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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Tenemos vallas

Qué grandes son los principios generales del Derecho. El miércoles tuve que aplicar un «Prior in tempore, potior in iure» como una casa. Una amiga mía elegantísima nos invitó a almorzar en su casa, y mi mujer estaba encantada, y se lo contó a su madre. Pero mi padre había organizado una comida con Antonio, el jardinero de nuestra casa durante cincuenta años. Todos los hermanos íbamos a darle una placa conmemorativa. Se retira. Yo había confirmado que iría. Fui. Una cosa es ser un snob y otra un salvaje.

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Antonio ha cumplido 85 años. Cuando algún amigo suyo le dice que está deseando morirse, le dice: «Pues regálame los años que te quedan». Le gusta esta vida. Mi padre, naturalmente, le dijo enseguida que en la otra se estará mejor. «Más vale malo conocido», replica.

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Comemos en el Real Club Náutico, a la orilla del Guadalete, río del olvido, Leteo. Le pregunta algún hermano: «¿Te bañabas en el río, Antonio?». «Una vez me bañé». Qué maravilla: «Una vez». Recuerdo uno de mis refranes icónicos: «Pescador que pesca un pez/ pescador es». Otro pregunta: «¿Y tú, papá?». «Sí, sí, pusieron un trampolín y de allí saltábamos… Los gamberretes saltaban desde el puente de hierro de San Cristóbal». Y Antonio y mi padre recuerdan que aquello era una locura, que saltaban desde los arcos de hierro, hasta que un muchacho se mató, y lo prohibieron. Estaban unidos, 70 años después, en la admiración de aquellos saltos y en el pasmo del accidente.

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El padre de Antonio tenía una pequeña finca, en la que él aún vive, y sus hermanos y sus hijos, pues han ido parcelando el terreno, que ya está prácticamente en la ciudad. Nosotros hemos ido allí alguna vez. Qué importante es la propiedad.

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Cría patos. Me va a regalar una collera de ánades reales.

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En su infancia trabajó de lo lindo. Llevaban en burros —cargadas las bestias hasta los topes y ellos andando— los productos de su campo y los llevaban a Jerez a venderlos. Eran tres horas de camino de ida y tres de vuelta. Cuando llegaban, todavía había algo que recoger en el campo. Cuando sus hijos le dicen que deje de trabajar, contesta: «¿Trabajar? Si ahora no hago en un mes lo que entonces hacía en un día…»

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Deja de trabajar porque tiene cataratas y no le han dejado renovar el carnet de la moto. Que si no, de qué. Con carnet de moto, él seguía. Cuando entró en casa no tenía novia, ahora es abuelo de adolescentes, pero él seguiría viniendo.

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Mi hermano Nico, cuando era un niño, le pedía la moto para darse una vuelta por ahí, y él se la dejaba. La moto tenía unas grandes alforjas detrás, como si fuese un burro. Mi madre salía de la casa a reñirles a Antonio y a Nicolás, preocupada por la moto de Antonio. Está orgulloso de que sea la misma moto de entonces (¡cincuenta años!) la que tiene, y ¡qué bien va! La coge ahora dentro de su campo. No ha sacado las herramientas de las alforjas porque allí están en su sitio.

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Usó boina casi todo el tiempo, pero últimamente se pasó a una gorra de beisbol, ay. Mi hermano Jaime me mira y me dice que por qué no usamos boina nosotros. Yo no lo termino de ver claro, por desgracia.

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Hizo la mili en una lancha torpedera en Tarifa. Nos contó historias de temporales que parecían de Stevenson. Se cansó él de contarnos historias marineras, que no nosotros.

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No le gustan los gatos a Antonio. La razón: «Es un animal que no tiene vallas». Mi hermano Nicolás, que me conoce, me mira por si se me ha escapado ese profundísimo argumento conservador. Sus patitas parecen suavecitas, pero hacen zas y sacan unas garras que son navajas. «Cada uno tiene sus gustos, pero, para mí, si no existiesen los gatos, no se perdía nada».

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Le dicen: «¿Has visto cómo se parece Beatriz a nuestra madre?». Mira a mi sobrina con esos ojos que las cataratas han hecho más profundos y azules, y asiente con la cabeza. «Lo que hace falta es que se parezca en los centros —se señala el pecho— que tenía vuestra madre». Yo lo he oído perfectamente, pero alguno no, e insiste en la cuestión del parecido con mi madre. Y él repite lo de los centros; y añade: «Era una de las mujeres más buenas que yo he visto en el mundo». Empieza a recordar su muerte, pero se quiebra, nos quebramos, y volvemos a hablar de su moto, que es un tema seguro y celebrativo.

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