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Reseñas
literarias
Giuseppe Tomasi Di Lampedusa

El Gatopardo

por:
Marisa de Toro
Editorial
Anagrama
Año de Publicación
2019
Categorías
Sinopsis
Sicilia, 1860. El tiempo parece discurrir con parsimonia en estas tierras, marcadas por los ritmos de una campiña de árida belleza y un orden social inamovible, cuya cúspide ocupa la aristocracia terrateniente. Pero la historia está a punto de dar una sacudida con el desembarco de Garibaldi. Don Fabrizio, príncipe de Salina, hombre imponente, orgulloso, sensual y lúcido, patriarca de una de las familias más poderosas de la isla, contempla impertérrito estos tiempos convulsos que acaso supongan el hundimiento de su mundo o tal vez traigan cambios que en realidad permitirán que todo siga igual. Mientras tanto, su impetuoso sobrino Tancredi abraza la causa garibaldina y se enamora de la bella Angelica, hija de un advenedizo social... Recibida en su día con polémica, la única novela de Giuseppe Tomasi di Lampedusa es hoy ya un clásico indiscutible, que recuperamos en una nueva edición que incluye posfacio de Carlo Feltrinelli.
Giuseppe Tomasi Di Lampedusa

El Gatopardo

Hay quienes disfrutan de las novelas históricas. Algunos, incluso, siguen con interés y a veces con pasión este género, interesándose por las últimas novedades editoriales sobre tal o cual siglo o aquel hito, un “Cuéntame” leído. Hacen muy bien. Y, sin embargo, cuando estos ávidos lectores acuden a sus librerías y encuentran ejemplares de “El gatopardo” en la sección de este género, apretujados entre sagas de dinastías romanas e historias de visigodos, creemos, modestamente, que están siendo engañados.

Y lo son porque el autor de la novela, el príncipe de Lampedusa, nos hizo, ante todo, una confesión de los sentimientos de su familia en la segunda mitad del siglo XIX, cuando en la bota moría un mundo y nacía otro. Parió, más que un relato, una evolución de los personajes. Porque son ellos los que van cambiando su manera de pensar, de sentir y hasta de amar a lo largo de la breve novela. Lo de menos son los hechos, las batallas y las alianzas políticas. Lo que importa es lo que ocurre dentro del alma, que sólo a unos pocos se ha concedido el don de contarlo de manera que deleite a los afortunados lectores.

Y es lo que hizo nuestro príncipe. Los hechos que, para bien (¿?) y para mal, sucedieron en Sicilia durante la trama de “El gatopardo” son el apoyo del que se vale Lampedusa para narrar algo más universal y que afecta directamente a los corazones. Qué duda cabe: sin el peludo de Garibaldi, sin la idílica Palermo, el severo respeto de los lugareños hacia don Fabrizio Salina, sin los frescos y tapices de los palacios napolitanos, cuyos relucientes suelos de mármol reflejan vestimentas y rostros, sin el temor que infunde a todos el príncipe mediante su incontestable orgullo o el miedo del padre Pirrone a ser fusilado por los piamonteses, está claro que la novela habría sido otra.

Pero, insistimos: “El gatopardo” cuenta algo distinto, a nuestro modo de ver. Con una habilidad que roza la maestría, Lampedusa va desplegando cada vaivén interior y adivina, con cultivada sagacidad, las idas y venidas, las dudas, las cavilaciones, los celos que atraviesan a cada personaje que compone la novela. Y, además, con un lirismo que hasta a Bassani le hizo dudar de si realmente nos encontrábamos ante una novela o ante poesía narrativa.

Así, el príncipe de Salina, el protagonista, se sume en una aparente displicencia que sólo oculta la resignación, quizá cristiana, del que ve peligrar los cimientos de su vida; si no siempre plácida, al menos amable y con ciertas seguridades. Los planes de Cavour y compañía de hacer del reino de las Dos Sicilias una parte más del Estado italiano le inquietan porque implican un profundo cambio de su manera de vivir. Es el liberalismo, amigo, le decimos, el regalo que verdaderamente traen los camisas rojas.

Lo que nos lleva, inevitablemente, al tópico por el que es conocida la novela. Aquella frase que pronuncia el inolvidable Tancredi el inicio y que hace como de marco del resto de la historia: “todo tiene que cambiar para que todo siga igual”. Muchos ven en “El gatopardo” el cinismo de la nobleza (en este caso, siciliana) por adaptarse a los nuevos tiempos. Si el Antiguo Régimen ha caído y ahora somos liberales, seamos agradables con ellos, parecen decir. Apoyémosles, sin ser demasiado explícitos, claro. Sólo necesitamos tener un poco de paciencia. Cuando todo acabe, cuando la revolución haya triunfado y se acaben los tiros, la prometida Arcadia de libertad no llegará. Mandarán otros, o incluso seguirán los mismos, pero la supuesta liberación será sólo ilusoria. Con algo de temple, sacaremos provecho de la situación. Todo habrá cambiado, sí; pero todo seguirá igual.

No obstante, el príncipe de Salina entiende que tal mantra no se cumple. Si el futuro suegro de su sobrino, Calogero Sedàra, aparece en frac cuando en la invitación a la cena se especifica que se viste traje de tarde, si a la madre de la despampanante Angelica la ocultan por ser la hija de Pepe Merda, si a un noble de ilustres apellidos le compensa, por razones financieras, casarse con una nueva rica; si un príncipe siciliano se ve obligado a votar en un plebiscito convocado por el reino del Piamonte, Fabrizio Salina comprende que quizá todo siga igual en muchas cosas, pero no así otras. Para muestra, un botón:

“Muchos problemas que parecían insolubles al príncipe, don Calogero los resolvía en un santiamén. Despojado de los cien impedimentos que la honestidad, la decencia e incluso la buena educación imponen a las acciones de muchos otros hombres, comportábase en el bosque de la vida con la seguridad de un elefante que, arrancando árboles y aplastando madrigueras, avanza en línea recta sin advertir siquiera los arañazos de las espinas y los lamentos de las víctimas. Educado y habiendo vivido en pequeños y amenos valles recorridos por los céfiros corteses de los «por favor», «te agradecería», «ten la bondad» y «has sido muy amable», el príncipe ahora, cuando charlaba con don Calogero, se encontraba, en cambio, al descubierto en una landa azotada por secos vientos, y con todo y preferir en lo más hondo de su corazón las quebradas de los montes, no podía dejar de admirar el ímpetu de aquellas corrientes de aire que de los acebos y cedros de Donnafugata arrancaba arpegios nunca oídos”.

Son muchas las notas de este título que se quedan en el tintero, pero, en definitiva, si existe una novela candidata a paradigma de la nostalgia de un mundo antiguo, encauzado por tradiciones que se han fraguado y preservado durante siglos buscando siempre la belleza, pese a todas las imperfecciones humanas posibles, ésa es, sin duda, “El gatopardo”.

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