Cuando se publicó, en 1971, esta novela transformó para siempre el género del thriller. Nadie hasta entonces había alcanzado tal grado de realismo. Jugando con elementos reales y ficticios, aumentando detalles con la potencia de un microscopio, logró marcar época, sirvió de acta de bautismo para un histórico terrorista real (el venezolano Carlos “el Chacal”) e influyó poderosamente en la narrativa de su tiempo.
La novela arranca con un hecho real: el atentado fallido contra De Gaulle planeado por el coronel Jean-Marie Bastien-Thiry en el barrio parisino de Petit-Clamart. Es sabido que el intento de asesinato se saldó con catorce orificios en el vehículo presidencial. Aunque Bastien-Thiry nunca se integró en la Organización Armée Secrète (OAS, por sus siglas en español), fue este grupo, como se describe en las primeras páginas del libro, el que capitalizó el malestar contra De Gaulle por el abandono de Argelia y retó frontalmente a las fuerzas de seguridad francesas.
En ese punto termina la historia real y comienza la ficción. La OAS contrata a un mercenario profesional, famoso por su precisión y buen pulso, de quien nunca sabremos su nombre, para que asesine al general. El Chacal acepta el encargo y comienza a prepararse exhaustivamente. Sin embargo, la policía francesa descubre la trama y comienza una cacería del enigmático asesino por toda la geografía francesa.
En 1973, Fred Zinnemann adaptó la obra al cine. Supo captar bien la esencia y el estilo de la prosa de Forsyth, y logró, en mi opinión, una de las mejores películas del cine europeo. Desde entonces, el mito del Chacal no ha dejado de agigantarse, a pesar de la floja versión de 1997, protagonizada por Bruce Willis, que es mejor olvidar.
En 2002, cuando un loco se aproximó peligrosamente al presidente Chirac con un arma, Forsyth se defendió de las acusaciones de haber inspirado los hechos con su novela. “Un asesino profesional”, argumentó, “no dispara en medio de la multitud. Un asesino profesional usa armas de precisión, no una carabina cualquiera. Un asesino profesional se ubica con calma, dispara y desaparece. Viene de la sombra y vuelve a la sombra. Cuando encuentren uno así, uno que cuando entra en acción se transforma en una máquina que da miedo, estaré de acuerdo en compararlo con mi viejo Chacal”.
Tenía razón. Precisamente por eso, la novela solo tiene un defecto notorio, y es de índole moral: es casi imposible no simpatizar con el malo. No hace falta que De Gaulle le caiga a uno gordo, como es mi caso. Basta con admirar la minuciosidad del sicario, la pulcritud con la que desempeña su trabajo, para desear que concluya su misión con éxito. Quizás por eso el libro se ha encontrado entre las pertenencias de varios magnicidas y aspirantes.
Si el lector tiene la inmensa suerte de enfrentarse a este libro por primera vez, y si tampoco ha visto la película, le dejaremos con la incógnita de si el Chacal logra su objetivo final.