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Reseñas
literarias
Jose Mauro De Vasconcelos

Mi planta de naranja lima

por:
Alberto Nahúm García
Editorial
Libros del Asteroide
Año de Publicación
2011
Categorías
Sinopsis
De mayor Zezé quiere ser poeta y llevar corbata de lazo, pero de momento es un niño brasileño de cinco años que se abre a la vida. En su casa es un trasto que va de travesura en travesura y no recibe más que reprimendas y tundas; en el colegio es un ángel con el corazón de oro y una imaginación desbordante que tiene encandilado a su maestra. Pero para un niño como él, inteligente y sensible, crecer en una familia pobre no siempre es fácil; cuando está triste, Zezé se refugia en su amigo Minguinho, un arbolito de naranja lima, con quien comparte todos sus secretos, y en el Portugués, dueño del coche más bonito del barrio. Publicada por primera vez en 1968, Mi planta de naranja lima es la emocionante historia de un niño al que la vida hará adulto precozmente.
Jose Mauro De Vasconcelos

Mi planta de naranja lima

Hay una hermosa cita de Graham Greene —quizás también terrible— que sobrevuela toda la peripecia de Mi planta de naranja lima: «Todo niño viene al mundo con un cierto sentido del amor, pero depende de los padres, de los amigos, que este amor salve o condene». La salvación es el cielo de la infancia frente a la condena que supone el infierno de una vida miserable en Bangu, uno de los suburbios de Rio de Janeiro.

Esa es la contradicción vital por la que discurre Zezé, un zagal de cinco años tan inteligente y cariñoso en el colegio como diablillo en casa y en el barrio. Esta duplicidad encarna el tiovivo emocional constante al que te sube esta novelita, archifamosa en Brasil por leerse en las escuelas. Zezé es entrañable y cojonero, astuto e inconsciente, solitario hasta el dolor y capaz de hacer amigos de por vida. Lo mismo intercambia confidencias e imagina aventuras con el arbolito del título que calla durante semanas herido por la pena. Recibe abrazos sinceros del rico Portuga y palizas sangrientas de su propio padre. Hay penurias y alegrías como en Tom Sawyer y Huckleberry Finn, como en los capitanes adolescentes de Verne, como en Heidi, como en El Principito de Saint-Exupéry. El Ying, Zezé y el Yang, el oficio de crecer y madurar.

Tantas fogosas contradicciones son las que insuflan a este libro semi-autobiográfico de José Mauro de Vasconcelos un sabor tan único. Narrado por el propio niño protagonista, hay pasajes donde el sentimentalismo resulta tan directo que el lector puede atragantarse con tanta melaza: «Yo sonreí muerto de dolor, pero, junto con aquel dolor había acabado descubriendo una cosa importante. El Portugués se había vuelto ahora la persona a la que yo más quería en el mundo». Sin embargo, esa misma franqueza infantil también es capaz de generar un nudo en los estómagos más curtidos cuando llegan los momentos terribles para este pequeño antihéroe: «Como ves, yo no sirvo para nada, estoy cansado de sufrir palos y tirones en las orejas. Voy a dejar de ser una boca más (…). Esta noche voy a tirarme al paso del Mangaratiba [el tren]».

Entre la salvación y la condena, pues, Mi planta de naranja lima dibuja un Brasil antiguo, donde la comunidad y la familia son unos días tormenta y otros cobijo. En ese entorno que serpentea entre lo entrañable y lo terrible, se suceden las simpáticas conversaciones de Zezé con sus hermanos —oh, la dulce Gloria—, la necesidad de limpiar botas para ganarse un puñado de reis, la audacia de encaramarse a las ruedas de repuesto de la parte trasera de los coches (“hacer el murciélago”), las flores frescas para la profesora de la escuela o el adiós definitivo a los seres más queridos. Así, el hambre de vida y la pulsión de muerte se abrazan en esta novelita que, si uno es capaz de adecuarse a la perspectiva del niño-narrador, deja huella en el alma; la huella de la melancolía por la infancia, esa promesa que nadie puede mantener.

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