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Carmencita estaba escuchando una canción. Quique pasaba por allí. Y les chocó a los dos que, al pegar el oído a la letra, yo soltase una carcajada, y no un bufido, como suelo. Abrieron los ojos como platos. Les expliqué: la canción dice que los novietes llevan juntos 24 meses y que no se odian aún. Como yo también fui joven hace mucho tiempo, entiendo ese asombro de un ligue que se alarga en el tiempo, y es bonito; pero mi risa era conyugal: vuestra madre y yo —dije a los niños— llevamos casi 24 años y no sólo no nos odiamos, sino que nos queremos más y mejor. Y eso sin contar los 72 meses de noviazgo. Se miraron asombrados, porque no habían caído, y se rieron de la canción a gusto, y ahora no pueden oírla sin un estremecimiento sacramental, un guiño a su padre y un codazo a su madre.
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En realidad, hacemos sólo 22 años, y los hacemos hoy. Hace unos meses escribí también mi cancioncilla sobre el particular:
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ALFILERITO
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Entre tu vida y la mía
ya no cabe un alfiler.
Digo «mía» todavía
para dártela otra vez.
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Pero mis hijos prefieren felicitarnos al sesgo con la canción de DePol. Bueno, pues bien, muy bien.