Toda la verdad sobre los señores de provincias, publicado por Los Aciertos y Pepitas Editorial en tándem, nace en julio de 2022. En ese tiempo verbal, en ese presente, que es el que se utiliza para los clásicos —«Calderón nace en Madrid»—. Y es que yo creo que cualquiera que lea esto de Bruno Belmonte lo terminará considerando un clásico. Quizá no un clásico de aquellos, pero sí un libro que te hace sentir bien, cómodo, como en casa de los abuelos; que dice un puñado de verdades universales en las que quien más y quien menos se puede ver reflejado y que te hace reír. Por esas cosas, y por el hecho que algún día lo reeleré, en mi humildísima opinión, Toda la verdad sobre los señores de provincias bien puede ser definido como clásico, en esta nuestra improvisada acepción.
Toda la verdad sobre los señores de provincias tiene un índice de contenidos que da gusto ver, que ya le mete a uno ese apetito de devorar inmediatamente todo lo que Belmonte dice. La vida en la provincia, La vida del músico ambulante y La vida moderna son los tres bloques en los que se agrupan sus disertaciones sobre la vida en provincias y la vida misma, con títulos tan apetecibles como Pan y prensa, Spleen de septiembre, El Lamborghini diablo o ¿Quién paga todo esto? Episodios en los que a modo de disección o de diatriba, quizá, analiza y desmenuza lo que es, para él, la vida de un señor (ito) de provincias, el retrato de los jóvenes malvados y de aquellos niños de derechas, que diría Paco.
Toda la verdad sobre los señores de provincias tiene un toque Camba, un toque Pla, un toque Ruano, un toque Leguineche, un toque Umbral —ya les decía—, en fin, un toque de todos esos clásicos. Tiene, por qué no decirlo así, ese toque tan de provincias y costumbrista que nos gusta y que tanto echamos de menos en la literatura de hoy, aunque alguno haya por ahí luciéndolo. «La provincia empezó a morirse el día en que mi generación decidió sustituir las alubias por el cuarto de libra con queso. Es lo que tiene jugar con las cosas de comer, que se empieza haciéndole ascos al bacalao con tomate y uno termina perdiendo el rumbo en la vida, cayendo en el veganismo o en la quinoa», dice Belmonte. Y qué razón tiene.
Esta apología de la vida de siempre, de la vida feliz, hace un recorrido sentimental por lo que muchos señoritos de la España vaciada hemos —permítaseme la autocalificación— vivido. Belmonte nos hace que esas travesías del desierto que son los viajes a la capital, por las interminables autovías a Madrid, en mi caso la León-Benavente, se nos hagan cortas, y es que ha escrito el guion de una especie de Road Movie patria, que sabe un poco a Rafael Azcona y a Berlanga. «A mí, lo de haber pasado muchas tardes de domingo en provincias me ha frenado mucho para ser un hombre de acción. Y eso que armas no me han faltado… Pero me han frenado las tardes de domingo». Pues para esos, y para muchos otros, va escrito este Toda la verdad sobre los señores de provincias. Vamos, creo yo. Recuerda mucho a aquel poema de Jaime Gil de Biedma que rezaba algo así como «En un viejo país ineficiente algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia». Lo que pasa es que, en lugar de ese pueblo junto al mar, esto ocurre en aguas del Ebro, en Logroño mismo.
Por último, o mejor dicho, last but not least, ha de gritarse un chapó bien alto por la magnífica edición en la que se nos presenta todo esto de Belmonte. Y es que aquí nos gusta —y mucho— que se cuide tanto el fondo como la forma, vamos, eso que se llama mimar al lector. Los aciertos y Pepitas Editorial lo han conseguido, y con creces. Autor y editoriales, a seguir. Y nosotros a leer.