Me gustan los libros que no son fáciles de encajar en una sola categoría. No lo hago queriendo, pero veo que caigo una y otra vez rendida a los pies de historias que no sabría decir muy bien a quién están dirigidas. ¿A quién le puede gustar? ¿A una mujer, a un niño, a un gato? Cuando hacía informes de lectura temía esta clase de preguntas como a una vara verde. Yo qué sé, diosmío. No lo sabe el algoritmo de Amazon, ¿lo voy a saber yo? Y es así, el algoritmo no lo sabe y si lo sabe peor me lo ponen porque los mejores libros son los que uno nunca se imaginó que le iban a gustar. Comprar libros en internet está muy bien cuando tenemos prisa, vivimos lejos de una librería o sabemos exactamente lo que andamos buscando, pero si nos quedamos sin lectura y no sabemos qué es lo que queremos, nada como entrar en una librería, o en una biblioteca, o en casa de un amigo con un montón de libros. 

Si tuviese que escoger, mi género favorito sería el de los libros que no sé muy bien para quién son, y ahí estarían muy cómodas las biografías ilustradas para niños que, como verán, llevan el engaño en la definición, pero algo habrá que poner hasta que nos acostumbremos a ver las ilustraciones como algo no necesariamente infantil. ¿Son realmente para niños, o más bien nos encontramos ante la medida perfecta para que cualquiera se pueda hacer una idea de un tema que le interesa pero al que no quiere dedicar horas y horas?

Tengo en mis manos ¡Qué absurdo!, la historia del ilustrador Edward Gorey que publicó Impedimenta hace un par de meses con su habitual buen gusto. La ha escrito Lori Mortensen que, además de experiencia en el terreno de la biografía ilustrada, lo que de verdad le sobra es muchísima gracia y una gran habilidad para condensar la esencia y la vida de alguien como Gorey en un álbum de 40 páginas. La traducción es maravillosa, tiene muchísimo ritmo y –al menos yo– no he echado de menos el original. Iba volando de una página a la siguiente disfrutando como un lechón con las palabras que me iba lanzando Miguel Ros González: delgaducho, desdichado, rocambolesco, ay, perdonad, trizas, disparates, perturbador; qué rato más bueno eché.

Este es el primer libro de la ilustradora, Chloe Bristol, que ha debido pasárselo muy bien no solo porque es fan absoluta de Gorey, sino porque, además, le ha quedado un trabajo redondo. Me quedo con la ilustración que hace de él caminando por la acera con su pipa, su abrigo de piel, sus Converse y ese gato negro pisándole los talones. Ojalá podamos disfrutarla muchas veces más. 

Es difícil no cogerle manía a un tipo de libro cuando se pone de moda y lo encontramos hasta la saciedad. Entre otras cosas porque en cuanto triunfa un género no tardan en aparecer los replicantes, intentando aprovechar la corriente del éxito –y quién los culpa, tal y como está el patio–, que pueden llegar a engañar un poco con la forma pero no resisten una mirada de cerca. Por eso cuando damos con uno como ¡Qué absurdo!, que funciona independientemente de su género porque no solo se dedica a contar la vida de Gorey sino que lo hace con tanto arte que lo mismo da que esté hablando de un personaje real que de uno inventado, la alegría es doble porque se une a la sorpresa. Y eso cómo lo va a saber el algoritmo. 

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