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Reseñas
literarias
William Goldman

La princesa prometida

por:
José María Contreras
Editorial
Ático de los libros
Año de Publicación
2018
Categorías
Sinopsis

Este es el mejor libro del mundo. Hay mil razones para amarlo. Léelo y descubre la tuya.

¿De qué trata La princesa prometida? Bueno, es una historia de espadachines y de combates. Trata de amor eterno, de odio inmortal y de venganzas despiadadas. En esta novela salen algunos gigantes, un montón de villanos y de héroes, cinco o seis hermosas mujeres, monstruos bestiales y otros amables, y muchas aventuras y huidas y capturas. Hay muerte, mentiras, verdad, milagros e incluso algún que otro beso. Tras la muerte de su amado Westley, la bella Buttercup se compromete con Humperdinck, un malvado y mentiroso príncipe, para evitar una guerra. Pero, antes de la boda, una banda de mercenarios formada por Íñigo Montoya, el mejor espadachín del mundo; Vizzini, el hombre más inteligente del mundo; y Fezzik, el más fuerte, secuestra a la joven, y un misterioso pirata retará a los secuestradores para hacerse con la princesa.

La princesa prometida lleva generaciones maravillando a jóvenes y mayores por igual, combinando fantasía, diversión, humor e inteligencia con una habilidad deslumbrante. Este es uno de los grandes clásicos de la literatura universal, un brillante homenaje a la novela de aventuras.
William Goldman

La princesa prometida

Los ochenta fueron una década ominosa a la que solo salva un puñado escaso de frutos. Y el mejor de todos ellos, el más fragante sin duda, fue la película La princesa prometida. Se estrenó en 1987 y, como muestra de la mediocridad de una década ciega a sus mejores hijos, la vio tan poca gente que estuvo a punto de ser deficitaria. Gracias a Dios llegaron los noventa y la película fue rescatada y ascendida directamente a la categoría de culto. La gente recitaba los diálogos y serigrafiaba camisetas con la imagen de Íñigo Montoya acusándote de haber matado a su padre.

La película adapta una novela homónima de William Goldman, la cual, naturalmente, no fue escrita en los ochenta, sino en 1973. El propio Goldman fue el encargado del guion, y eso hace que el salto entre formatos no decepcione en ninguno de los dos sentidos. La mayoría ha pasado de la película al libro, dada la celebridad, si quieren póstuma, de la primera; sin embargo, estoy seguro de que no se sentirá defraudado quien decida hacerlo al revés.

Por supuesto hay diferencias, entre otras cosas porque el lenguaje no es el mismo y porque las 400 páginas del libro no caben, te pongas como te pongas, en 98 minutos de celuloide –y disculpen lo polvoriento de la metonimia–. La novela, como es natural, tiene más hondura, de lo que se venga la película poseyendo en exclusiva la mejor frase: “La vida es dolor, alteza –le dice el enmascarado a Buttercup–. Quienquiera que diga lo contrario intenta engañaros”.

Como Cervantes y otros tantos, Goldman asegura limitarse a editar un texto que le precede, en este caso de un tal S. Morgenstern, cuyo ficticio relato él adapta para, se justifica, eliminar la hojarasca tediosa del original que distanciaría al lector de hoy. Lo paradójico de la cuestión es que aún cabría una adaptación a la adaptación de Goldman, ya que la novela abunda en prólogos e interrupciones autorales superfluas. Es de suponer que en su día pasarían por juguetonas, novedosas o metaficcionales, pero a mi parecer, es eso, lo más moderno, lo único que ha envejecido de la novela.

Y si molestan las digresiones, será porque la historia lo reclama todo y el lector quiere dárselo. El romance entre Westley y Buttercup, en sus tiras y aflojas con el destino, da lugar a un cuento de hadas que embruja, sobre todo por los personajes. La pareja protagonista es de un encanto irresistible, pero es que cada uno de los secundarios resulta fascinante, autosuficiente; más que dibujados por el autor, parecen paridos por él.

Claro que La princesa prometida no es propiamente un cuento de hadas, no podría serlo porque su tiempo, constata Goldman con cierto dolor, ha pasado, y cualquier intento de rescatarlo daría lugar a un pastiche. El autor sabe que la ingenuidad se pierde de una vez por todas; de hecho toda nuestra época la ha perdido. Por eso, lo que construye es más bien una parodia, pero una parodia genuflexa, reverente. Se ríe, y al mismo tiempo inclina la cabeza, del ideal caballeresco, de la nobleza, de la sed de aventuras y del poder del amor sobre la muerte. Es, diría, la obra de un hijo de su tiempo que vuelve la cabeza, la de un cínico que sospecha que se equivoca, que daría media vida por equivocarse. Y eso dota a la novela de una melancolía que la embellece, pues lo bonito puede no ser triste, pero la belleza siempre lo es.

Temática:
Parodia genuflexa de los cuentos de hadas
Léelo mientras escuchas:
Algo dulce y melancólico
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