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Tanto a mi hija como a mi mujer les llamó mucho —demasiado— la atención lo fea que era la princesa a la que está liberando san Jorge del dragón. Mi hijo y yo estábamos pendientes de la pelea y de lo psicodélicas que eran las alas del monstruo, precursoras de los aviones de la primera guerra mundial.
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Tuve que explicar a mi hija que la clave cosmética de la princesa estaba, precisamente, en lo que había que hacer para ganarse su amor. Que seguramente san Jorge había renunciado a otras más guapetonas pero más fáciles.
Yo creo que la princesa me guiño un ojo, aunque hubiese preferido que defendiese, en vez de a san Jorge o al dragón, su belleza.
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Cuando llegamos a Tintoretto, la princesa sí logró una aprobación unánime. Pero volví a llamar la atención: ya puede ella huir, que san Jorge sigue a lo suyo y liquida al dragón, para disgusto anacrónico de Ione Belarra.