60 años hace que murió C.S. Lewis. Como en otros casos, podría aprovecharse la efeméride para reflotar la obra del autor, pero en el caso del británico no hace falta. Sus libros han trabajado sin desmayo desde su partida, de modo que podemos decir que Lewis aún no ha muerto del todo, incluso que, si bien bajo tierra, goza de una envidiable salud editorial, la única que a largo plazo preocupa a los escritores. Al menos en ese sentido, el bueno de C.S. Lewis estará descansando en paz.
Y lo mismo cabe decir de los otros dos miembros ―G.K. Chesterton y J.R.R. Tolkien― de lo que en mi cabeza siempre ha sido un tridente. Estos tres caballeros cristianos, con tantas felices afinidades entre sí, aún no han acabado de contar lo suyo ni nosotros nos hemos cansado aún de escucharlos. Y aunque las comparaciones son odiosas y desde ya me reconozco chestertoniano hasta las trancas, admito que Lewis tiene las de ganar. En primer lugar, porque es el más claro de los tres, y la claridad es lo que más te acerca a la eterna juventud. Y segundo porque, sin aventajarlos en sus respectivos dominios, tiene algo de ambos, un término medio entre el apabullante genio de Chesterton y la erudita minuciosidad de Tolkien. Por decirlo de otro modo, si Chesterton y Tolkien se hubieran sobrepuesto a los impedimentos biológicos y hubieran engendrado un hijo, este habría sido clavadito a C.S. Lewis.
Como fuere, decía, la salud editorial de Lewis es envidiable. Está hecho un chaval. Así lo demuestra, por ejemplo, la biblioteca que Rialp está consagrando a su obra. Hasta la fecha han publicado 13 libros, entre los que se encuentran clásicos como Mero cristianismo, Los cuatro amores, Dios en el banquillo, El gran divorcio y, por supuesto, Cartas del diablo a su sobrino. Sin embargo, hoy quiero detenerme en el volumen que por ahora cierra la colección. Se titula Ensayos literarios selectos, está traducido por David Cerdá y es la primera vez que se publica en nuestro país, motivos todos ellos para no pasar de largo.
La propuesta de Rialp rescata una recopilación que Walter Hooper, albacea y consejero literario de la herencia de C. S. Lewis, realizó en 1969. Incluye todos sus ensayos literarios, a excepción, aclara el prólogo, de Estudio sobre literatura medieval y renacentista «y otros cuatro ensayos que no pueden incluirse en este volumen», supongo que por cuestiones legales. Como es natural, los escritos presentan una amplia variedad de temas, aunque todos pertenecientes al ámbito de la crítica e inclinados a la literatura en legua inglesa. Ahora bien, cualquiera que sea el tema que aborde, en cada uno de ellos reluce el luminoso y vivaz estilo de Lewis, así como su desenfadada y poderosa inteligencia.
Los hay generales, como el que abre el volumen, “De descriptione temporum”, donde Lewis propone un interesantísimo debate sobre la manera tradicional de dividir las épocas culturales; y los hay más específicos, como el que dedica al estilo y los temas de Rudyard Kipling o de Jean Austen. Los hay que acometen de frente, como el que señala los peligros de embutir las obras en el molde psicoanalítico; y los hay que mondan con paciencia la cuestión, a lo Sócrates, como el titulado “Lo culto y lo popular”, un ensayo del que el lector sale despojado y medio turulato.
Aquí no comparece el Lewis apologeta, sino el especialista, al fin y al cabo Ensayos literarios selectos está constituido por un rosario de cuestiones que podríamos calificar de académicas. Esto hace que no sea un libro para todos. Pero sí es un libro para algunos, y a estos algunos, que aún no habían tenido la oportunidad de leerlo en español, les va a encantar.