa. Arriba campas frías

-aquel áspero viento que llegaba de Francia-

con bordas en ruinas. Bajo el gris invernizo,

por un alto helechal con nieve polvorosa

-todo como una foto en blanco y negro-,

repentinos, al trote,

unos caballos de greñudas crines.

Símbolo de otra cosa lejana (y de muy dentro)

que yo desconocía, y desconozco,

los dejo en estos versos. Aunque nunca consiga

saber qué significa un trote de caballos

sacudiendo la nieve de unos helechos negros

8. Amalia Bautista

Por haber llevado el endecasílabo blanco a un grado de sencillez extremo, sin ser nunca banal. Por la emoción que transmite sin aspavientos, con un tono sereno. Por el poderoso simbolismo de muchas de sus imágenes. Por tener finales de poemas que son como flechazos en el pecho.

Vamos a hacer limpieza general

Vamos a hacer limpieza general

y vamos a tirar todas las cosas

que no nos sirven para nada, esas

cosas que ya no utilizamos, esas

otras que no hacen más que coger polvo,

las que evitamos encontrarnos porque

nos traen los recuerdos más amargos,

las que nos hacen daño, ocupan sitio

o no quisimos nunca tener cerca.

Vamos a hacer limpieza general

o, mejor todavía, una mudanza

que nos permita abandonar las cosas

sin tocarlas siquiera, sin mancharnos,

dejándolas donde han estado siempre;

vamos a irnos nosotros, vida mía,

para empezar a acumular de nuevo.

O vamos a prenderle fuego a todo

y a quedarnos en paz, con esa imagen

de las brasas del mundo ante los ojos

y con el corazón deshabitado.

9. Luis Alberto de Cuenca

Por haber levantado el estandarte de la «línea clara», que hizo que la poesía volviera a ser comprensible para el gran público. Por su gran erudición y su amor por la Literatura y por los cómics. Por ser un Cowboy de Medianoche junto a José Luis Garci. Por llevar su nihilismo con gran elegancia y alegría.

El desayuno

Me gustas cuando dices tonterías,

cuando metes la pata, cuando mientes,

cuando te vas de compras con tu madre

y llego tarde al cine por tu culpa.

Me gustas más cuando es mi cumpleaños

y me cubres de besos y de tartas,

o cuando eres feliz y se te nota,

o cuando eres genial con una frase

que lo resume todo, o cuando ríes

(tu risa es una ducha en el infierno),

o cuando me perdonas un olvido.

Pero aún me gustas más, tanto que casi

no puedo resistir lo que me gustas,

cuando, llena de vida, te despiertas

y lo primero que haces es decirme:

«Tengo un hambre feroz esta mañana.

Voy a empezar contigo el desayuno».

10. Jesús Beades

Por ser el más famoso de los poetas del «grupo Númenor». Por haber llevado como una corona de gloria el epíteto de «acólito de Miguel d’Ors». Por su último libro, Resumiendo (antología 2000-2020), que incluye formidables primicias. Por ser uno de los pocos poetas buenos que además es guapo.

Ford Taunus

Mamá tenía libros y más libros

y papá una guitarra.

Yo tenía muñecos y cartones

debajo de una sábana.

En mi casa sonaban rocanroles

y yo tarareaba,

sin darme cuenta, todas las canciones

y no pensaba en nada.

Un coche grande -de segunda mano-

que va hacia la montaña.

Con treinta grados, cintas de cassette,

mi hermano vomitaba.

El coche sube por paisajes húmedos

con pinos y con vacas.

Voy cerrando los ojos, cabeceo

y treinta años pasan.

A veces, cuando todos se han dormido

y está la casa en calma,

me parece que sigo en aquel coche

pero mis padres callan.

¿Cuándo llegamos? digo. Y no contestan.

Sigue el coche su marcha.

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