Ahora que el mundo arde en indignación por culpa del destrozo perpetrado por Netflix contra una de mis novelas favoritas de Jane Austen, es el momento de hablar de Persuasión, sí, el libro.
Debo avisar con honestidad de que mis ojos no han visto esta nueva versión cinematográfica, pero es que la crítica ha sido casi unánime. Y por varias vías. Amigas que no me la recomendaron, ¡oh, el poderoso boca a boca! Revistas especializadas y sin especializar (Vogue clamando contra el supuesto alcoholismo de Anne o su ¡falta de delicadeza!). Incluso mi youtuber favorita ha levantado su airada voz.
Ratolina, creadora de contenido digital sobre maquillaje, pero amante también de la historia y la literatura, ataca no sólo la ya famosa escena en la que Dakota Johnson dice «ahora somos peor que ex, somos amigos», supuesta cumbre de ironía contemporánea, sino el hecho de que la propia Dakota se pase la película entera con el pelo suelto, en pleno albor del siglo XIX.
Todo esto, teniendo en cuenta que adaptando a Jane Austen se han acometido verdaderas obras de arte. Como la celebrada serie de la BBC que provoca taquicardias a las abuelas inglesas cuando Colin Firth se lanza al lago, o la deliciosa Sentido y sensibilidad de Ang Lee, que nos descubrió a Alan Rickman como el oscuro, al principio, y magnífico, después, coronel Brandon, y me enamoró de la autora para siempre.
Analizada someramente la recepción de esta versión cinematográfica, vayamos a disfrutar del libro, que siempre nos dará hondas alegrías.
Se ha dicho que Persuasión es, de todo el corpus austeniano, una pura novela de amor, una obra en la cual el amor es protagonista, no un mero medio para conseguir matrimonio con su consiguiente y fina (tan fina que algunos no la ven), crítica social. Si la señora Bennett en Orgullo y prejuicio y la ínclita Emma en la novela que lleva su nombre estaban empeñadas en casar a los demás, aquí tenemos a una protagonista a la que no dejaron casarse, una joven que por culpa de las malas influencias rechazó al hombre que amaba, el fabuloso capitán Wentworth.
Personaje masculino que merece un punto y aparte. Me temo que Darcy, al ser tan paradójicamente perfecto, se ha llevado la mayoría de la atención en lo quena caballeros austenianos se refiere, pero Frederick Wentworth supone también una cima de caballerosidad, realzada por la aureola de la nostalgia, del paraíso perdido. «No hay nada más bello que lo que nunca he tenido, nada más amado que lo que perdí», cantaba Serrat.
A su innegable atractivo masculino, a su oficio de marino y cualidad de hombre relativamente rico pero que se hizo a sí mismo partiendo de la pobreza, el capitán añade las virtudes que serán piedra angular de la obra: independencia y determinación, subrayada por una tozudez muy masculina, (no hay virtud sin su defecto aparejado), y sobre todo y contra todo pronóstico, fidelidad.
Si la melancolía de lo que pudo ser y no fue es una de las primeras notas de la novela, contrastada por la sátira hacia las personas que ejercen poder y nos hacen tomar decisiones erróneas, el otro rasgo, y alerto de que aquí viene un ligero spoiler, es la descripción pormenorizada y esperanzadora de una perseverancia a prueba, no de bombas, sino de años y expectativas nulas, algo mucho peor, y a prueba también del orgullo herido, algo que un hombre que no fuera tan excepcional como Frederick Wentworth no podría superar.
Se describe con una minuciosidad psicológica propia del futuro Realismo la delicada evolución y maduración de sentimientos por ambas partes, como dos mareas que crecen silenciosas pero a la par, ignorándolo, dispuestas al inevitable final feliz. En este tipo de novelas canónicas, lo importante no es cómo terminan, que ya se sabe que siempre habrá boda, sino cómo se relata el apetecible camino hasta llegar a un puerto tan feliz.