En una edición no venal de escasos ejemplares exquisitamente encuadernados, ha publicado José Mateos un poema largo, titulado Tratamiento y delirio (Edición privada, 2023). Esta sección del Barbero se propone, por principio, paliar la falta de tiempo de sus lectores con resúmenes esenciales, como hacía aquel barbero con su rey mientras lo rasuraba impecablemente. En este caso, también quiere paliar la falta de ejemplares. Sería una pena que este texto se quede en el círculo privilegiado de los amigos de Mateos.
El pudor del poeta se entiende, y es la única razón que explica que este poema no haya sido incluido en alguno de sus libros oficiales. Por el tema, el tono y la calidad podría haber cerrado o abierto, a modo de epílogo o de prólogo, La hora del lobo (Pre-Textos, 2023), el poemario en el que José Mateos reflexiona o/y canta sobre su convalecencia de un gravísimo cáncer.
El poema de Tratamiento o delirio se diferencia por su extensión y nada más. La música es más apagada, pero está presente y no habría desentonado de las canciones del libro. Tiene un sesgo más eliotiano, pero no habría sido óbice. En él hay canto y cuento. Se nos narra una sesión de quimioterapia en la planta más baja del hospital, entre otros enfermos, asistidos por enfermeras que no han perdido el aura sacra del cuidado.
El vuelo del poema describe una parábola que va del miedo cerval a la plenitud, pasando por el desprendimiento. Musicalmente se apoya en el estribillo de un vaso de agua que se pide y que se ofrece y que se va cargando, a cada repetición, de mayor profundidad simbólica. El miedo lo personifica una enferma que lleva «en sus manos un libro de autoayuda:/ Vivir en el presente. (¿Es que es posible/ vivir en lo que huye…)». Naturalmente no es casual, porque el eje de la reflexión es su relación con el tiempo. Al final de su sesión larguísima de quimioterapia, el poeta regresa al presente, pero lo encuentra de otra forma, hecho de eternidad concentrada en el instante y en el agradecimiento. La sala subterránea de la quimioterapia ha dejado ver algo más profundo que la sostiene.
La transformación no es forzada ni voluntarista. A veces se detecta el muy humano «síndrome de Estocolmo» del enfermo con aquellos que le cuidan. La enfermera se transforma en una ondina, una diosa de bata blanca, que va dispensando consuelo y esperanza. También se recibe aliento de la propia piedad ante los otros enfermos, especialmente un niño. Pero la verdadera esperanza es interior, arranca del examen de conciencia y de la memoria de una vida que ha tenido muchos momentos de contemplación y felicidad. Se desvela hermosa y lentamente en el poema.
Estos pocos versos querrían funcionar como fractales que permitan adivinar el conjunto del poema:
Yo me he sentado al filo de mi vida y mi muerte
dejando el antebrazo disponible.
*
Rodillas tristemente ilesas. [Las de un niño enfermo.]
*
[Un doctor musita palabras de consuelo, pero abre los ojos y no hay nadie] ¿Y quién se fía ahora de un fantasma?
*
¿de los días en que quizás fui joven,
del tiempo que pasó y ahora me duele?
*
Las nubes, que están hechas de obediencia.
*
Con dos ojos que han visto el mar y los colores,
los pinos y el acorde casual de unos delfines.
*
Seguiremos hablando debajo de la tierra.
*
Celebro
la suerte de haber sido el huésped de la vida.
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un cuerpo
es joven cuando es joven su alegría
*
Una luz que me engendra a cada paso