Don Álvaro de Figueroa y Torres (1863-1950), conde de Romanones, es una de las figuras políticas más importantes del siglo XX español. Adscrito al partido liberal, protagonista recurrente de la Restauración, fue de manera sucesiva alcalde de Madrid, ministro de Educación (Instrucción Pública), Agricultura, Industria, Justicia e Interior, presidente del Congreso, presidente del Gobierno (tres veces) y presidente del Senado. Fue siempre diputado por Guadalajara con la monarquía, con la II República y con las Cortes de Franco. A pesar de lo decisivo del personaje, no había un gran volumen de referencia que diera cuenta de su trayectoria. Eso ya está hecho con el Romanones que ha publicado Guillermo Gortázar, seiscientas ochenta y seis páginas colmadas de información y documentación que arrancan con el origen del clan familiar y culminan en los herederos, en particular con el marqués de Santo Floro. Por el camino, Gortázar va desplegando el periplo vital de Romanones al paso que nos cuenta las vicisitudes de la España de Alfonso XIII, nuestros años diez y veinte, tan ricos en enseñanzas para la España de hoy, cien años después.
Junto al despliegue masivo de informaciones, textos, documentos y relatos, Gortázar sostiene una tesis de fondo: el propósito de Romanones, como el de otros grandes nombres de la Restauración alfonsina, fue guiar la política española hacia un escenario de democracia plena, una suerte de transición que las circunstancias del momento no permitieron completar. ¿Qué circunstancias? Entre otras, los intereses de una clase industrial no siempre lúcida, la vis revolucionaria de una izquierda no más aguda y la actitud del propio Alfonso XIII. El régimen liberal de la Restauración, perfectamente homologable al de otros países europeos en materia de libertades públicas, podía haber ido venciendo paulatinamente los restos heredados del siglo XIX, desde el caciquismo electoral hasta un mapa social injusto, pero no supo o no pudo gobernar las fuerzas que obstaculizaban ese proyecto. Por el camino quedaron obras legislativas de gran importancia en materia de educación o protección social, y en ambas, por cierto, está la huella de Romanones.
¿Objeciones? Sólo una, aunque es verdad que habría duplicado el volumen del libro, y es esta: creo que muchos lectores habríamos agradecido que Gortázar entrara más a fondo en el lado oscuro de Romanones, ese lado que sus críticos fustigaron sin cesar. En una trayectoria política tan larga, tan intensa y tan decisiva, hay algunas preguntas que quedan en el aire. El alcance de la oposición entre Canalejas (asesinado en 1912) y Romanones al frente del liberalismo español. El trasfondo del belicismo de Romanones en 1914, que es difícil separar de los intereses de la oligarquía industrial española. Las conexiones del protagonista con el dinero francés. La influencia o no de Romanones en la forma de afrontar la gestión del protectorado de Marruecos. Su papel en el abandono voluntario de Alfonso XIII, la caída de la monarquía y la inmediata llegada de la II República… Entre otras cosas. Es verdad que Gortázar despacha algunos de estos asuntos en el capítulo “La leyenda negra socialista de Romanones”, y el propio autor me rebatió a mí, personalmente, que no es difícil encontrar las respuestas a lo largo del volumen, pero, aún así, mi impresión en este punto -y subrayo, sólo en este- es de insatisfacción.
Por lo demás, lo más ajustado a la realidad que se puede decir de este monumental trabajo es que llena un hueco y que lo hace de manera probablemente definitiva, porque cuesta imaginar que nadie vaya a disponer en un futuro del material con el que ha contado Gortázar: no sólo los archivos y el repertorio documental, sino, de manera muy señalada, el contacto personal con quienes aún conocieron al Romanones de carne y hueso. En definitiva, he aquí el “Todo Romanones”. Nadie que quiera estudiar este periodo podrá prescindir del libro de Gortázar.