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Reseñas
literarias
Isak Dinesen

El festín de Babette

por:
Carlos Marín-Blázquez
Editorial
Nórdica
Año de Publicación
2006
Categorías
Sinopsis
En un aislado pueblo de pescadores en la costa danesa, la comunidad practica, en el sentido más estricto, los principios religiosos que el pastor ha predicado durante años. Cuando éste muere, sus dos hijas continúan adelante con su obra y su palabra. En 1871, durante la guerra franco-prusiana, una joven francesa encuentra refugio en el austero hogar de las dos hermanas. Su llegada al pueblo representa la aparición del extraño en el paraíso. A pesar de que la joven convive durante catorce años con ellos, los fieles adeptos a la palabra de Dios la consideran un ente ajeno a la gracia divina. Un día, Babette desea agradecer su hospitalidad ofreciéndoles un banquete en honor del difunto padre...
Al hacer de la literatura un viaje hacia lo imaginario, la frágil baronesa de Rungstedlund no rehuía responsabilidad moral alguna. Por el contrario, contribuía —distrayendo, hechizando, divirtiendo— a que los seres humanos aplacaran una necesidad tan antigua como la de comer y adornarse: el hambre de irrealidad.
Isak Dinesen

El festín de Babette

La biografía de Isak Dinesen (seudónimo literario de la escritora danesa Karen Christentze Dinesen) reúne unos cuantos elementos llamativos. Nacida en 1885 en el seno de una familia aristocrática, una significativa parte de su peripecia vital se dio a conocer al mundo a raíz del estreno en 1985 de la multipremiada película Memorias de África, inspirada en el libro autobiográfico que la escritora publicara en 1937. Allí Dinesen narraba la vida que llevó en Kenia (a la sazón colonia británica) durante los diecisiete años en que intentó sacar adelante una plantación de café que acabó por arruinarla.

Pero la parte del libro que se erigió en el fundamento de la película es la que se consagra a describir, de un modo un tanto estilizado, la historia de amor adúltera que vivió con el piloto inglés Denys Finch-Hatton. Dinesen estaba casada por entonces con el Barón Bror Blixen, un tarambana empedernido y un administrador incompetente que, por si fuera poco, y a resultas de su vida disoluta, le contagió a su mujer la sífilis. Tras divorciarse del barón -contra el propio deseo de Dinesen-, en 1931 muere su amante Finch-Hatton al estrellarse en Kenia la avioneta que pilotaba. Es entonces cuando la escritora, prácticamente sin recursos, regresa a Dinamarca, a la casa familiar de Rungstedlund, donde vivirá en adelante en compañía de su madre.

En paralelo a la debacle sentimental y al naufragio económico en que se enmarca ese periodo de su vida, transcurre una existencia mucho menos estruendosa, más íntima y artísticamente fecunda, y que no tardará en revelar sus mejores frutos. Así, en 1933 consigue publicar en los Estados Unidos Siete cuentos góticos, que al poco de ver la luz obtendrá un éxito enorme. Esta creciente repercusión que va alcanzando su obra (en 1957 está a punto de ganar el Nobel y ese mismo año es nombrada miembro de la Academia Norteamericana) se ve sin embargo ensombrecida por una salud quebrantada en extremo, martirizada con varias operaciones de estómago y espina dorsal que reducen su cuerpo a una encogida silueta de apenas 35 kilos de peso. La propia escritora, dueña de un carácter fuerte y una peculiar manera de entender la existencia, no se priva de asumir un papel activo en el agravamiento de su estado a través de una extravagante dieta basada en la ingesta casi exclusiva de ostras y champán.  Es famosa la anécdota del almuerzo con Arthur Miller en la que al recriminarle el dramaturgo norteamericano lo demencial de su régimen, la escritora, fulminándolo con la mirada, le espetó: “No sé nada de eso. Pero soy vieja y como lo que quiero”.

Este temperamento de acero, indispensable por otra parte para sobrellevar el cúmulo de adversidades a las que Dinesen debió hacer frente en el transcurso de su vida, en absoluto resulta incompatible con una sensibilidad literaria que en El festín de Babette alcanza cotas sublimes. Dado que se trata de una novela corta o un cuento largo, como se prefiera catalogar, sólo apuntaré aquí algunos datos que ayuden a centrar la trama sin desentrañar más de lo indispensable lo sustancial de su contenido. En 1871, a Berlevag, un pequeño pueblo de Noruega que alberga una piadosa comunidad de puritanos, llega madame Babette, huyendo de un Paris sacudido por los tumultos revolucionarios. Lleva consigo una carta de recomendación para dos hermanas, Martine y Philippa, hijas del difunto deán que años atrás había fundado la mencionada comunidad. En un primer momento, las hermanas son reticentes a acoger a una mujer sospechosa de revolucionaria y susceptible, además, de difundir eventuales influencias papistas entre los habitantes del lugar, pero finalmente acceden a prestarle su ayuda a condición de que acepte vivir según las austeras normas que rigen el devenir de una secta cuyos miembros han renunciado a los placeres de este mundo en aras de merecer la recompensa de una estancia sin fin en la Jerusalén Celestial.

Desde el primer instante, Babette acepta con sencillez su nuevo papel al servicio de las hermanas. Su discreción y eficiencia le hacen ganarse el aprecio de todos: “En el transcurso del tiempo –relata el narrador-, no pocos de la hermandad incluyeron el nombre de Babette en sus oraciones, y dieron gracias a Dios por la callada desconocida, la oscura Marta de casa de sus dos fieles Marías. El sillar que los constructores casi habían rechazado se convirtió en piedra angular del edificio”. 

Contra lo que una mirada escéptica se apresuraría a dictaminar, las referencias evangélicas distan de ser irónicas. Al contario. La trama de El festín de Babette avanza hacia la recreación de una cena milagrosa que, años después de su llegada al pequeño enclave de Berlevag, la protagonista prepara para doce miembros de la comunidad que le ha ofrecido refugio. No sólo la cena, sino también sus preparativos, componen un canto a la generosidad sin tasa de Babette, que vuelca todo su talento y su capital en corresponder a la hospitalidad que ha recibido de sus benefactores a través de una sola ocasión que dejará en los agraciados una huella de dicha indeleble. Las palabras con que se describe la atmósfera en que acontece esta transformación interior que casi inadvertidamente se va apoderando de sus protagonistas son de una hondura conmovedora: “La grey del viejo deán estaba formada de gente humilde. Cuando, pasado un tiempo, pensaban en esa noche, nunca se les ocurría que aquella exaltación se debiera a sus propios méritos (…). Las vanas ilusiones de este mundo se habían disuelto ante sus ojos como el humo y habían visto el universo como verdaderamente es. Se les había concedido una hora de eternidad”.

La ironía del caso –esta vez sí- procede del hecho de que los austeros luteranos conocen esta súbita metanoia, esta amorosa transformación del modo en que se miran unos a otros, no a través de las severas normas y los circunspectos rituales en que se habían acostumbrado a que se desenvolvieran sus vidas, sino por medio de la fastuosidad de un banquete que, desde el principio hasta el fin, en cada uno de los detalles de los que Babette ha cuidado con un denuedo febril, representa una celebración de los sentidos y un acto de gratitud sin límites a la abundancia de los dones terrenales.  

Hay en esta breve historia mucho más de lo que a primera vista parece. Están contenidos en ella el dolor por las oportunidades perdidas y por la oscuridad de unas vidas que caminan hacia su ocaso; pero también, escenificado a través de una nítida simbología eucarística, el disfrute de las primicias de una felicidad ultraterrena y la satisfacción legítima de quien emplea su talento en aliviar la aflicción de su prójimo y dar así sentido a su propia existencia:

-“Entonces, ahora será pobre toda su vida, Babette.

-¿Pobre? –dijo Babette. Sonrió como para sí-. No, nunca seré pobre. Ya les he dicho que soy una gran artista. Una gran artista, Medames, jamás es pobre. Tenemos algo, Medames, sobre lo que los demás no saben nada”.  

Es justo en ese ámbito acerca del cual “los demás no saben nada” donde, en el caso de este relato tan breve como en última instancia misterioso, el vuelo libre de la creatividad se entrecruza con la generosidad y la pureza de un alma exigente. 

 

 

        

 

Temática:
La cena como experiencia de fraternidad y gratitud.
Te gustará incluso si:
has visto la película del mismo título dirigida por Gabriel Axel y que en 1988 ganó el Oscar a la mejor película en habla no inglesa.
Leélo mientras escuchas:
La Suite Holberg, de Edvard Grieg.
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