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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Plan de jubilación

Recibo de buena mañana esta publicidad del banco. Grandes tentaciones de ir a sacar mis ahorros (si los tuviera). Lo que menos me afecta es que ya sea nicho para esta publicidad. Al contrario, ese juvenilismo del surf y la barba hípster me enferma. Lo de Enrique José, ay, también. Si nos vamos al nombre compuesto, entonces entero: Enrique José Nicolás.

Si quieren convencerme de un buen plan de jubilación: un viejo en un banco o en un sofá leyendo tranquilísimamente. Propongo la foto de arriba.

Para ir practicando, he leído un poco.

Don Diego de Saavedra y Fajardo contra la ley de la Memoria Democrática: «Ninguna libertad más importante a los reyes y a los reinos que la que sin malicia ni pasión refiere cómo fueron las acciones de los gobiernos pasados, para enmienda d ellos presentes».

Y un poema de Carlos Edmundo de Ory que me ha gustado mucho contra todo pronóstico:

Si canto soy un cantueso

Si leo soy un león

Si emano soy una mano

Si amo soy un amasijo

Si lucho soy un serrucho

Si como soy como soy

Si río soy un río de risa

Si duermo enfermo de dormir

Si fumo me fumo hasta el humo

Si hablo me escucha el diablo

Si miento invento una verdad

Si me hundo me Carlos Edmundo

O no sólo leer. Pasear. Ir a hacer la compra, como he ido hoy, entrenándome para cuando me jubile. Aunque cuando me jubilé empezaré me asalto a la docencia universitaria, aviso. Pero, si no me sale, ya tendré la mirada hecha al jubileo. Hoy, una cajera del supermercado le ha dado a otra una sonora, gozosa, fotogénica y desvergonzada palmada en el culo. No saba crédito hasta que me he dicho son dos chicas. Supongo que yo podría darle una palmada en el culete a un compañero de trabajo, pero no me pega ni me apetece nada. Ni a él (fuese quien fuese) tampoco. Estas dos estaban encantadas. Y me parece muy bien.

Repaso trabajos de amor perdidos y pienso en mi traducción de los aforismos de Millôr Fernandes. Otras veces he dicho que nada engrandece más a un escritor que desechar textos mediocres: es como si se aupase sobre ellos. Es una sensación casi física. Pero hoy he visto que hacer trabajos buenos que no se publican también te engrandece más por dentro. La traducción de los aforismos de Fernandes me hace mejor aforista que si los hubiese publicado, misteriosamente. Y para demostrármelo, se me ocurre un nuevo aforismo: «“Trabajos de amor perdidos” es un oxímoron por triplicado. Si son de amor, no son trabajos. Ni tampoco perdidos. Y también si son trabajos, no son perdidos».

De los aforismos me distrae la compra. Muchas madres con sus hijas, con perdón de la app de Irene Montero. Me entretienen también las variaciones. Guapas ambas, bien por Mendel. Guapa la madre, la hija normal, un canto a la esperanza y la labor del tiempo. Guapa la hija, un guiño al progreso. Feas las dos, yendo juntas, también las he visto, pero me gustaban igual: la ternura es la misma. Como era de esperar, se me olvida media lista de la compra.

Que le diga a mujer «tenías razón» le gusta tanto o más que le diga «qué guapa». En este caso, que El Padrino 2 no era para los niños. Nos lo había prohibido, pero como está de viaje de trabajo, anoche empezamos los niños y yo a verlos. Llegamos a la escena del prostíbulo.

Por cierto, me ha servido para saber que los niños sabían lo que es un prostíbulo sin que yo se lo haya explicado. Eso al menos (y la alegría de Leonor por tener razón) saqué en claro anoche.

En vespa, volviendo de la compra, voy saltándome un poquito algunas normas menores circulatorias. Recuerdo en mi primera juventud que en una excursión yo llevaba el coche por primera vez y me montaron a un entonces desconocido de Madrid en el asiento delantero, mientras las chicas iban detrás. Éste se estaba sacando el carnet y se pasó el viaje sin decir nada más que las infracciones que yo cometía sin querer y la multa consiguiente. Me cayó gordo, pero ahora, en la vespa, me hubiese divertido llevarlo de copiloto. Además, luego se hizo muy buen amigo mío (cuando aprobó el carnet).

Entra una antiquísima amiga, con la que hemos retomado el contacto, en un chat de antiguos amigos. Me llama «Kike». Yo siempre defiendo que mi nombre, si uno no puede llamarme «Máiquez» por no ser amigo del colegio o de la literatura, es «Enrique». La culpa del «Quique» la tiene Leonor, que no podía ser perfecta. Ella se excusa. Cuando le cuente lo del chat, porque esta amiga me conoce desde antes de que naciese Leonor, lo verá como una prueba a favor de su inocencia. Pero es un contagio, porque si no escribiría al menos «Quique». Yo no digo nada ni nadie del chat dice nada, pero se oyen las risitas.

En una de mis pirulas, un coche de frente. Voy a pedir disculpas y resulta que es otra amiga de toda la vida. Se ríe. Aunque no sé si por mi microanarquismo circulatorio o por el «Kike» del chat.

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Al final, como era de esperar, me para un policía. Cuando me ha visto al quitarme el caso, ha suspirado: «A su edad…». «Eso me lo tomaré, sr. agente, como un cumplido». Le ha hecho gracia. Me he venido a casa sin multa a transcribir esto.

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