El título original de esta novela es un gigantesco espoiler. “Secuestrado: Memorias de las aventuras de David Balfour en el año 1751: Cómo fue secuestrado y naufragó; sus sufrimientos en una isla desierta; su viaje a las salvajes Highlands; su encuentro con Alan Breck Stewart y otros célebres jacobitas de las Highlands; con todo lo que sufrió a manos de su tío, Ebenezer Balfour, falsamente llamado de Shaws; escrito por él mismo y ahora presentado por Robert Louis Stevenson”. Pero no importa, porque las obra maestras, y esta lo es, no dependen de los fuegos artificiales de la trama para conquistar al lector.
Este libro de aventuras, trufado de sobresaltos, persecuciones, combates y suspense, es un clásico del género. Protagonizada por un muchacho, como La isla del tesoro, se distancia de aquella por la detallada ambientación histórica –la Escocia del XVIII, en plena rebelión jacobita– y por el entorno –las frías, verdes y ásperas Highlands- por el que viaja el joven David Balfour. Por lo demás, el personaje se parece bastante a Jim Hawkins y, en el fondo, al propio Stevenson.
Tras quedar huérfano, Balfour acude a buscar la ayuda de su tío, Ebenezer Balfour, un ser tacaño y retorcido que se parece bastante a los malos de Dickens. Él será el responsable de que su sobrino se deslice por un tobogán de peripecias que le llevarán a tropezarse con los jacobitas, los bravos partidarios de la Casa de Estuardo, quienes le ayudarán a viajar por Escocia.
“Hay dos cosas de las cuales no deben cansarse nunca los hombres”, dice la novela: “la bondad y la humildad; y ninguna de las dos es fácil de encontrar en este mundo cruel, entre tanta gente fría y orgullosa”. En los rebeldes jacobitas, que en la época en la que se ambienta la novela habían dejado de ser un verdadero ejército para convertirse en guerrilleros emboscados, el joven huérfano encontrará nobleza, respeto por la palabra dada y amor por las tradiciones.
Hay reminiscencias de esta novela en Los 39 escalones de John Buchan (llevada al cine por Alfred Hitchcock) y en La isla negra, de Hergé. Chesterton la alabó por “las frases explosivas, que parecen cazar la realidad a cañonazos”, y también era una de las favoritas de Jorge Luis Borges. Casi nada. A mí me gusta por su tono épico, nunca grandilocuente; por la autenticidad del protagonista, y porque es imposible leerla sin volverse apasionadamente jacobita, salvo que uno carezca de corazón.