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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Poner el diario al día

Segunda vez que me pasa en quince días. Le digo a alguien que eso que me cuenta sería un libro magnífico y me responde: «Sí, pero, como no llevé un diario, se me mezclan las fechas, el orden de los acontencimientos, los nombres de los protagonistas y las anécdotas». Lo peor es que llevo diez o quince años diciendo que hay que llevar un diario; y luego pasan los días a una velocidad de vértigo y yo tampoco lo llevo. Voy a poner hoy el diario al día.

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Qué desgarrón de tristeza. He hecho como todos los años el christmas familiar con dibujo de Carmen, villancico de un servidor y el colofón de Enrique. Leonor mira. La tristeza es por otra cosa. Mi hermana María me pide todos los años unos cuantos tarjetones para sus amigos. Este año me pide uno menos, porque una tía nuestra, prima hermana de mi madre, se murió hace unos meses. La veíamos muy poco y cuando murió lo sentimos mucho. Vivía en Murcia, y mi hermana era la encargada de mantener viva la llama. Uno de los hitos anuales del contacto era mandarle mi christmas. Qué tristeza.

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Una ilusión muy tonta. Siempre he presumido de parentesco con el poema escocés Norman MacCaig, el del poema triste. Ayer me descubrí otro primo poeta: el ruso Máikov, felizmente zarista, neoclásico y rural, para reforzar el vínculo.

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Les pregunto a mis alumnos si alguno pasa de camino a su casa por algún buzón para que me envíe los primeros christmas. Uno se ofrece muy servicial, diciéndome que de camino a su casa hay bastantes buzones. Yo le doy mis sobres muy agradecido. Otro alumno, Dios le bendiga, le pregunta qué clase de buzones son esos que él dice que hay tantos, porque en Puerto Real tampoco hay tantos buzones. Son los buzones de las casas particulares, en los que piensa ir dejando mis christmas como si fuesen la publicidad de una pizzería. Lo hemos descubierto a tiempo. Por los pelos. El encantador muchacho no tenía ni idea —tanta diferencia generacional existe— de lo que es un buzón amarillo de Correos.

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Quizá porque he releído Juan Belmonte, matador de toros de Chaves Nogales con renovado entusiasmo, me hizo mucha gracia que, al salir de la ducha tan repeinado, tan ceñido en su chaquetilla del pijama y con el pantalón tan —ejem— ajustado, me dijese de sí mismo: parezco un torero. ¡Y tanto! Viendo que le celebraba el paseíllo, se vino arriba. Cogió mi tableta, que es muy grande, y me dijo: «Mira mi muleta para torerarte» y me la mostraba toreando al natural. No lo decía por la rima, sino porque cada vez que le veo con la tableta enfurezco, bramo y literalmente embisto. Encima, tomó el mando de la tele, que también me mata, y lo utilizaba de espada. Le aplaudí la faena. Crecido con el éxito, se fue a la despensa y trajo una tableta de chocolate: «Esta muleta es para torear a mamá», porque Leonor está ahora muy interesada en que el niño adelgace y le embiste al dulce. Era una nueva versión de jugar al toro:

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Así predispuesto a todo lo taurino, qué belleza este tuit de Pureza. Para un angloanduluz convencido de la superioridad ética y estética de la Hispanidad es el non plus ultra. Más aún cuando me viene muy bien sosegarme en la cara del peligro, que voy corriendo como un bombero torero, y no es eso. Keep calm.

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Con Leonor casi nos marcamos un Il petto e la coscia a lo Indro Montanelli. Esto es, cuando los dos del matrimonio se fastidian mucho para hacerle la vida agradable al otro, sin darse cuenta de que se están fastidiando mutuamente con tanto sacrificio. En la obra de teatro de Indro, se ofrecían lo que les gustaba más del pollo, la pechuga o la pata, cuando al otro no le gustaba lo que le daban como una exquisitez. Hay otra historia de un matrimonio que estuvo treinta años yendo a los toros (precisamente) sin gustarle a ninguno de los dos, porque cada uno de ellos pensaba que al otro le apasionaban. En nuestro caso era por ver quién se quedaba con un coche. Yo creía que ella le haría ilusión conducir mi coche nuevo los días que voy a estar fuera y ella pensaba que a mí me daba miedo dejarlo en el aparcamiento del aeropuerto. Cuando ya estábamos a punto de hacer la más complicada y fastidiosa combinación para el cambio de coches, como en una película de gánsters, en la estación de trenes a medio camino, ha cantado la gallina y hemos visto que no hacía falta. Ya puedo seguir corriendo.

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