Hubo un tiempo, en el siglo XVIII, en el que Europa podía haberse convertido en cualquier cosa. Francia e Inglaterra corrían hacia el poder, donde todavía estaba España, mientras Prusia y Austria se daban codazos por ampliar su espacio. El mundo de las naciones que hoy conocemos todavía no estaba definido. En nuestra guerra de Sucesión, por ejemplo, un general de origen inglés, el duque de Berwick, hijo ilegítimo de Jacobo II, mandaba a las tropas francesas, mientras que un francés, Henri de Masssue, mandaba a las tropas inglesas.
No eran traidores a sus casas y a sus linajes, al revés: esas casas y esos linajes, vinculados fundamentalmente a principios de carácter religioso, permanecieron fieles a los mismos. Por eso cambiaron de país, y así el hugonote Massue encontró mejor acomodo en la Inglaterra protestante que en la católica Francia, y al revés, el sitio del católico Berwick, que se llamaba James Fitz-James Stuart, era Francia y no Inglaterra. Es la misma razón por la que, años después, España se llenaría de centenares de irlandeses católicos obligados a abandonar su tierra, ocupada por la Inglaterra protestante. Mientras tanto, los reyes jugaban sus cartas en los campos de batalla de Europa y llenaban los mapas de casacas rojas, blancas o azules. Es el mundo de Barry Lyndon.
¿Ya estamos ambientados? Pues bien, vayamos ahora a un lugar concreto de ese complejo mapa dieciochesco: Escocia, 1745. Los Estuardo, expulsados del trono de Londres por la Inglaterra protestante, obtienen el apoyo de Francia, España y el papa. En Irlanda y en Escocia hay cientos de miles de personas dispuestas a luchar por su rey. ¿Qué rey? Primero Jacobo III (o sea, hermanastro de nuestro antes citado Berwick) y después su hijo Carlos. Y a las épicas jornadas de ese levantamiento nos lleva José Manjón en su novela La escarapela blanca, que es una incursión completamente inédita en un episodio histórico fascinante.
A los espectadores (o lectores) de Outlander, la historia de Diana Gabaldon, les sonará: es el mundo donde viene a caer la protagonista, Claire Randall. Imagen general: entre gaitas y kilts, los escoceses se levantan en armas contra los ingleses y llegan a dar jaque a los Hannover que reinan en Londres. Dentro de las filas jacobitas, un grupo de irlandeses destaca por su valor y su abnegación. Manjón nos mete entre ellos, en sus filas, para que vivamos de primera mano los acontecimientos.
Manjón es un historiador, no es un fabulador. Es decir que en las páginas de La escarapela blanca encontramos, además de un ameno relato que sirve de hilo conductor, un completísimo despliegue de datos, desde los utensilios de la vida cotidiana hasta los detalles del armamento y desde las características de la vida social, con su rígida jerarquización, hasta minuciosas descripciones topográficas. Realmente uno se siente transportado a las tierras altas y bajas de aquella Escocia que… Pero, no, no podemos contar cómo acaba la historia. Limitémonos a reseñar que los protagonistas seguirán combatiendo “contra todo cálculo y contra toda esperanza”. ¿No es un excelente programa de vida?
José Manjón: La escarapela blanca, Homo Legens, Madrid, 2020 (279 pags.).