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Louisa May Alcott: mucho más que Mujercitas.

Sólo el siglo diecinueve en Nueva Inglaterra pudo producir una Louisa May Alcott. Sus padres eran de los que rompían moldes, para bien y para mal; Louisa y sus tres hermanas vivieron por breve tiempo en una comuna donde, según su biógrafa Liz Rosenberg, pasaron verdadera necesidad: “Imaginemos unos hippies de la vieja escuela, que educaban en casa a sus hijas, les permitían toda clase de libertades, pero por otro lado no eran capaces de ocuparse de sus necesidades básicas, hasta el punto de que la familia sobrevivía a veces a base de pan y agua”. Las niñas eran las que trabajaban, enseñando, cosiendo y limpiando, mientras el padre, Bronson Alcott, se dedicaba a la filosofía con sus amigos Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau; la madre, Abigail, fue una de las primeras trabajadoras sociales del país, y dirigía una agencia de empleo para inmigrantes irlandeses. Pertenecían a la corriente trascendentalista, sistema filosófico heredero del calvinismo, el unitaritarismo y los cuáqueros, basado en la idea de la unidad esencial de la creación, la bondad innata de la humanidad y la importancia suprema de la intuición, por encima de la lógica y la experiencia, para el conocimiento de las verdades trascendentales; su admirable ambición es nada menos que la perfección. Aquella estancia, aunque breve (la comuna fracasó enseguida, por la mala cosecha), dio abundante fruto: Fruitlands, una experiencia trascendental; y también Cambios de humor, la primera novela que publicó, en la que la protagonista se embarca en un viaje por el río con su hermano y dos amigos de este, pretendientes rivales que se inspiran en Thoreau y Emerson.

Liz Rosenberg, profesora y poeta, recurre a diarios y cartas para adentrarse en la personalidad de Alcott, una figura sorprendentemente compleja con una extensísima obra literaria: además de la famosa saga de la familia March, escribió más de una docena de obras para lectores jóvenes (algunas serias y otras frívolas), tres ensayos extensos, y Hospital Sketches, su primer éxito literario, versión novelada de las cartas que escribió a su familia durante su tiempo como enfermera en la Guerra de secesión. También de esta época es Un cuento de enfermera. Ese tiempo fue breve, pues a punto estuvo de morir de fiebre tifoidea, y padeció durante toda su vida las secuelas del tratamiento a base de mercurio. Sketches presentaba ya la misma combinación de humor, patetismo y verosimilitud que luego presentarían sus obras más conocidas. Además de sus obras publicadas, escribió un diario durante toda su vida y también innumerables cartas, entre ellas, a los directores de los periódicos, expresando sus firmes convicciones sobre la abolición de la esclavitud y los derechos de las mujeres. Rosenberg describe a Alcott como “volcada en los demás: era una persona que pensaba en la familia y los amigos antes que en sí misma, y ofrecía lo que ganaba sin importarle si era lo poco que le quedaba. Luchó con fiereza por la justicia; creía firmemente en la igualdad de derechos para todos, sin importar la raza, el sexo, la historia familiar ni los ingresos. Es un ser humano modélico, de manera que su historia era y es optimista e inspiradora. Se parece mucho a Jo, ¡pero más simpática!”

Imposible eludir por más tiempo a Jo. Es Mujercitas la obra por la que todo el mundo conoce a Alcott; las cuatro hermanas March son las Alcott, calcadas. Liz, o sea Elizabeth, o sea Beth, murió; May, o sea Amy, fue una pintora destacada y también escribió. Anna, la mayor, se casó con un hombre llamado John. Y Jo, que ambiciona ser escritora, es la propia Louisa, mujer independiente, luchadora, de ideas muy claras. La feminista que no ofende, sino que pelea por lo que quiere y necesita, sin imponérselo a nadie, sin caer en la radicalidad. Hay que decirlo: en siglo y medio, generaciones de mujeres hemos quedado marcadas por haber leído en nuestra más tierna infancia Mujercitas. Nuestro primer llanto literario ha sido por la muerte de Beth; nuestro primer amor literario (anterior al de carne y hueso, y tal vez más inolvidable aún) ha sido Laurie. Nuestra primera heroína ha sido Jo. Nuestro primer afán de buscar más historias ha sido toda la saga March: Buenas esposas o Aquellas mujercitas; Hombrecitos, Los muchachos de Jo. No pudimos conocer una obra descubierta hace pocos años, La herencia, escrita cuando Alcott contaba 17 años: “el libro que escribió Jo”. Generaciones de lectores han deseado leer ese primer romance, insinuado en las páginas de Mujercitas.

Rosenberg descubrió algunas sorpresas mientras investigaba. Entre unas páginas manuscritas originales que guarda la Biblioteca Pública de Concord, encontró una versión primera de Mujercitas que incluía una escena de amor apasionado (dentro de un orden) entre Jo y Laurie. También encontró episodios sorprendentes en la vida de la autora: siendo una adolescente, Louisa ofrecía una serenata a Ralph Waldo Emerson cuando un búho la asustó y salió corriendo; recibió varias propuestas de matrimonio, y otras más repulsivas por parte de su jefe; pasó dos semanas en París con un joven admirador polaco, de nombre Ladislao (tal vez modelo de Laurie).

Recordará quien haya leído Mujercitas que Jo escribe cuentos para un periódico sensacionalista hasta que, por influencia del profesor Bhaer, deja de hacerlo. Louisa se apuntó también a la moda del relato gótico, como por ejemplo en Un Mefistófeles moderno, que publicó anónimamente, Un susurro en la oscuridad (doce cuentos espeluznantes), El cuento del abad o La llave misteriosa y lo que abrió. El mundo rural de Inglaterra parece que se presta más a esta línea, mientras que otros libros más realistas reflejan la vida cotidiana de su entorno americano. Henry James la llamó “la novelista de los niños”; será que no leyó lo que recoge Tres relatos para adultos:  Tras la máscara, La doma del tártaro, Semillas trascendentalistas. Cierto que Alcott escribió también cuentos de fantasía, dedicados a sus sobrinos; parece que los únicos que se pueden encontrar traducidos al español son Sirenitas: Ariel o una leyenda del faro y otros cuentos de criaturas del mar.

Y no tengo más remedio que mencionar otras dos obras queridísimas de Louisa May Alcott, tanto como la saga March: Ocho primos y Rosa en flor, casi imposibles de encontrar en español y urgentemente necesitadas de una traducción nueva y una edición actual. Merecen la pena. Y mientras tanto, los Reyes Magos podrían traer Eight Cousins y Rose in Bloom a alguna niña que lea en inglés. Si no es devoradora de libros aún, garantizo que lo será después de haberlas leído.

Todo estaba en silencio, así que, segura de que la concurrencia estaba arriba, Rosa dio un salto y salió con decisión por la puerta corredera, medio abierta. Ante ella se presentó un espectáculo que la dejó casi sin aliento.

Siete muchachos en fila, de todas las edades y todos los tamaños, todos rubios y con los ojos azules, todos vestidos de escoceses de la cabeza a los pies y todos sonrientes, saludándola al unísono: “Hola, prima, ¿cómo estás?”

Rosa dio un gritito y miró a todas partes, dispuesta a escapar, pues el miedo magnificaba a los siete y la sala parecía llena de chicos. Pero antes de que pudiera salir corriendo, el más alto se adelantó y dijo con agrado: “No te asustes. Es el Clan que viene a recibirte, y yo soy el jefe, Archie, a tu servicio”.

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