–
La presentación de Gracia de Cristo en Madrid salió estupendamente. Humildad la que haga falta, pero falsa ni en broma. Muchas gracias –precisamente– a todos. Me hace gracia (no hay dos sin tres) oír a Leonor contarlo por teleconferencia a sus compañeras de trabajo: «Muy bien, menos mal». Ella habría tenido que ponerme su hombro si se hubiese torcido la cosa y por eso su suspiro de alivio. Lo de «muy bien» es objetivo; lo de «menos mal» es la voz de la (su) experiencia, uf.
_
Lo que me precipita a los muy amenos campos de la ontología. Pienso en que el bien es, en efecto, menos mal. Lo destroza. Y me veo descubriendo un ejemplo. Muchísimos amigos respondieron a la llamada y fueron al acto. Otros, no, claro. No pudieron. Pero me temo que si yo hubiese estado menos acompañado, en mi chasco hubiese repasado las ausencias con alguna amargura. Lo confieso. Sin embargo, ahora lo entiendo todo y a todos, que es más justo, y más alegre. Lo bonito es la fuerza expansiva de la bondad. Los que vinieron justifican del todo a los que no, con un misterioso trabajo en equipo, como en una literaria comunión de los santos. No sabemos el bien que hacemos cuando lo hacemos.
–
Se lo explico a mi mujer, que entiende otra cosa distinta, pero que también es bien bonita. Ella cree que digo que cada uno que fue representa a todo su grupo natural. Si fueron algunos alumnos de la Fundación Tatiana, estaba la Fundación y hasta doña Tatiana de espíritu presente; si don Enrique Monasterio bendecía el acto con su presencia, la Obra obraba; si los de ISSEP, hacía acto de presencia el instituto. No era eso lo que yo decía, pero qué bonito. Sol Andrada-Vanderwilde representaba a todos mis amigos de la juventud y a mi juventud misma, que tampoco había asistido por razones obvias.
–
Y algunos regalos también trascendían sus límites. Los caramelos de La Pajarita han entusiasmado a mi hija Carmen; el agua del Jordán a Quique, tan simbólico; las semillas de caléndulas, a Leonor… Algunos comentarios durante la firma fueron regalos para el alma.
–
En ese estado, también me hizo gracia (precisamente) el amable comentarista que me dijo: «Ya estás sólo un poquito por debajo de Juan Manuel de Prada». Y eso a pesar de la aplastante sensación de estar debajo de De Prada. Un poco detrás –aunque no se me viese– sería bastante más liviano y llevadero.