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Reseñas
literarias
Roberto Corroto y Gabriel Iglesias

Los sitios de Zaragoza

por:
José Javier Esparza
Editorial
Cascaborra
Año de Publicación
2020
Categorías
Sinopsis
Durante el transcurso de la guerra de la Independencia española, a comienzos del siglo XIX, la mecha encendida el 2 de mayo de 1808 en Madrid contra los ejércitos de Napoleón Bonaparte se iría extendiendo hasta explotar en diferentes partes de la piel de toro. Pero en pocos lugares como en Zaragoza se demostraron semejantes dosis de arrojo y resistencia, con la única finalidad de repeler los envites del enemigo a las puertas. Luchando en inferioridad de condiciones armamentísticas y numéricas y bajo el riesgo constante de las enfermedades, el pillaje y la escasez de alimentos, el pueblo zaragozano dio una lección de espíritu combativo no solo a Bonaparte, sino al resto de Europa. Nombres como los de José de Palafox y Melci, su hermano Luis, Agustina de Aragón, Santiago Sas, Casta Álvarez, María Agustín, Lorenzo Calvo de Rozas, Mariano Renovales, Manuela Sancho, María Rafols, Basilio Boggiero y muchos más pasaron a la posterioridad por las acciones realizadas a lo largo de los casi dos meses que transcurrieron desde el 15 de junio hasta el 14 de agosto, permaneciendo hoy día en el imaginario popular de la capital aragonesa.
Roberto Corroto y Gabriel Iglesias

Los sitios de Zaragoza

Los asedios franceses sobre Zaragoza, los conocidísimos “sitios”, en el contexto de las guerras napoleónicas, son uno de los hechos más impresionantes de la Historia de Europa. Nunca antes había sido nadie capaz de plantarse ante los ejércitos más poderosos del mundo y darles con la puerta en las narices. Eso es lo que hicieron los de Zaragoza en 1808. Zaragoza: una ciudad sin murallas, sin ejército, relativamente poco poblada, expuesta a los cuatro vientos. En cualquier otra parte de Europa, una ciudad así se habría rendido. Zaragoza, no.

 

Hubo dos sitios en Zaragoza. El primero, en el verano de 1808, significó para los franceses una de las derrotas más humillantes que hasta entonces habían sufrido. La rebeldía de Zaragoza, por su posición geográfica, complicaba enormemente la situación para los de Bonaparte, así que Napoleón resolvió enviar un nuevo ejército y esta vez puso al frente a uno de sus mejores generales, Jean Lannes, compañero del emperador desde los tiempos de Egipto y que venía de derrotar a los españoles en Tudela. Lannes no se anduvo con contemplaciones: rehusó el enfrentamiento directo y optó por machacar la ciudad con artillería y minas para, después, tomarla casa por casa. La mortandad fue terrible, pero, aún así, los zaragozanos rehusaron cualquier componenda. “Guerra y cuchillo” fue la respuesta del jefe de los defensores, el general Palafox. El propio Lannes se lo escribía a Napoleón en términos inequívocos:

 

“Jamás he visto encarnizamiento igual al que muestran nuestros enemigos en la defensa de esta plaza. Las mujeres se dejan matar delante de la brecha. Es preciso organizar un asalto por cada casa. El sitio de Zaragoza no se parece en nada a nuestras anteriores guerras. Es una guerra que horroriza. La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos distintos y llueven sobre ella las bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a sus defensores (…). ¡Qué guerra! ¡Qué hombres! Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa. ¡Verse obligado a matar a tantos valientes, o mejor a tantos furiosos! Esto es terrible. La victoria da pena.”

 

El segundo sitio de Zaragoza se prolongó durante dos meses, desde el 21 de diciembre de 1808 hasta el 21 de febrero de 1809. La mortandad fue terrible no sólo por las bombas francesas, sino también por una epidemia de tifus que diezmó a los defensores. De 55.000 personas que había dentro de Zaragoza sólo sobrevivieron 12.000. Tampoco le duraría mucho la alegría al mariscal Lannes, que en mayo de ese mismo año moriría en el campo de batalla de Ebersdorf, a orillas del Danubio.

 

Esta es la historia que cuenta el zaragozano Daniel Aquillué en su libro Guerra y cuchillo. Probablemente se trata del estudio más completo y, sin duda, el más actualizado sobre aquel trascendental episodio. Aquillué no sólo narra los acontecimientos con orden y frescura, sino que también retrata a sus protagonistas -de ambos bandos- y lo hace sin pasiones ni sectarismos, intentando entender qué movía a aquella gente. Y además es un libro fácil de leer, porque, a pesar del despliegue documental, el autor se ha preocupado de allanarle el camino al lector. Hay que destacar además el repertorio gráfico, con una buena selección de mapas para entender bien los sucesos y de fotos que nos muestra cómo son hoy algunos de los escenarios de aquella epopeya y que, gracias a los voluntarios de los grupos de reconstrucción histórica, resucita incluso determinadas escenas del drama. Si algún día se emprende una revisión de nuestra Guerra de la Independencia, no cabe duda de que tendrá que ser con el estilo que Aquillué ha empleado en este libro. Y desde luego, el ejercicio merece la pena.

 

Temática:
Los asedios franceses sobre Zaragoza
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