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Reseñas
literarias
Agatha Christie

Diez negritos

por:
Alberto Nahúm García
Editorial
Espasa
Año de Publicación
2015
Categorías
Sinopsis
Diez personas sin relación alguna entre sí son reunidas en un misterioso islote de la costa inglesa por un tal Sr. Owen, propietario de una lujosa mansión a la par que perfecto desconocido para todos sus invitados. Tras la primera cena, y sin haber conocido aún a su anfitrión, los diez comensales son acusados mediante una grabación de haber cometido un crimen en el pasado. Uno por uno, a partir de ese momento, son asesinados sin explicación ni motivo aparente. Sólo una vieja canción infantil parece encerrar el misterio de una creciente pesadilla.
Agatha Christie

Diez negritos

“¡Uno de nosotros… uno de nosotros… uno de nosotros! Estas palabras, repetidas sin cesar, machacaban horas tras hora las mentes despiertas. Cinco personas obsesionadas por el miedo… Cinco personas que se espiaban mutuamente, sin molestarse en disimular su nerviosismo”. Este fragmento con el que arranca el capítulo XIII de Diez negritos sintetiza dos de las claves dramáticas que han aupado al estrellato a esta novela de misterio: la angustia y la sospecha.

No es casualidad que este clásico de Agatha Christie haya vendido más de cien millones de ejemplares desde que se publicó en 1939. La suculenta premisa, a estas alturas del partido literario, es de sobra conocida: diez personas que no se conocen entre sí son invitadas a una minúscula isla en Devon, Inglaterra. Nadie sabe del todo por qué está allí ni la identidad de la enigmática persona que los ha convocado. Pero ya tenemos el conflicto a punto de nieve: diez ratones encerrados en una ratonera… luchando por salir vivos de allí, sobreviviendo a la paranoia creciente de que el habitante del cuarto contiguo pueda ser tu verdugo. La gracia de la propuesta radica en una canción infantil que sirve de siniestra guía para los asesinatos:

Diez negritos se fueron a cenar;

uno se asfixió y quedaron nueve.

Nueve negritos estuvieron despiertos hasta muy tarde;

uno se quedó dormido y entonces quedaron ocho.

Ocho negritos viajaron por Devon;

uno dijo que se quedaría allí y quedaron siete.

Siete negritos cortaron leña;

uno se cortó en dos y quedaron seis.

Seis negritos jugaron con una colmena;

una abeja picó a uno de ellos y quedaron cinco.

Cinco negritos estudiaron Derecho;

uno se hizo magistrado y quedaron cuatro.

Cuatro negritos fueron al mar;

un arenque rojo se tragó a uno y quedaron tres.

Tres negritos pasearon por el zoo;

un gran oso atacó a uno y quedaron dos.

Dos negritos se sentaron al sol;

uno de ellos se tostó y solo quedó uno.

Un negrito quedó solo;

se ahorcó y no quedó ninguno.

Noventa años después de su publicación, el título sigue siendo polémico para los literalistas. De hecho, si alguien busca ahora una nueva edición de la novela es muy probable que tenga que comprarla con el título de Y no quedó ninguno. No es una controversia nueva. La primera edición estadounidense, un país mucho más sensible con el tema racial y donde la palabra “nigger” tiene el estatus de blasfemia, ya optaba por evitarla; los negritos de la canción se convertían en indios o soldaditos. En Gran Bretaña, sin embargo, al igual que en otras partes del mundo ajenas al complicado pasado esclavista americano, el cambio ha sido mucho más reciente.

Más allá de esas cuitas paratextuales, el atractivo literario de Diez negritos se mantiene intacto por la maestría de Agatha Christie para administrar la tensión. La creadora de Hercules Poirot o Miss Marple opta en esta ocasión por la coralidad. El protagonista, si acaso, es la isla y ese influjo malsano, kafkiano incluso, que desprende. En esa localización, el ingenio de la venerable dama del misterio se beneficia de lo macabro (y profético) de la canción. La inocencia de la tonada infantil contrasta con el salvajismo de las muertes que van sucediéndose, como si de un implacable fatum se tratara. La fiebre coreana por El juego del calamar encuentra aquí un ilustre precedente. Pero no solo. Desde juegos de mesa familiares como el Cluedo hasta sagas enfermizas como la gore Saw, la herencia de Agatha Christie cuenta con un linaje extenso. En unos casos será el intento por resolver un rompecabezas criminal; en otros un ajuste de cuentas con un puñado de criminales que no han pagado por sus fechorías.

Este último motivo espolea Diez negritos, convirtiéndose en reverso de El asesinato en el Orient Express. La heterogeneidad de los personajes atrapados en la isla resta empatía, puesto que la trama carece de un centro gravitatorio. Se echa de menos más profundidad en el bosquejo psicológico de algunos caracteres. Sin embargo, esa misma coralidad otorga un nervio que podríamos catalogar de “social” a la trama: una extraña fuerza ejerce de Robin Hood moral, deseando, en palabras de uno de los personajes, “el triunfo de la justicia”. Tipos detestables o con momentos de debilidad de consecuencias trágicas se fueron de rositas y encuentran ahora la posibilidad de recibir su merecido. Falló el sistema, ergo, habrá que remediarlo. Justicia al margen, pero justicia, al fin y al cabo. Lo anuncia con furia bíblica el gramófono que detalla, en los albores de la novela, las reglas del juego: “Acusados, ¿tienen algo que alegar en su defensa?”. Alegar, aquí, solo puede funcionar como sinónimo de huir hacia el futuro o de sucumbir al pasado.

Por eso, más allá de las volteretas argumentales y pintorescos asesinatos que mantienen al lector atornillado al libro, Diez negritos propone también un breve tratado sobre la culpa y el remordimiento. Porque puede que te hayas olvidado de tu pasado, pero tu pasado jamás se olvida de ti. ¡Y viceversa!

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