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Reseñas
literarias
Alberto Santamaría

Barrio Venecia

por:
Víctor Lenore
Editorial
Lengua de Trapo
Año de Publicación
2023
Categorías
Sinopsis
«Y un día la fábrica cierra. No es una sorpresa, pero sí la constatación de que algo se derrumba. Es febrero de 1992. Luego escucho música mientras mi padre habla con alguien en el descansillo, frente a la puerta de casa. Ignoro todo, pero me fascina el momento. Han luchado para que esto no ocurra, se han unido, pero la derrota es más fuerte. Y parece que en ella no hay aprendizaje posible. Al menos no en este caso». «Nuestra casa no es exactamente una casa y, por supuesto, mucho menos nuestra». La madre de Alberto Santamaría limpiaba los camarotes del ferry que hace Santander-Plymouth; su padre, trabajaba una fábrica de químicos; y su barrio, que pertenecía a la empresa, se llamaba Barrio Venecia porque se construyó sobre unos cenagales que terminaban por desbordarse cada vez que el Cantábrico se agitaba. «Nada hay tan cómico como la infelicidad» dice el autor. Este libro es lo contrario de una historia idealizada sobre la resistencia heroica de la clase obrera. Aquí tenemos unos padres socialistas que tratan de no desencantarse, un hijo que llega al comunismo por estética y un autor, ya adulto, que combina en su relato el profundo respeto por la miseria que vivieron sus padres, con la certidumbre de que siempre quiso huir de allí. Barrio Venecia. Casi una historia obrera se puede leer como una novela de iniciación, también como la crónica del fin de la industria en España y la del abandono a sus trabajadores; pero, sobre todo, es la historia de la amistad silente que crece entre un padre y un hijo mientras rebuscan en desguaces piezas que poder revender.
Alberto Santamaría

Barrio Venecia

Cantabria, años ochenta. Un adolescente de clase baja nos cuenta su vida cotidiana en uno de los vecindarios más pobres de la región.  El padre ha entrado joven a trabajar en la fábrica, en un puesto que no genera orgullo ni alegría, lo justo para alimentar a una familia y resguardarla en una infravivienda. Nos guía un narrador que despierta a la realidad: «En ese momento no sé qué es la clase obrera, y tampoco me interesa. Somos una familia sin raíces. Eso sí que lo sé. Eso sí que se me hace extraño. No tenemos pueblo», explica. El vacío posmoderno de los años ochenta, desde el punto de vista de quienes más lo sufrieron.

Cada vez son menos los relatos de vida de clase trabajadora que llegan a las estanterías de nuestras librerías. Contra todo pronóstico, muchos tienen enorme éxito: desde las memorias de Belén Esteban hasta el debatido ‘Feria’ de Ana Iris Simón, pasando por los recuerdos de juventud del rapero marxista Nega. Lo que aporta Alberto Santamaría y su potente Barrio Venecia es la cruda realidad de un chaval desorientado en barrio industrial, que recibe ese nombre porque lo poblaban «familias humildes que construyeron sus casas sobre lo que eran cenagales que terminaban de desbordarse cada vez que el Cantábrico se agitaba».  

Santamaría (Torrelavega, 1976) no es una firma cualquiera, sino que estamos ante uno de nuestros mejores poetas y críticos culturales. Su estatura se nota en cada página, especialmente en las que plasman la extraña doble condición del lugar de trabajo de su padre: «Odiar la fábrica es una exigencia en el barrio. En realidad, lo que quiero decir es que ese odio también funciona como un humus que nos sitúa en comunidad y provoca una implacable sensación de hermandad», recuerda. «La fábrica de productos químicos comparte piedra y textura con nuestro bloque de viviendas. Son uno y lo mismo, a pesar de todo», remata.

Los recuerdos del protagonista se articulan a través de su madre escuchando a Mari Trini, el robo de novelas en el supermercado Pryca y la sensación de habitar en los márgenes de la vida. «Hay un vínculo profundo e inexpresable entre la naturaleza y los desguaces, entre la vida y el desastre», advierte. Aparecen los ochenta en todo su esplendor: desde la alegría de Los Chichos y las verbenas populares hasta la omnipresencia de las drogas, pasando por la Reconversión Industrial del PSOE, que se lleva por delante la economía familiar condenándoles a la precariedad. El protagonista se identifica con las crónicas más duras de la realidad, como Hijos de la ira de Dámaso Alonso y las letras del grupo punk La Banda Trapera del Río.

La sensación de desamparo es total, expresada en frases tan afiladas como esta: «El problema es que siempre fue la clase obrera quien dio forma a la izquierda, pero ahora, ahora -repite como si fuera un redoble de tambor-, ahora sucede al revés: es la izquierda la que está loca, como borracha y desorientada, tratando de dar forma a la clase obrera. Estamos jodidos si pensamos que ese es el camino. Estamos de verdad jodidos». No hay redención ni nostalgia en el relato: «La memoria es una bolsa de basura con las asas rotas», asume.

A ratos, la novela toma tintes místicos, como corresponde a la mirada de un poeta, con frases demoledoras. «Solo partiendo del espíritu de la música comprendemos la alegría por la aniquilación del individuo», nos cuenta. Cada vez que pones un disco, uno intenso y rabioso, puedes olvidarte de tu condición y de tu entorno. «Hay una parte de mí -que crece día a día como una bola de sebo- que intensamente odia el barrio, que siente asco por todas esas personas desgraciadas al tiempo que profundamente desagradables, incómodas, pesadas. Necesito huir. Y lo intento», confiesa. Es más fácil decirlo que hacerlo, pero le ayuda una visión afilada, además de alérgica a romantizar la miseria, ni siquiera la pobreza.

El barrio sufre la epidemia de la heroína, el cierre de la fábrica y hasta un atentado del GRAPO con dos kilos de goma-2, sucesos reales que cambian la perspectiva del narrador. Cuando van a la playa, su madre tiene más miedo a una jeringuilla olvidada que a las olas del Cantábrico. Su padre descubre que la condición obrera tiene cierta dignidad cuando se ve obligado a trabajar en el sector de la comida basura. El joven Santamaría sobrevive a duras penas con lo que aprende en los libros, por ejemplo ese pasaje donde Karl Marx lanza una advertencia para Occidente: «La moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espíritus subterráneos que conjuró». ¿Cómo puede sobrevivir una familia cuando nada es seguro en el mundo?