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Gonzalo Núñez: «Uno escribe de lo que le falta o lo que añora o lo que le duele»

El amor es un lugar común, y con razón. Qué pedazo de alhaja acaba de regalarnos el periodista y escritor Gonzalo Núñez a los lectores convocados a gozar tal como un hilarante Groucho en una tragicomedia deliciosa sobre los caprichos del amor, a lo Billy Wilder con la dosis justa de cruel ironía o como un Tarzán en la selva con Los búlgaros, que estos días ha llegado a las librerías, editado por Sr. Scott. Reluciente e impecable, si usted no ha tenido la suerte de leerlo aún, no dude en hacerse con un ejemplar tan pronto se le ponga a tiro.

Si le parece que todos los libros de amor van de lo mismo, guarde sus prejuicios en una cajita para otro día. Los búlgaros es adictivo. Este libro es un delicioso disparate que narra sin afectaciones, a veces con una notable mordacidad y otras con una comicidad que aleja el dramatismo. Brilla con esa mezcla de humor ácido y vibrante empañada de desolación soterrada. Porque, ¿a quién no le gusta gozar de esa ilusión plena, que es el enamoramiento, llena de ternura y erotismo y que cuando menos te lo esperas te planta la otra cara de la moneda? Tantos siglos de antigüedad y no hemos conseguido arreglar este disparate. Y mira que lo vemos venir, y sabemos que si hay un problema lo mejor es resolverlo y no salir corriendo antes de que acabe estallándote como una caja de fuegos artificiales…

Lo que nos plantea Gonzalo Núñez, con un dominio absoluto de la imaginación y de la palabra, es una colección de relatos -siete-, unidos por el tema amoroso, con un tono inquietante y un punto divertidamente cruel. ¿Los protagonistas? Bordes, inocentes o entregados, entre besos helados como el hielo; vamos, unos pobres diablos tan a merced de los caprichos del corazón como todo hijo de vecino. El resultado es tan afinado como una gran orquesta.

Núñez te hace sentir parte de ese tinglado porque, si algo es Los búlgaros, es autenticidad. ¿Quién no ha sentido la herida abierta al descubrir que los cánones de la receta romántica eran falsos? Si esto aún les parece poco, está muy bien escrito. Un canto a favor de las letras que oxigenan el panorama literario y al lector, que seguro sabrá apreciarlo y lo bendecirá casi como el aceite nuestro de cada día. Por cierto, aviso a realizadores de cine: más de un relato merece un vistazo cinematográfico, merecen saltar del papel a la pantalla grande.

Aquí de lo que se trata es de arriesgar y gozar por una luz tan oportuna porque «así fue como se hizo el romance, al modo en que se hace la lluvia en los musicales, rápido y sin esfuerzo».

¿Por qué Los búlgaros?

Por casualidad y sonoridad. En el primer relato concebí a un chico solitario que pasa el verano en Madrid y se ilusiona con la visita de unos ladrones búlgaros que ha visto en un «reportaje alarmista de la tele». Por fin tiene algo que lo saque de la rutina. En el segundo cuento, aparece otro búlgaro, un portero de discoteca que existió. Puesto que aparecían en estos dos cuentos, y decidí titular la colección como el primer cuento, Los búlgaros, aproveché para colar «búlgaros» en todos los relatos. Podrían haber sido de otra nacionalidad, pero así salieron. Y me pareció un nombre sonoro y curioso, inesperado para un libro sobre el amor.  

Cuando pensábamos que sobre el amor ya se había dicho todo, llega con estos deliciosos relatos y a aquellos que aman y creen en el amor, los entusiasma más, y a los que no creían tanto los reconcilia con esto tan complicado que es lo de «amar». Está claro que, pasen los años que pasen, no está todo dicho en el amor… Enhorabuena porque ha entusiasmado a los lectores amando… y en estos tiempos no es fácil.

Nunca está todo dicho sobre el amor, la muerte, Dios, la guerra, la soledad… Esos temas cambian con el tiempo, adoptan la forma de su época. Son siempre el mismo y siempre diferentes porque son cuestiones sin resolver. Yo no escribí este libro para aportar nada «nuevo», lo escribí para decírmelo a mi manera y pasear un rato con estos personajes perdidos en un tiempo como el nuestro.   

Los Búlgaros es adictivo. Este libro es un delicioso disparate que narra sin afectaciones, con una notable mordacidad unas veces y otras con una comicidad que aleja el dramatismo. Brilla esa mezcla de humor ácido y vibrante con desolación soterrada…

Me está sorprendiendo que la gente los encuentre tan divertidos porque en mi cabeza son historias muy tristes, lo que no está reñido. Creo que me acerqué a la comicidad y la mordacidad precisamente para que el efecto final fuera más triste. Que un tipo espere en vano a una chica en el pasillo de congelados de un conocido supermercado es divertido y ridículo si sabes contarlo de manera divertida, pero no deja de ser desolador para ese chico. Me gusta que humor y melancolía, ternura y crueldad, cursilería y cinismo se mezclen. La vida es exactamente así, y lo que es importantísimo para uno hace sentir vergüenza ajena a otro. En el fondo, estos cuentos son una parodia de mi necesidad de autocompasión.      

Adoro, sobre todo, aquellos relatos que parecen hilvanados con un hilo invisible y no ves venir la explosión, vamos, como la vida. Ese juego entre apariencia y verdad; la ironía y el desasosiego y ese punto divertidamente cruel es brutal.

Enlazando con lo anterior, creo que hay una necesidad masoquista de hacer fracasar a estos tipos. En el fondo, son personas muy poco realistas, están sentenciados por su gran capacidad de imaginación. En el primer relato incluso la imaginación salta del protagonista a todo el contexto. Toda la colección es muy fantasiosa, pero con una sensación de realismo, de que ahí no se está contando nada que no hayamos vivido todos.     

¿Qué relato / personaje le ha enganchado más y más le enamoró mientras lo escribía?

Me gustan todos en mayor o menor medida. De algunos estaba menos seguro y a otros les cogí algo de manía. No puedo negar que el primero, que da nombre a la colección, es el que siento más cercano, tal vez por su romanticismo exaltado y a la vez su patetismo.   

¿Por qué esa necesidad de escribir sobre el amor?

Yo no he combatido en países lejanos ni he sido marino mercante ni he sobrevivido a cinco operaciones. Mi vida es corriente y aburrida y la única épica que conozco es la de encontrar a la persona adecuada en el momento justo. Por eso escribo de amor. O quizás porque nunca he logrado estabilidad.

Uno escribe de lo que le falta o lo que añora o lo que le duele. También me interesan otras cosas y tengo escritos de otros asuntos, pero el amor me atrae y me inquieta. Habrá quien lo considere frívolo, pero yo lo veo apasionante en una época en la que todo se está reformulando. A través de estos cuentos he descubierto también el desfase entre el romanticismo clásico al que algunos nos aferramos y las ideas de desapego del mundo contemporáneo. Eso genera mucha neurosis y mucha insatisfacción en la gente.   

¿En qué se convertiría nuestra vida si lo primordial no fuese amar y querer a los demás?

El amor es tender al otro o a lo otro. Hay quien ama a una persona, a Dios, la literatura de Dostoyevski o el gimnasio. Para que haya amor tiene que haber atención, como decía Simone Weil. Y añado que dedicación. Sea lo que sea, pero es amor si lo eliges y te dedicas a ello con voluntad de que perdure y con la necesidad de que sea real. Otra cosa es que luego dure, pero incluso en el amor de pareja me he encontrado gente que asume de entrada que nada dura, y ese es el drama del amor moderno. Ya sabemos que nada dura, pero ¿qué vas a hacer para que dure? Si matamos los ideales, no mejoramos el amor, sólo matamos los ideales. Eso se está viendo y por eso el amor es ya una industria del entretenimiento. Nada dura porque hemos asumido que nada dura y nos hemos acomodado a «scrollear» por la vida, que es mucho más fácil y gratificante a corto plazo.     

También es cierto que el amor de pareja, aunque a veces sale bien, la mayoría sale mal ¿¡pero qué sería de la literatura sin los amores fallidos!? Si no conociéramos el amor, nos «cargaríamos» la mitad de la literatura universal, el cine… 

El otro día dije en una entrevista que «el amor feliz no es nada literario». Me sentí mal, pero es así. Y es así porque la literatura es un bar de fracasados, rencorosos, inconformistas y desubicados. Nadie que sea feliz, que viva conforme con su vida, se mete a escribir. Por lo mismo, nadie escribe sobre lo perfecto y parece que, como no hay literatura «feliz», lo feliz no es literario ni es deseable. Curiosamente, la gente quiere vivir de manera literaria, es decir, ser desgraciado. Y eso ha calado también en el amor. Todas quieren ser Annie Ernaux y vivir devastadas y todos quieren ser personajes de Javier Marías y amar a una mujer que puede matarlos. Está claro que habría que prohibir la literatura.  

Es una maravilla que el hombre y la mujer seamos tan diferentes. Por cierto, ¿sabemos amarnos? Me refiero también a que se trata de amar generosamente e incluso sin esperar nada a cambio…

Creo que lo peor que le ha pasado al amor es que lo hayan convertido en una cuestión comercial. El amor es interés, sin duda: en otra persona, en lo que esa persona puede aportarnos, en lo que vamos a sentir o disfrutar dándonos a otra persona. Pero no es provecho. Y, desgraciadamente, hoy se piensan las relaciones como intercambios de bolsa. Todo lo que no sea un beneficio directo y evidente se considera casi que tóxico. Por eso todo acaba tan pronto, en cuanto decae la dopamina no sabemos qué hacer con el amor, ya no nos «renta». No puede haber generosidad ni profundidad a la larga en una sociedad en la que nos dicen que «primero tú, quiérete, no dependas de nadie, fluye, sé libre, elígelo todo». Es muy fácil mirar con condescendencia a nuestros abuelos, pero ¿qué propones tú? ¿Realmente crees que tu forma de amar es más honesta y limpia que la de ellos?

Hoy, la tendencia es vivir relaciones cada vez más fugaces, ¿qué papel juega nuestro actual modelo de sociedad en las relaciones amorosas?

Un papel fundamental. Las relaciones están cortadas por las ideas de cada tiempo. El nuestro es el del scroll infinito, la falta de atención, la insatisfacción inmediata, la búsqueda constante, la compulsividad. Una sociedad en la que la gran cantidad de opciones diluye la elección y la profundidad. Eso va determinando una forma de relacionarse en la que nos comprometemos a medias y conservamos siempre el derecho de tanteo sobre todo lo demás.  

¿Qué es lo más importante que ha aprendido del amor?

Creo que no he aprendido mucho. Hay gente que piensa que yo sé algo del amor porque he escrito algunas cosas sobre el amor, y es justo lo contrario, escribo porque no sé nada. Sé algo más del fracaso del amor, a fuerza de vivirlo. Pero no sé cómo es estar con una persona, la misma persona, a lo largo de 20 años, por ejemplo. Los jóvenes creen que se aprende a amar a base de tener muchos amores, de «coger experiencia», pero así solo aprendes cómo es el ciclo del amor. Desde luego suena más entretenido que estar con la misma persona 20 años, pero no me engañes ni te engañes: no sé construyen puentes hacia el vacío, decía Zygmunt Bauman.  

¿Y con la rutina y el desamor qué se hace?

Conllevarlos y dejar que sucedan con un propósito. La rutina puede matar al amor, pero hoy en día lo raro es que el amor llegue incluso a la rutina. No nos damos la oportunidad de aprender a aburrirnos con otra persona, consideramos que aburrirse no puede ser amor porque el amor es únicamente la descarga de adrenalina. Respecto al desamor, lo más honesto que puede hacerse es vivirlo con intensidad. Vamos hacia un mundo en el que como nada importa y todo fluye, tampoco hay que sufrir. No digo que sea sano sufrir por amor, pero vivir anestesiados es vivir de mentira. Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor, decía Faulkner.      

Y su amor por la literatura, ¿qué  debe a los libros?

No me puedo imaginar sin libros. Y no sé si eso es bueno. La literatura, si se la toma en serio, puede ser una enfermedad, y a mí no me gusta vivir enfermo. Lo único que sé es que yo caí en los libros, en la imaginación, hace mucho y eso me ha condicionado y no estoy seguro de que haya sido para bien. Por eso me hace gracia ese coaching de los libros como algo sanador. Depende. Mira a Alonso Quijano, está claro que es un tipo enternecedor, pero está colgado y si te tocara al lado en el asiento del metro, te bajarías en la primera parada. La imaginación es un don pero también un peligro. En estos cuentos se habla de eso también.   

¿Se imagina sin amor?

No, pero a veces no es posible tenerlo y hay que asumirlo con naturalidad y sin esas proclamas de «soy feliz conmigo mismo» que a veces esconde un gran histerismo. La soledad, la falta de amor o la tristeza también son experiencias legítimas. Estar enamorado es una mierda porque es como hacer piruetas al borde del precipicio, basta que el otro haga un mal gesto para que caigas al abismo; pero vivir sin amor es un rollo, sabes que nadie te puede joder la vida de manera inminente, pero te estás perdiendo las vistas desde el precipicio. Si me preguntas, te diré que añoro el olor a Napalm por las mañanas.

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