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Reseñas
literarias
Robert L. Stevenson

La isla del tesoro

por:
Mario Crespo
Editorial
Reino de Cordelia
Año de Publicación
2016
Categorías
Sinopsis
Escrita por Robert Louis Stevenson para atraer el sueño de su hijastro Samuel Lloyd Osbourne, La isla del tesoro es la novela de aventuras por excelencia, el gran libro de piratas de la historia de la literatura. Desde 1883, fecha de su primera edición, la peligrosa travesía en la goleta La Hispaniola del niño Jim Hawkins y el misterioso cocinero John Silver ha cautivado a lectores del mundo entero y ha atraído a los mejores ilustradores, desde Howard Pyle a Ralph Steadman.
Robert L. Stevenson

La isla del tesoro

La releo cada verano -sobre el césped de la piscina, en una playa o en un vagón de tren-, y cada verano encuentro en él algo nuevo. De pocos libros se puede decir eso. Cuentan que Stevenson cobró treinta y cuatro libras, siete chelines y seis peniques por la publicación en entregas de su historia, pero no hay fortuna que pueda pagar su cargamento de imaginación.

Stevenson, Tusitala, la empezó a escribir en unas vacaciones de verano –de verano lluvioso y frío- en el norte de Escocia, a petición de su hijastro, Sammy Lloyd Ousborne, que dibujó el primer esbozo de la isla. Casi como un juego, el escritor fue completando el mapa, y de él empezó a brotar una historia. Cada mañana leía un capítulo a su familia y recibía de buen grado las sugerencias. La terminó en Londres unos meses después, tras un reposo en Suiza para recuperar sus maltrechos bronquios.

Cuando el libro se publicó, fue un éxito tan estruendoso que hasta el primer ministro de entonces, el muy adusto y muy victoriano William Gladstone, se quedó desvelado hasta que terminó de leer, ya de madrugada, aquella novela juvenil de éxito. No me extraña.

Si muchos, como es natural, se fijarán en el nudo y el desenlace, el olor a salitre y el vértigo de la búsqueda, a mí me fascina el comienzo, casi un anticipo de la novela negra: el ambiente misterioso del puerto y de la Posada del Almirante Bembow -¡quince hombres sobre el cofre del muerto!-, un escenario en el que uno se imaginaría fácilmente a algún detective salido de los bajos fondos de San Francisco.

Lo que viene después, por supuesto, es buenísimo, y ha alimentado por décadas a la novela y al cine de aventuras, y también la estampa del pirata en nuestro imaginario colectivo. Todo en la historia de la búsqueda del tesoro del capitán Flint es auténtico y vivo, nada parece acartonado, como no lo son tampoco los personajes -¡ni siquiera el villano!-, llenos de matices y de múltiples lecturas éticas.

Chesterton, seguramente el hombre que mejor entendió a Stevenson, se preguntaba “por qué ha de abrumársele con un frío menosprecio por ser capaz de poner en un renglón lo que otros ponen en una página; por qué ha de considerársele superficial por haber visto más en el perfil o en la manera de andar de un hombre de lo que los modernos son capaces de extraer de sus complejos y de su subconsciente; por qué ha de llamársele artificial por buscar (y hallar) la palabra justa para cada cosa; por qué ha de juzgársele superficial por ir en derechura a lo que es significativo”. Me apunto a esta defensa apasionada, y añado que La isla del tesoro, dentro de su obra, es la novela más concisa, bella y creativa, más vacía de adornos innecesarios. Más narrativa, en el sentido más puro de la palabra. Por eso todos queremos ser Jim Hawkins, tener su coraje, su intuición, su ingenio, su generosidad y su nobleza, y viajar en la Hispaniola, y conocer al malvado y fascinante John Silver el Largo. Y escribir como Stevenson, claro –da un poco de vértigo pensar que tenía, cuando comenzó a escribir La isla del tesoro, la misma edad que tengo yo ahora-. Eso también, aunque sepamos que es imposible.

Temática
Una historia de piratas
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Dónde leerlo
En camarote de un barco, una noche de tormenta
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Un ron añejo para los mayores, un vaso de leche para los niños.
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