Bajo cierta luz, combinación de circunstancias o de testimonios, todos somos, hemos sido o seremos «tóxicos». El manoseo de esta palabra alcanza cotas psiquiátricas cuando nos detenemos en el fenómeno del desamor y la ruptura de pareja. Es este un concepto que se lanza sobre el otro a modo de granada, de bomba de racimo. Nada crece tras él.
Jesús Beades, sevillano del 78, poeta de la experiencia con cinco poemarios hasta la fecha, músico, articulista, etc., ganó el accésit del XXXII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y la correspondiente (y siempre prestigiosa) edición de sus versos en Visor, con un libro sobre la toxicidad pero alejado de ella en su procedimiento. En esta obra hay gritos y amenazas, hay, desde los primeros versos, “bruma de reproches” y “charco de miseria”. Son los cascotes de un buque reventado, esa barca del amor que se estrelló contra la rutina de la que hablaba Maiakovski.
Pero lo característico de este poemario es la combinación de una honestidad brutal (como el álbum de Calamaro) con el alejamiento de la tendenciosidad. En ningún momento este libro, con su panoplia de miseria del desamor moderno (de conceptos jurídicos y psiquiátricos: orden de alejamiento, terapia, bipolar…) suena a justificación. Es precisamente el carácter genérico del poemario, en el que Beades ha eludido las pistas personales, lo que hace que llegue muy hondo al lector, que lo llena con sus experiencias.
Odi et amo, decía Catulo. Sabemos que las dos cosas son posibles de manera contemporánea y de forma confusa en los días cruciales del desamor. De modo que el yo poético de Beades puede cenar con nostalgia en el tazón que dejó abandonado su amada y puede rememorar un grueso «hija de tal» ante un cónclave de mediadores. La extraña rutina de un hombre solo, a cuestas con el trauma, se apodera de estos versos. Beades repasa con obsesión los objetos y las circunstancias, pasea como un espectro («a qué vienes jesús? Ya te he olvidado») por un piso que ya no es suyo.
En el fondo, en Orden de alejamiento, libro muy engarzado («como si fuera un único poema fragmentado», destaca la editorial) y también sumamente ágil gracias a la ausencia de puntuación, a veces casi un desahogo ansioso de esos que lanzamos por WhatsApp sin reparar en la ortografía, late una necesidad alquímica de trasmutar el odio en belleza, la destrucción en sentido.
Así, en el desolador poema Bebé, concluye Beades a modo de plegaria «por este amor que tuvo su belleza /que tuvo su verdad y tuvo vida / que latía y murió/ entre insultos mentiras y amenazas».