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Reseñas
literarias
Ian Mcewan

Máquinas como yo

por:
José María Contreras
Editorial
Anagrama
Año de Publicación
2019
Categorías
Sinopsis
McEwan explora la ciencia ficción: ¿puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano? Londres, años ochenta del siglo pasado. Pero un Londres distópico y alternativo, en el que la historia ha seguido algunos senderos diferentes. Por ejemplo, el Reino Unido ha perdido la Guerra de las Malvinas y el científico Alan Turing no se ha suicidado atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en los años cincuenta por su homosexualidad, sino que sigue vivo. No solo vivo, de hecho, sino plenamente activo, y dedicado al desarrollo de la inteligencia artificial, campo en el que ha conseguido un hito: la creación de los primeros seres humanos sintéticos, unos prototipos a los que da el nombre ?según su sexo? de Adán y Eva. Charlie compra uno de los Adanes de la primera hornada, pensados para hacer compañía y ayudar en la casa, y con ayuda de su amante, la joven Miranda, lo programa a su gusto. Pero Miranda oculta un terrible secreto, y ese ser sintético prácticamente perfecto, sin las fisuras pero también sin los matices morales de los verdaderos humanos, acabará descubriéndolo. Y así, la peculiar relación triangular entre Charlie, Miranda y Adán derivará en una creciente tensión que obligará a los personajes a tomar decisiones difíciles y arrastrará al lector a plantearse dilemas morales tan incómodos como necesarios. Tras deslumbrarnos con esa suerte de revisitación del Hamlet shakespeariano narrada por un feto que era Cáscara de nuez, Ian McEwan afronta otra propuesta osada y ambiciosa, en la que se sirve de la ciencia ficción para lanzar algunas preguntas inquietantes: ¿qué es en definitiva lo que nos hace humanos? ¿Dónde están los límites éticos de la inteligencia artificial? ¿El fin justifica los medios? ¿Puede una máquina llegar a entender y juzgar la complejidad moral de las decisiones de un ser humano?
Ian Mcewan

Máquinas como yo

El primer robot con consciencia es inminente. Ya era inminente hace 50 años y, con casi toda probabilidad, seguirá siéndolo allá por 2070. Esa inminencia inmarchitable tiene a los ingenieros atareados, a la prensa exagerando y a la ficción especulando sobre lo que sucedería si finalmente sucediera. Es el caso de la penúltima novela de Ian McEwan, Máquinas como yo (2019), aunque con la audacia de que no encuentra al androide en el futuro, que sería lo natural, sino en el pasado. Es, a falta de un mejor nombre, ciencia ficción retroactiva.

La trama, situada en el Londres de los 80, parte de la premisa de que Alan Turing ni fue castrado químicamente ni murió a lo Blancanieves en 1954, sino que tuvo una larga vida de investigación y genialidad en la que, entre otras cosas, resolvió los problemas matemáticos que impedían a los robots el acceso a la consciencia. Por tanto, estamos a finales del siglo XX, tenemos a Turing, a Margaret Thatcher y a Adán y Eva, la primera y reducida generación de androides convincentes.

El protagonista, Charlie Friend, un treintañero con la vitalidad de un sesentón divorciado e insomne, dilapida una herencia para comprar un Adán de la primera hornada. Quería una Eva, pero, por lo que sea, estaban más solicitadas y la mitad no habían salido de la fábrica cuando ya estaban empaquetadas y camino de Riad. Y para sembrar la discordia entre la máquina y el hombre, completa el triángulo Miranda, una joven de carne y hueso y más compleja, cavernosa e imprevisible que los dos varones juntos.

La segunda audacia de McEwan estriba en la apariencia del androide, que no es biónica ni neutra ni apolínea. “A primera vista –se dice en un momento de la novela–, podría haber tomado a mi Adán por un turco o un griego”. Esa singularidad en los rasgos facilita la humanización y participa en una de las preguntas centrales del libro: ¿El androide es humano? O si no humano, ¿es consciente de sí mismo? Aquí vuelve Turing y su famoso test, según el cual tendríamos que atribuir consciencia a la máquina siempre que aparente tenerla. Por supuesto se podría debatir si lo que en realidad perpetra la máquina es un conseguido simulacro, una ilusión. De acuerdo, pero esa sospecha recae sobre el androide no menos que sobre cualquiera de nosotros visto desde fuera. Suponemos consciencia en los demás por lo que vemos, pero es una suposición. Consciente, a ciencia cierta, no es más que usted, y quizá Descartes.

Con lo anterior acaban las audacias de la novela, al menos en lo que se refiere a este tema. El resto, por comentar con brocha gorda, sigue los comunes derroteros del subgénero, esto es, abroncar al hombre. Salvo escasísimas excepciones, el androide comparece en la ficción para fustigarnos metafísica y moralmente: si ya no nos juzga nuestro Creador, que lo hagan nuestras creaciones. Por nuestra iniquidad no merecemos la existencia y la humanidad en sí es cancerosa, así que las máquinas no están llamadas tanto a replicarnos como a sustituirnos. Y es una pena ese enfoque porque ni la rendida alabanza ni la crítica feroz nos esclarecen. Así, el subgénero de la inteligencia artificial, en su asfixiante pesimismo, no produce conocimiento, sólo castigo. De alguna forma viene a decir que si los robots nunca llegaran a alcanzar la humanidad, tanto mejor para ellos.

 

Temática:
Un triángulo amoroso: hombre-mujer-máquina
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