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Vizcaíno Casas: valencianos por el mundo.

En una carta del 4 de marzo de 1966 dirigida a Carmen Laforet desde Los Ángeles, el escritor Ramón J. Sender le decía: “Aquí sólo tuvo éxito un escritor -Blasco Ibáñez- y fue más como masón, tenor de ópera, torero y otros excesos”.

Y es que si tengo que elegir a un representante ché de la literatura, no me quedo ni con el Tirant lo Blanch de Joanot Martorell, ni con Cañas y barros de Blasco Ibáñez ni con la obra de Màxim Huerta (disculpen que no vaya a buscar ningún título y acepten la ironía). 

Háganme caso, su hombre en la tierra de las flores de la luz y del amor, es Fernando Vizcaíno Casas.

El autor valenciano nacido el 23 de febrero de 1923 se especializó en derecho laboral antes de dedicarse a las letras. Debutó como crítico de cine en 1948 en el diario Acción, del Sindicato Español Universitario. Como abogado laboralista se centró en la industria del cine, el teatro y los derechos de los actores. Llegó a publicar un Diccionario del cine español entre 1896 y 1966 y como dramaturgo y guionista obtuvo numerosos e importantes premios de teatro.

Sin embargo, su verdadera vocación era el periodismo, llegando a trabajar como columnista para El Alcázar o Interviú. Participó, sin olvidar su faceta de guionista, en las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, así como en los guiones de varios programas de televisión o cine.

En su obra ¡Viva Franco! (con perdón) de 1980 su defensa del franquismo como régimen que sienta las bases que permiten el posterior crecimiento económico y desarrollo social de España es explícita. Que es muy de derechas, ya es evidente en sus novelas anteriores; que le leemos por eso, también. A sus novelas hemos venido por la fina, sutil e inteligente ironía y porque Fernando Vizcaíno Casas era un señor “de los que no sale a la calle sin corbata, llama señoritas a las muchachas y lee el ABC (el de antes, claro)”, como dice algún lector.

El autor es un nostálgico del anterior régimen  y del pensamiento de José Antonio Primo de Rivera, que considera que no se ha sabido transmitir de manera imparcial a las nuevas generaciones, y por eso escribe Y al tercer año resucitó, una obra de historia ficcionada en la que describe a la sociedad española postfranquista…con un Franco resucitado. Fue su primer éxito de ventas.

Sus dos vertientes como novelista están magistralmente entremezcladas. Por un lado actúa de puente cultural entre la dictadura y la democracia, por otro es un excelente observador y escritor de usos y costumbres. En sus novelas más políticas critica con humor, pero acierto, los defectos de una recién estrenada democracia que venía a redimirnos de los males del franquismo. Inevitablemente, los gobiernos socialistas de Felipe González son su blanco favorito. La crónica política en clave de sátira se le da de maravilla. Le bastó tan sólo un año para verlas venir: en 1976 publica De camisa vieja a chaqueta nueva, retratando a un militante del bando nacional desde el inicio de la Guerra Civil hasta el inicio de la Transición, en la que nuestro amigo se ha reconvertido en representante sindical de izquierdas, como forma de adaptación al medio y de conservar los privilegios que otorga en cada momento estar al cobijo del gobierno de turno.

En los 80, con un poco más de perspectiva y mucha capacidad de análisis, publica Las autonosuyas donde, otra vez en forma de crónica desencantada y humorística, se hace eco del debate sobre las autonomías que se dio en los 70. Una vez más, se diría que Vizcaíno Casas “lo vio venir”.

En 1989 el vicepresidente del gobierno, Alfonso Guerra, le da el título de su nueva novela al declarar aquello de “nosotros, los descamisados”, refiriéndose al votante del Psoe. Los descamisados es una sátira, una burla sarcástica de distintos aspectos de la sociedad de la época convertida en novela atípica según el autor. Para los nostálgicos, está plagada de referencias culturales de los 80; para los escépticos de los diferentes partidos políticos, se trata de un liberal atizando a los socialistas sin perder la sonrisa ni la elegancia. Escribe sin tabúes pero no hiere. Es preclaro con una democracia que se llenó –y continua repleta- de arribistas y mangantes.

Fernando Vizcaíno Casas publicó sus memorias, Los pasos contados (mismo título que la autobiografía novelada del columnista Corpus Barga), en tres tomos. Las nuestras, nuestra memoria, en varias novelas. Como escritor costumbrista es insuperable. Hijas de María (1983) hará las delicias de aquellos de la “terreta” que vivieron los 50. A partir de las vicisitudes de un grupo de alumnas del Sacre Coeur podemos recordar o conocer los veraneos, las costumbres familiares y sociales, los usos del noviazgo y la Valencia de la época. Vizcaíno Casas es un maestro en la construcción de personajes y de la precisión descriptiva, un inteligente y sagaz cronista de una época. Hijas de María supone un cambio de tercio respecto a Niñas … ¡al salón! (1976). Una vuelta a las familias bien y su día a día después de narrar, de nuevo con humor y a través de 15 cuentos, el de las casas de lenocinio. El título recuerda a la orden con la que la madame llamaba a las chicas para ser presentadas a los clientes. Encontrarán humor, chascarrillos y elegancia. Relatos tragicómicos, picaresca del mundillo. El erotismo no puede ser más anecdótico en los libros de Vizcaíno Casas en los que está presente por exigencias del guión (La boda del señor cura -1979 o Chicas de servir-1985).

Con más de 4 millones de libros vendidos e importantes premios en su haber como el de Escritor del año en 1984 por la editorial Planeta y el gremio de lectores, la Medalla de Oro al Mérito al Ten 2001, su membresía en el Consejo Valenciano de Cultura, el Premio Nacional Benito Pérez Galdós de novela, y un largo etcétera, y habiendo sido traducido a idiomas como el chino, francés, portugués o japonés, Fernando Vizcaíno Casas muere en Madrid a los 77 años. Su novela Nietos de papá, secuela de Hijos de papá (“cuando los hijos se hacen padres, la dictadura se convierte en democracia”) se publicó de manera póstuma.

En una época en la que se pretende reescribir la historia y en la que todo lo que contradiga el relato fabricado es susceptible de resultar “cancelado”, no deberíamos perder de vista a los cronistas ajenos a la miopía política y testigos de aquellos tiempos. Si además nos lo cuentan con humor corrosivo, visión crítica y haciendo sátira política, es un deber moral rescatarlos del olvido.

 

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