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Reseñas
literarias
Juan Abreu

Eros y Política

por:
Jesús Beades
Editorial
Alegoría
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
Eros y política es un caústico retablo de la vida política española. Contiene ciento treinta y nueve retratos humorísticos de políticos y otras personalidades del mundo cultural tales como periodistas, actores, o estrellas de la televisión. Están escritos en español y presentados con pequeñas biografías de cada personaje, lo que permite situarlos en un contexto social e histórico. Anclado en una larga tradición que tiene como ilustres antecedentes a Jonathan Swift, Rabelais, Quevedo y  Aretino entre otros, estos textos pertenecen a un largo y rico acervo satírico que pretende provocar, siempre desde el humor, una meditación seria acerca del papel de la política en la vida de los ciudadanos. No hay nada sagrado, parece decirnos el autor de estos textos, y sin burla y alegría la vida es mucho más triste de lo que debería.
Juan Abreu

Eros y Política

Al abrir el libro de este septuagenario exiliado cubano nos asalta una certeza: cuenta ya de antemano con nuestra benevolencia debido a su condición política. Todo exiliado anticomunista tiene mis simpatías, para empezar. Todo cubano, desde el momento en que abre la boca, a decir verdad (justo lo contrario que un argentino). Nuestra cubafilia no es compartida por Abreu, por cierto, que se refiere a su patria como «la isla pavorosa» y ve el hecho de ser cubano como una gran tara mental. Comparte Abreu con Guillermo Cabrera Infante la tendencia a la coña marinera indesmayable, y la salacidad de amplio espectro, pero que en este llega a cansar por infantil y juguetona y en aquel tiene un poso de cultura y un dardo siempre envenenado y dulce que no aburre. Lo que en La Habana para un infante difunto (ya el título es paráfrasis paródica) es gag recurrente y tono frívolo constante, en Eros y Política –a priori una lectura ligera, de aeropuerto o hamaca– es una carga de profundidad y antropología en pequeñas dosis. Y, además, se parte uno de risa.

Redención a través de la carne

En estos ciento cuarenta retratos («o lo que sea» dice la nota a esta segunda edición), Abreu repasa la nómina de la actualidad política –en sentido amplio, también aparecen Jiménez Losantos y Javier Bardem–, comentando el factor erótico y la personalidad del retratado, además de llevar una viñeta dibujada por la esposa del autor. En todos hay mordacidad, disparos con bala, pero también ternura; apreciación de la humanidad del sujeto representado, de lo redimible hasta en los casos más aparentemente imposibles. Y para Abreu la redención siempre significa sexo. El sexo es la piedra de toque de una sociedad, sostiene el autor, y la medida de la libertad sexual simboliza la medida de la libertad en general. Contra esta última afirmación se podrían oponer muchos argumentos, naturalmente, pues la cacareada liberación sexual del 68 ha devenido en angosto callejón sin salida (olor a pis y basura), en este siglo XXI occidental que se contorsiona entre el sempiterno anhelo de amor romántico y las ganas de coyunda sin consecuencias; dando así lugar al poliamor (es decir, inventando la pólvora) y a la soledad del satisfayer. Y vuelta a empezar. Pero, al margen del juicio que nos merezca su posición ética, en la prosa de Abreu late una pasión humana, un regodeo moroso en la humanidad real con sus costuras y mollas, una apreciación del ser humano como lo quiso Dios, y no la MTV, que produce alegría de vivir y transmite una especie de compasión, de mirada benévola. Además, sus juicios políticos y sociales son muy divertidos, no solo por lo que afirma –alguien de izquierdas lo encontrará menos divertido, claro– sino por cómo lo hace.

Cayetana Álvarez de Toledo destaca en el prólogo la libertad de espíritu de Abreu y su indómita singularidad en una sociedad de capellanes y censuradoras (texto, el de Álvarez de Toledo, bastante sueltecito y picarón, por cierto). También le dedica Abreu un retrato a su cuello florentino, su voz hipnótica y su cerebro sexy, perdonándole los muchos «huesitos» de su cuerpo. Desde luego, el libro es incorrectísimo, pero la gracia no radica ahí, sino en que el autor parece ignorar que está siendo transgresor (los transgresores autoconscientes son una pesadez: «Mira qué transgresor soy ¡que me mires, coño!») y deambula por sus opiniones con la naturalidad del que no rinde cuentas a nadie, no cobra de ningún partido y no ha de guardar una imagen presentable por si algún día le cae en suerte la prebenda en forma de Instituto Cervantes o Premio ídem. Es la suya la libertad del paria y su estilo lo transmite todo el tiempo, para nuestro regocijo. ¿Saben ustedes la de veces que ponemos en Whatsapp emoticonos de risa con lágrimas y en realidad ni siquiera hemos esbozado una sonrisa? Pues aquí sí, aquí me he reído fuerte, para inquietud de mi perro, mi gato y mi hijo Nicolas, que andaban enredando cerca mientras yo estaba repantigado con este libro. 

Follar con el estilo

En cuanto a estilo, me han resultado geniales tres recursos, muy sencillos y expresivos a la vez. Uno de ellos es la deliciosa adjetivación, que amplía el territorio de la descripción hasta territorios líricos o surreales:

«Hay pijas y pijas. Está la pija auténtica, que va por el mundo como si el dinero no existiera ¡y lo exuda!, una clase de pija que a los muertos de hambre como yo (de cuna) les provoca un erotismo turbio, complejo. Porque no es lo mismo follar con una mujer que con toda una clase social. Tiene su poso. Hay una lucha entre el fulgor apolíneo y el chapoteo dionisiaco en la pija auténtica que le confiere una hembracidad única, embarrada y lírica».

También tiene adjetivos encomiásticos para figuras masculinas:

«Me gusta Iceta. Sus mejillas rubicundas y su delicada papada que, paradójicamente,  contribuye al encanto de su rostro casi redondo en el que destaca una boquita de esas chuponas, o así yo les digo, y unos ojillos lascivos al tiempo que soñadores».

Por otro, el uso de los puntos. Incorrecto (según la norma) y personalísimo, más propio del lenguaje de las redes sociales. Perfecto para darle parones abruptos a su acelerado despotricar o encomiar:

«La alcaldesa, en cuanto habla, evidencia su burricie. Pero. Eso nunca ha sido un obstáculo para considerar a una persona sexualmente atractiva».

«La piel es fundamental para lo erótico como se sabe, si la señora Calvo tuviera por poner un ejemplo la piel de las nalgas del señor Iceta, que imagino delicadas  como las de un angelote de Rubens, lo erótico le sonreiría. Pero. Ay. Esa piel»

Por último, y en sentido contrario, la coma;  o, mejor dicho, su ausencia. En el último párrafo de cada capitulito concluye con un resumen de lo anteriormente expuesto y en él llama la atención la ausencia de comas en las enumeraciones. Le da un toque infantil que emula, de nuevo, la redacción apresurada de un tuit, pero del que se entiende la intencionalidad estilística, de mofa, befa y escarnio:

«La señora Mendia trae a la política española el erotismo crónica roja el pelo paja reseca el semblante alud la nariz mazacote la boca pecio los párpados con sobrepeso las fosas nasales king size las caderas potranca y mi sueño de follarme a una torturadora estalinista o a una asesina del bando rojo en 1936».

Gamberrismo y genialidad condensada, que se agradecen mucho. Algo bueno había de salir de la política patria.