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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Manuscrito

Lo mejor de escribir es corregirte. Yo mejoro especialmente, pero no es vanidad, es porque parto de muy bajo. Es como ayer, que me dijo un amigo que yo sería mejor ministro de Cultura que el que hay. Sé que lo dijo con cariño, pero objetivamente no es un elogio exagerado.

El otro día puse este aforismo en Vozpópuli: «La gran ventaja moral del escritor es haber experimentado de primera mano cuánto nos mejora una buena corrección». Han pasado cuatro días y sigo de acuerdo.

La publicidad de JB es muy buena, porque así estoy yo, a punto de ser sepultado por los borradores borrados; pero también me emociona porque unos Reyes Magos me trajeron de regalo ese cartel publicitario enmarcado, tras haberme oído que así era la vida del escritor. No sospecharon que me refiriese al whisky. Y tenían razón.

Me pasa algo siempre y siempre me sorprende. Los amigos que me ayudan a corregir tienen el manuscrito. Yo voy cambiando cosas y empiezo a lamentar muy amargamente que no tengan la última versión, con todas las correcciones esenciales que se están perdiendo. Cuando me llegan sus correcciones, han encontrado siempre otros puntos flacos distintos de los que yo encontré. Pienso, aprovechando que es tiempo de propósitos, que nos puede pasar algo parecido en nuestras luchas por mejorar. Las vemos esenciales, pero desde fuera ven otras cosas… que también necesitan mejorar.

Siempre que mando mis manuscritos me acuerdo del aforismo excelente de Carlos Pujol en Cuadernos de escritura: «Enseñar un borrador es como mostrarse en paños menores».

Pero cuánto agradecimiento. Cuando un amigo o una amiga te corrige un libro es como si volcase sobre él toda su formación, su sensibilidad, sus experiencias, sus lecturas. Con uno bromeaba cuando Gracia de Cristo. Cuando el Señor en el Juicio Final hiciese sus preguntas del hambre y la sed, dirá también: «Tuve falta de lecturas y me diste bibliografía imprescindible». Y mi amigo podrá levantarse y dirá: «Sí, lo hice con uno de tus pequeñitos en paños menores que se llamaba Máiquez». Esta vez un amigo me proponía aquí y allá expresiones más precisas y yo sentía como el libro se enriquecía también con un vocabulario que no es el mío y con giros sintácticos preciosos que yo no uso. Max Jacob –felizmente de moda gracias a un artículo espléndido de Juan Manuel de Prada– en sus impagables Consejos a un joven poeta animaba a esta variedad formal que me regalan cuando yo no daba abasto.

«La escritura nos sirve para simular la sabiduría», dijo Borges; y la amistad para asimilarla.

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