Según la Sociedad Española de Neurología, entre un 20 y un 48 por ciento de los españolitos “sufre, en algún momento de sus vidas, dificultad para iniciar o mantener el sueño”. Entre un 20 y un 48… No parece muy afinado el estudio. En cualquier caso, queda claro que son muchos los que sufren o han sufrido este mal: uno de cada cinco tirando por lo bajo. Por consiguiente, El mal dormir tiene un número considerable de lectores potenciales o, mejor dicho, fraternales.
Luego estaría el otro 80 % que, a Dios gracias, no sufre este problema, pero que igual puede acercarse al libro de David Jiménez Torres para consolarse de que, por más problemas que tenga, aún hay uno que le falta. Y, por último, dentro de esta bien dormida mayoría, estaría el pequeño grupo de los aprensivos, que tal vez no deberían leerlo porque basta que le recuerden que existen problemas a la hora de conciliar el sueño para que empiecen a sufrirlo en sus carnes. Pero El mal dormir se deja leer tan bien que, incluso para un aprensivo, merece la pena correr el riesgo.
El libro, por supuesto, habla del insomnio, es decir, de la “incapacidad de dormir lo suficiente pese a tener ocasión y necesidad de hacerlo”. Sin embargo, Jiménez Torres se decide por el perifrástico “mal dormir”: primero porque su ensayo, dice y lo corroboro, no es de divulgación médica; segundo porque el término “insomnio” parece referirse a algo bien acotado cuando, a la hora de la verdad, cada insomne lo esculpe a su manera. Hay casos extremos que pueden acabar con la vida del paciente, como en quienes sufren insomnio familiar fatal: imposibilitados para dormir, primero se les desmiga la mente y después se les apaga el cuerpo. No obstante, por lo común no tiene consecuencias fulminantes y los maldurmientes sobreviven y cruzan sus días con el perdigonazo dado de sus malas noches.
Y como el problema se origina en la noche pero repercute en el día, el libro se centra en dos momentos o, más bien, en dos sujetos sucesivos: el maldurmiente y el maldormido. El primero de ellos es quien da vueltas en la cama y se enfrenta a la paradoja de buscar de manera activa, de manera desesperada, lo que por definición es pasivo, lo que sobreviene. El segundo es quien sufre las consecuencias de la víspera, el sujeto que ha de bregar con una conciencia difusa porque el sujeto anterior no consiguió perderla a tiempo. Escribió Cioran y leemos en Jiménez Torres: “La vida solo es posible mediante la discontinuidad. Por eso soporta la gente la vida, gracias a la discontinuidad que da el sueño. La desaparición del sueño crea una continuidad funesta”.
Citas como la anterior son frecuentes en el texto, con todo, la base fundamental del libro es la experiencia del autor: desde los Mortadelos bajo el edredón hasta la paternidad y la consiguiente suma de motivos exógenos al insomnio endógeno que ya traía consigo. En cualquier caso, lo particular sirve a Jiménez Torres para alcanzar reflexiones generales sobre el sueño, el descanso y la vigilia, en los cuales ahonda con clarividencia precisamente porque carece de ellos, al menos en su deseable medida. Suele pasar: son los enfermos quienes mejor ponderan la salud, los viudos quienes con más ternura descubren los dones del matrimonio y los moribundos los más insobornables jueces de sus propias vidas.