X
Reseñas
literarias
André Gide

La Sinfonía pastoral

por:
Vidal Arranz
Editorial
MENOSCUARTO EDICIONES
Año de Publicación
2022
Categorías
Sinopsis
Esta reconocida novela del Premio Nobel de Literatura 1947, André Gide, relata la historia de un pastor que vive en las inmediaciones de Neuchâtel, a finales del siglo XIX. Guiado por su sentido humanitario acoge en su casa a una joven ciega y huérfana a la que instruye valiéndose de imágenes sonoras y metáforas musicales. Los sentimientos casi paternales que movían su buena acción y que se irán transformando en amor, junto con los celos de la esposa del pastor, que ve cómo también su hijo se acaba enamorando de la joven, desembocarán en un desenlace impredecible. Gide refleja en esta narración sus tribulaciones morales lleno de tensión y al mismo tiempo de cierto aliento poético y una enorme humanidad.
André Gide

La Sinfonía pastoral

Es difícil moverse en el universo personalísimo y cambiante de André Gide. Un libro como La Sinfonía Pastoral (1919), que ahora edita Menoscuarto, ofrece una mirada crítica sobre el ‘buenismo protestante’, pero otra obra anterior Los sótanos del Vaticano (1914) ponía en solfa la beatería católica. Ambas, y otras más, podrían verse como tanteos de una personal búsqueda de Dios, y de relación con lo trascendente, pero ese viaje condujo finalmente al agnosticismo.

Es como si el novelista francés disfrutara desmintiéndose a sí mismo, negando cada palabra firme y cada reflexión profunda que dejó escritas. O quizás es que, como nos advierten los expertos, la obra de Gide es un gran puzle. Cada libro es sólo una pieza que no contiene, ni remotamente, el sentido global de su obra. Sea cual sea éste.

Tras abandonar la fe, su aspiración al absoluto encontró una religión sustitutoria en el comunismo, hasta que descubrió los horrores de la Unión Soviética y los denunció.

Se casó con una prima, Madeleine, a la que adoraba -en gran medida era una figura materna para él- pero con la que no consumó el matrimonio por voluntad propia. Tuvo una larga relación homosexual clandestina con Marc Allegret, que se inició cuando todavía era un adolescente el que luego sería director de cine y responsable del primer éxito popular de Brigitte Bardot ‘Deshojando la margarita’. Pero también una hija, Catherine, fruto de su aventura con otra mujer. Y sufrió lo indecible cuando Madeleine se enteró de todo ello, pese a sus denodados esfuerzos por mantenerla en la ignorancia. Es Gide, por tanto, un personaje esquivo, no necesariamente grato. “Era un moralista estricto a la vez que un ‘depravado’ según la moral reinante”, explica Laura Freixas en el prólogo a la edición española de sus apreciados ‘Diarios’. En 1947 recibió el Premio Nobel, y en 1952, un año después de morir, la Iglesia incluyó toda su obra en el Índice de Libros Prohibidos. Doble colofón para su trayectoria.

Ser consciente de esta dimensión contradictoria del hombre, y de las múltiples identidades cambiantes de su escritura, puede desmoralizar; incluso desanimar cualquier posible intento de entrada a su obra, obligado a reconocerse de antemano como insuficiente y parcial. “¿Cómo competir en sinceridad con André Gide? Nosotros no tenemos más que una; él tiene doce”, se burló Jean Prévost, en alusión a este desbordamiento poliédrico.

Pero no hay por qué aspirar a la comprensión del Gide total. Podemos conformarnos con disfrutar cada obra en sí misma, como texto autónomo, con sus sugerencias y revelaciones, sin la pretensión de acceder a la verdad última del autor. Desde la convicción de que, muy probablemente, lo mejor del escritor está en sus indagaciones, más que en sus conclusiones.

Y, desde ese punto de vista, La sinfonía pastoral ofrece una excelente puerta de entrada. Es una novela breve, en la que no sobra ni una palabra, y que se construye con la forma de un diario íntimo, actividad de escritura que André Gide convirtió en género literario y en la que es reconocido como un maestro.

“Hubiera querido llorar, pero sentía el corazón más árido que el desierto”. Con esta terrible frase final concluye una historia que comienza de forma inequívocamente luminosa. Su protagonista, un pastor protestante, casado y con hijos, decide hacerse cargo de una niña ciega, privada de cualquier habilidad social y comunicativa, tras fallecer la mujer que se encargaba de atenderla. Toma la decisión casi por una revelación. “De pronto me pareció que Dios ponía en mi camino una especie de obligación a la que no podía sustraerme sin cierta cobardía”, confiesa en la anotación inicial del diario ficticio de la novela.

El resto del libro nos narra la historia de esa decisión personal, de su entrega a esa niña, Gertrude, y de cómo logra convertir a aquella ‘pequeña salvaje’ en una joven dama alegre, confiada y agradecida. Por el camino, sin embargo, irán apareciendo obstáculos, dudas y conflictos -su mujer le reprocha que dedique a esa niña una atención que nunca otorgó a sus propios hijos- que obligarán al protagonista a un constante discernimiento interior. El vaivén de su espíritu, la sinceridad de sus dilemas y temores, el desgarro de sus miedos, lo comparte con el lector de forma transparente y conmovedora. En ningún momento dudamos de la bondad del pastor, o del afán caritativo que le anima, pero ese impulso puro va, poco a poco, generando situaciones que enturbian su ánimo, ante las que quizás no tome las mejores decisiones, y que desembocan en un final trágico.

Las trampas del autoengaño y las autojustificaciones se despliegan ante nosotros de un modo impecable, vestidas con los ropajes de la humildad, la generosidad y el altruismo. Incluso con los de la reflexión teológica, pues nuestro protagonista, confrontado a la sospecha de que quizás, después de todo, esté haciendo algo incorrecto, se apoya en una renovada lectura del Evangelio, abierta y liberadora, para justifica una visión despenalizadora. La relación conflictiva entre la libertad y la norma, entre la intuición y el precepto, entre la apertura a lo posible y la sumisión a la ley se exponen a nuestra mirada.

“Busco en vano (en el Evangelio) preceptos, amenazas, prohibiciones… Todo esto no está más que en San Pablo”. Nuestro protagonista se convence a sí mismo de que no puede haber pecado allí donde hay alegría, y que no hay realidades impuras en sí mismas, sino para quien las ve como tales. Ideas bajo las que se intuye el conflicto con su homosexualidad.

La ignorancia ¿es requisito de la felicidad, o es su impedimento? Cuando el pastor reprocha a su mujer que todo lo que ve le aflige ésta le responde: “Qué quieres, amigo, no me ha sido concedido ser ciega”. Unas páginas antes, nuestro protagonista cree haber encontrado una pieza clave del misterio de la vida en una cita evangélica que alude a la falta de visión: “Si fueseis ciegos, estaríais libres de pecado”. No ver como virtud, o como limitación. “No me importa ser dichosa. Prefiero saber”, le recrimina Gertrude al pastor. “Hay muchas cosas tristes que no puedo ver, pero que usted no tiene derecho a dejarme ignorar”.

El devenir de la historia revelará, además, que ciertas formas de ignorancia no pueden mantenerse indefinidamente, y que, cuando la verdad se desvela, el drama puede adquirir dimensiones mucho más terribles de lo esperado. Como la propia biografía de André Gide acababa de evidenciar, pues sólo meses antes de publicar La sinfonía pastoral su mujer descubrió sus cartas de amor con Allegret y su prolongada infidelidad.

En La sinfonía pastoral, Gide contrapone este puritanismo inocente del pastor protestante, y el relajo de su visión subjetiva y personal del pecado, con la mayor preocupación por la ley moral de su hijo, que termina convirtiéndose al catolicismo, y que le recuerda que hay realidades más allá de la percepción personal. La propia Gertrude se suma a las discusiones teológicas y le recuerda al pastor un versículo de la carta de San Pablo a los Romanos: “Hubo un tiempo en que yo vivía sin ley, pero al llegar el precepto, el mandamiento, tomó vida el pecado y yo morí”.

Lo sorprendente de La sinfonía pastoral es que todos estos dilemas morales, y hasta teológicos, se despliegan ante nosotros sin perder nunca su encarnadura humana. No son algo que ocurra a seres de convicciones extrañas, sino, sobre todo, a personas que se hacen preguntas y se interrogan sobre el sentido de sus actos. Un lector inquieto, abierto a los caminos inciertos del discernimiento, no podrá menos que sentirse atraído por estos hombres empeñados en hacer el bien y que, a la postre, no son capaces de evitar resultados bien distintos. 

También te puede interesar