Hace pocos años, la comisión de memoria histórica del Ayuntamiento de Madrid, al dictado de la izquierda política, planeó rendir homenaje a los republicanos fusilados por el régimen de Franco nada más acabar la guerra civil y enterrados en el cementerio de La Almudena. La idea era elevar un monumento con sus nombres. Alguien, sin embargo, reparó en un inconveniente nada menor: muchos de esos nombres correspondían a auténticos asesinos en serie, crudelísimos matarifes que protagonizaron un infame baño de sangre y, aún más, desplegaron un siniestro programa de tortura y terror sobre la población civil. Nada más injusto que mezclar esos nombres con los que, acertada o equivocadamente, habían dado su vida de buena fe por la II República. Al final no hubo monumento. Y tal vez algún socialista o comunista de nuestros días descubriera entonces que entre sus conmilitones de 1936, en efecto, había verdaderos criminales, que la historia de las chekas del terror rojo no era un invento franquista y que, si la represión de posguerra fue brutal, la ejecutada por el Frente Popular en la retaguardia no le fue a la zaga. Tal vez descubrieran, en fin, cuál fue la verdadera naturaleza de la guerra civil.
Cheka: el nombre viene de la abreviatura de la primera policía política soviética, denominada “Comisión Extraordinaria Panrusa para la lucha con la Contrarrevolución y el Sabotaje”. Al estallar la guerra civil en España, los partidos y sindicatos del Frente Popular crearon en la retaguardia sus propios centros de detención, tortura y ejecución para aniquilar a sus enemigos políticos y los llamaron “chekas”. Todos tuvieron sus chekas: por supuesto socialistas, anarquistas y comunistas, pero también la Esquerra catalana y hasta la Izquierda Republicana de Azaña. En una situación de doble poder como la que se dio en la España del Frente Popular, con las instituciones republicanas actuando en paralelo a los comités revolucionarios, las chekas se convirtieron de hecho en los instrumentos de represión oficiosos de la II República.
Hubo chekas en todas partes, pero las más famosas (siniestramente famosas) fueron las de Madrid, Barcelona y Valencia, todas ellas en manos de milicianos de izquierda que imponían su criterio, arma en mano, a lo poco que quedaba de justicia formal en el territorio controlado por el gobierno del Frente Popular. Con el tiempo (poco tiempo), y al compás de la acelerada sovietización del régimen republicano, las chekas terminaron siendo cárceles oficiales que incorporaron los horribles métodos de la Unión Soviética. Se calcula que alrededor de 12.000 españoles fueron torturados y asesinados en esos centros. ¿Quiénes eran las víctimas? Fundamentalmente, los ciudadanos de derecha: católicos, carlistas, falangistas, monárquicos… Pero también los propios disidentes del bando republicano, como los “trotskistas” del POUM torturados y asesinados a manos del Partido Comunista de España.
Nadie ha estudiado mejor ni tan a fondo el fenómeno de las chekas en España como el barcelonés César Alcalá, que ahora ofrece un estudio ampliado de sus anteriores investigaciones. Esta historia hay que conocerla. Para hacernos una idea, solo el PSOE tenía unas 92 chekas entre Madrid y Bacelona, 6 de ellas controladas directamente por la UGT. Alcalá lo cuenta todo: cómo eran esas ergástulas, cómo las torturas, quiénes sus responsables… El detalle es aterrador, un auténtico repertorio de la maldad humana. El gran mérito del libro, además de su carácter exhaustivo, es que describe todo eso sin perder de vista el paisaje general, la evolución del régimen republicano y cómo, en muy pocos meses, las escasas hebras que pudieran quedar de legalidad institucional se deshicieron bajo la presión armada de unos partidos y sindicatos decididos a ejecutar su revolución a cualquier coste.
Si algún ciudadano siente aún la tentación de tragarse el mito de la superioridad moral de la izquierda española, que lea este libro. Muy especialmente aconsejable para gentes de formación mejorable como Adriana Lastra o Gabriel Rufián.