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De mi discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, un atento oyente que sabe mucho de la Edad Media, me celebró una cosa con especial ahínco. Fue cuando comenté que de Jorge Manrique sabemos que fue un hombre bastante festivo. Tiene poemas celebratorios del amor incluso conyugal, como éste:
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Vaya la vida pasada
que por amores sufrí
pues me dijisteis que sí,
Señora, bien empleada.
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Y otros burlescos, como uno contra una prima que le obstaculizaba una aventura amorosa, como es el deber de las primas, o sobre una mujer beoda en una taberna. En las famosas Coplas de Mingo Revulgo se le mienta. Y le acusan de bebedor: «Es doncel, dispuesto para pozo, para enfriar vino en él» También se le tacha de necio. Algo tenía que haber porque su intervención militar en Baeza, por la que fue preso y juzgada, fue de un atolondramiento supino. Quizá estaba desconcertado y rabioso por la pérdida de su padre, a cuya sombra siempre vivió. Es bonito y gracioso que llamasen «necio» y hasta «bebedor» a uno de los hombres más trascendentes de la literatura española, y una prueba de que todos tenemos una personalidad de múltiples facetas. Pero parte de esa alegría de vivir, tan señorial, que no le pierde la cara a la vida ni siquiera ante la muerte, se puede encontrar como el telón de fondo de las Coplas como una advertencia contra la quejumbre, la blandura y la llorería de nuestro tiempo.