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Los diaristas de España

Aunque parezca paradójico, pocas formas literarias hay más universales que la literatura del diario. Se han hecho exhortaciones, peroratas y apologías del ego a través de la palabra, esto es, de la más íntima expresión a través del diario. Hay quien piensa, aún, en-pleno-siglo-veintiuno (sic), que la literatura ha de abrirse, en una huida hacia fuera, en la observación radical de lo ajeno. Esto encuentra su paroxismo en el individualismo, que no deja de ser la negación del yo y la fusión callada en una especie de masa, pero este es otro tema. En el caso de la literatura, la disolución se da a través de la mezcla de temáticas tan universales que versan, en el fondo, de uno mismo. Y por eso las novelas tan leídas resultan terriblemente aburridas, porque hablan, en último término, de su autor.

Aquí no voy a arremeter contra ese arca de Noé de las palabras novelísticas. Pero sí voy a poner en valor un género literario que termina por hablar del mundo desde dentro del mismo, como quien da a luz desde las entrañas, como quien da vida desde sí. Así, encontrarán a continuación algunos diarios que me han gustado, sin especial orden ni coherencia. Desde que Anna Frank escribiera su diario y antes Montaigne hiciera algo parecido, claro que a la francesa, con sus famosos Ensayos, el hombre ha reflexionado sobre sí mismo. Gentes más inteligentes podrán hablarles con más exactitud del ser, pero el yo, el otro y Dios son los clásicos problemas filosóficos que el diario, con toda modestia, ha venido a resolver alegremente.

1. El quadern gris, de Josep Pla

No sabría cómo explicarlo sin mencionar las columnas futbolísticas de Mariano Rajoy. Pero dejémoslo en que es un clásico. De frases cortas y mucha puntuación. De unas descripciones manicomiales. Un diario de lectura sardónica y asombrosa simplicidad, de la sequedad «del whisky». Hay quienes critican la revisión, algo excesiva, de sus diarios, pero El quadern gris es antídoto contra revisionistas. Y con apenas veintiún años nos dejó algunas greguerías–toda la buena prosa es aforizable–para la posteridad: «es mucho más difícil describir que opinar. Infinitamente más. En vista de lo cual todo el mundo opina».

2. Los diarios de Rosa Chacel

Escritora exiliada, viajera empedernida, compañera del abandono, Chacel pronto comenzó a volcar su bullicioso mundo interior en el folio en blanco. Es ella un ejemplo de la escritura antes comentada, nacida de las entrañas, casi como una necesidad. En constante relación con el resto de su obra (especialmente las novelas), Rosa Chacel juega con la palabra en el limbo, difuso, entre ficción y realidad. «Mi adiós a París ha sido el primer adiós de mi vida: probablemente porque es mi primer adiós a la vida». Pues eso.

3. Umbral y Jiménez Lozano, cronistas de un siglo

Si bien Francisco Umbral fue el cronista de la corte madrileña, Jiménez Lozano plasmó en toda su obra la vida de aquello que quedaba fuera de la onfaloscopia mesetaria. El primero, cuya obra es un continuum, difuminó en sus escritos la línea entre realidad y ficción, prosa y verso, narración y reflexión. Umbral es diarista del mundo porque es, a su vez, diarista de sí mismo. Sabiendo que «su libro fundamental es la suma de todos sus libros», como él mismo dijo de Quevedo, en Mortal y rosa vemos un Umbral más íntimo, cuyo desgarro toma la palabra: «Sólo he vivido cinco años de mi vida. Los cinco años que vivió mi hijo. Antes y después, todo ha sido caos y crueldad».

Jiménez Lozano, por su parte, reflexionó sobre la barbarie del progreso e impregnó sus diarios de una «poética de la atención». Su pesimismo, algo castellano, no cuajó más que su aprecio por lo pequeño. Quizás uno de los mejores diaristas de nuestro país, suplicó contra nuestro tiempo: «¡Ojalá que esto de la posmodernidad –tan vaporoso y ligero– no acabe en ‘orden nuevo’!».

4. Los diarios de Andrés Trapiello

Famosos son ya los diarios de Trapiello y cada día se me asemeja más a Churchill en su escritura: sencilla, frenética y abundante. Su Salón de los pasos perdidos, que constituye una obra de diecinueve tomos que suman más de 12.000 páginas, tardó en ser acogido benignamente por el mundo editorial y la crítica. Pero el éxito de Trapiello siempre ha residido en sus lectores, una no tan pequeña tribu de fieles. Hace poco dijo que continuaría hasta morir. «Lo tengo muy claro: esto terminara cuando no pueda más, cuando me muera. Mientras haya vida por vivir seguiré con el empeño».

5. Y un último apéndice: el mejor diarista de España fue, ha sido y será Julio Camba

El escritor gallego es mi favorito y quizás sea el único de quien haya leído toda su obra. Empiecen por donde quieran, continúen por donde consideren oportuno y terminen con lo que les quede. Pero lean todo Camba. Y sobre Camba, la semana que viene más y mejor.

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