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Salgo para llevar a Carmen a clases de costuras. Ya en la puerta, caigo que no llevo el móvil y digo: «Ay, el teléfono. Espera que lo coja que yo sin el móvil no soy yo». Y Carmen, sin subir la voz, sin recriminarme nada, con la frialdad científica de la que constata un hecho evidente, ha dicho: «Con el móvil, eres menos tú».
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Como diría don Manuel Machado: «A todos nos han cantao/ en una noche de juerga/ coplas que nos han matao».
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Matado quizá no, pero herido, seguro. Y, con todo, me ha gustado el tono de la precisa advertencia. Al fin y al cabo, me identifica con una atención, que es lo que pierdo con el aparato; atención a ella, claro, y también a todo lo que me circunda. Esa importancia de la atención la señaló proféticamente, antes de los smartphones, Simone Weil, que la hacía hermana de la oración. Últimamente la ha defendido José Luis Trullo con acentos que me importan mucho: «La atención, cuando se afila, es una herramienta de conservación».
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He salido sin móvil y, no sé si más, creo que sí, pero, desde luego, menos yo no he sido.
