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Reseñas
literarias
Ejnar Mikelsen

Perdidos en el Ártico

por:
Iñako Rozas
Editorial
Ediciones del Viento
Año de Publicación
2022
Categorías
Sinopsis
En 1910, el famoso explorador danés Ejnar Mikkelsen decidió emprender un viaje en busca de los diarios de la malograda expedición de Mylius-Erichsen Denmark Expedition-, que había partido para probar que el trazado de Robert Peary de la costa este de Groenlandia era una fantasía, errónea y presumiblemente interesada. El mecánico Iver Inversen se unió a Mikkelsen en Islandia donde el barco de la expedición tuvo que ser reparado. Varios meses más tarde, Mikkelsen e Inversen se embarcaron en un viaje a lo largo del que iban a padecer literalmente todas las penalidades del repertorio ártico: frio implacable, escorbuto, hambre, congelación, ceguera de la nieve, caídas en agua helada, un trineo que se comportaba como Sísifo, envenenamiento por vitamina A, perros que morían de hambre, tormentas apocalípticas, grietas enormes y un buen surtido de sufrimientos físicos. Incluso uno de los cuadernos del diario de Mikkelesen sería comido un oso. Tres años sin esperanza de rescate llevarían a cualquiera a la locura, y sin embargo ambos mantuvieron la cordura y el sentido del humor durante todo aquel tiempo. De hecho, lo que probablemente los haya salvado haya sido su resistencia mental a ceder a la desolación que los rodeaba. Un clásico de la supervivencia ártica y una notable historia de compañerismo frente a la adversidad, que en 2022 ha sido llevada al cine por Peter Flinth con Nikolaj Coster-Waldau en el papel del capitán Ejnar Mikkelsen y Joe Cole, que interpreta al maquinista naval Iver Iversen. El mismo año de la aparición de esta primera traducción al español de la obra original danesa.
Ejnar Mikelsen

Perdidos en el Ártico

Parafraseando a nuestro buen Obélix: «¡Qué locos están estos daneses!». Si no me creen léanse este diario de viaje que es Perdidos en el Ártico, escrito por el capitán Ejnar Mikkelsen, y que tan excepcionalmente edita Ediciones del Viento ofreciéndonos un libro que tiene todo lo que tiene que tener para que un diario sobre una epopeya en el frío desierto blanco, leída en nuestro salón, con una buena taza de algo calentito y la calefacción funcionando a toda máquina, se convierta en una de esas lecturas que se recomiendan a los amigos y a las que volver siempre que la rutinaria realidad diaria nos aplaste y sintamos esa necesidad de poner tierra ficticia de por medio, viajando rumbo a lo desconocido.

La aventura de Perdidos en el Ártico comienza como toda buena aventura de exploración: un explorador en paro sin un duro que sufrague los gastos de su última expedición y ningún viaje por emprender a la vista. Eso siempre cambia —de lo contrario no tendríamos libro que leer— y un día alguien, algún patrocinador privado o el caprichoso gobierno de alguna nación, se ofrece como soporte económico de todo lo que vendrá después. En el caso de Mikkelsen esto ocurrió hacia el año 1908, cuando tras el regreso del vapor Danmark, barco de la expedición de Mylius-Erichsen, ese otro danés intrépido que, proponiéndose explorar y cartografiar la parte más septentrional del este de Groenlandia, pereció con parte de su equipo en los fríos hielos de la gran isla lo que supuso la inestimable pérdida de su diario de descubrimientos.  Para que aquello fuese más un extravío temporal que una pérdida definitiva había que recuperar tan valiosos documentos y entonces, como les decía, a Mikkelsen le sale la oferta de empleo: comandar, a bordo del Alabama, la expedición de rescate de los escritos e investigaciones de su amigo Ludvig Mylius-Erichsen y volver a Dinamarca con honores para hacer públicos los importantes descubrimientos. Cosa que, patrióticamente hablando, añadiría méritos a los daneses en sus reivindicaciones territoriales del frío atolón frente a los estadounidenses.

 A la expedición se une en Islandia, lugar donde el Alabama tuvo que ser reparado, el mecánico de la marina Iver Iversen que si bien poseía unos conocimientos de máquinas e ingenios excepcionales, carecía de experiencia alguna en territorios árticos. Varios meses más tarde, Iversen pondría fin a su inexperiencia ofreciéndose voluntario para la incursión en tan adversa naturaleza en única y solitaria compañía de su capitán, Mikkelsen. Incursión que no fue más que un viaje a la desesperada para recuperar aquellos documentos y que les llevó por el largo trayecto de las frías nieves del ártico, aunque ese termómetro bajo cero sería el menor de sus problemas. Pero, en fin, supongo yo que para eso se enrola uno en esos servicios de descubrimientos tan habituales en las naciones de aquellos tiempos, cuando el mundo aún ensanchándose se hacía cada vez más pequeño, y se ofrece para esta clase de hazañas, ¿no? Mikkelsen e Iversen hicieron ese viaje en trineo lleno de frío, congelación, escorbuto, ceguera de la nieve, semanas sin ver el sol, noches eternas, envenenamiento por vitamina A, hombres y perros muertos hambre, tormentas apocalípticas, caídas en el agua helada, grietas enormes y una buena amalgama de sufrimientos y padecimientos, que uno no desearía tener ni por todo el oro del mundo, pero que tan bueno es poder leerlo cómodos y calientes en nuestras casas, como les decía.

Hace unas semanas tuve un interesante debate con una amiga, viajera empedernida, a propósito de la lectura de este tipo de literatura, ya no de viajes, sino de expedición, descubrimiento, aventuras y proezas. Era un debate absurdo, de esos de los que salen cosas realmente interesantes, en el que ella se mantenía firme en su convencimiento de que no leía este tipo de libros porque, sencillamente, los viajaba. Yo, que no he viajado tanto como ella, o lo que es lo mismo, tanto como me gustaría, pero que sí he sido un recalcitrante viajero y aventurero de cheslón, no pude más que proclamar que ambas actividades, no sólo no son incompatibles, sino que son necesariamente combinables. Y entonces recordé aquella entrevista en A fondo a Álvaro Cunqueiro en la que, con su anécdota sobre melocotones, nécoras y centollas, expone cómo el conocimiento de la cultura, de la literatura, de la gastronomía, de la historia, de la vida de un lugar o de una cosa, hace que disfrutemos doblemente de ese lugar o esa cosa. «Es evidente que si yo me pongo a comer ahora una nécora de las rías de Vigo y sé que se llama portunus púber, y que Portunus era un dios protector de los puertos de los romanos representado con una llave en la mano, y puber porque tiene unos pelitos en el casco, como la barba que le nace a los muchachitos, pues es evidente que las nécoras me gustarán mucho más», dice el gallego.

Por eso ahora, en esta especie de reseña y con ese recuerdo a Cunqueiro, no puedo dejar de sugerirles que sepierdan en el Ártico con Mikkelsen y se empapen de su aventura, llena de todas aquellas dificultades, y de esa enseñanza de que el compañerismo y el sentido del humor como conditio sine qua non de la salvación. Lean este diario (o cualquier otro relato similar) para que, si algún día tienen la oportunidad de hacer un viaje por estos parajes helados, se lleven, además de algo de ropa de abrigo, estas aventuras en la cabeza.  

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