Rafael Benítez Toledano (Jerez de la Frontera, 1961) es el último bohemio. Autor de un puñado de poemas exquisitos, que vieron la luz en pequeñas antologías de los años ochenta, apenas ha publicado después alguna obra humorística y una recopilación de los poemas de antaño. Ahora hace lo propio con la prosa, y reúne en Prosas catetas (Canto y cuento, 2023) sus artículos y notas en la prensa local.

Predomina, como advierte el título, el tono provinciano, muy centrado en Jerez, su paisaje y, sobre todo, sus gentes. También hace incursiones  en Cádiz capital, y en Rota. Es el triángulo de su geografía.

El tono también es menor a conciencia, pero la emoción no. A veces deja ver al poeta que es, como en un poema ante la tumba de su madre, que murió muy joven, que termina: «y estoy yo que no sé cómo acusarte/ de mi vida y tu muerte al mismo tiempo». Más lúdico, pero igual de verdadero, es un soneto asonantado a las viejas amistades. Con más frecuencia usa la poesía para el humor, como este epitafio preventivo a un caballero de Jerez: «Aquí yace un británico postizo/ de bufete ambulante, deportista/ inmóvil, genio, gran rentista,/ que del paseo con perro hizo un oficio». Nos informa de cuál es el deporte inmóvil: «Gran amante de los deportes de riesgo, se decantó por el croquet»

Medio en broma, medio en serio, hace un retrato al natural de Jerez, ciudad o pueblo que se debate «entre la soberbia y la desgana». Del Jerez de hoy y del de ayer. Como Benítez Toledano es un poco mayor que yo, pero de la misma quinta, se encuentra en una situación inmejorable para acordarse de cosas que yo sólo tenía en la nebulosa, como los patitos amarillos que vendían en la puerta de los supermercados o la afición de nuestras tatas por los posters de «Los Pecos». Me ha regalado mi memoria. También hay misterios en el Jerez de hoy: «Me gustaría saber de dónde nos viene esta afición por los bares estrechos».

Benítez Toledano tiene don inigualable para abocetar la anécdota: «Hace algunos años en Utrera, me sentaron junto a Bernarda que no hacía más que decirme «sobrino, pongue `güisqui´, pero sin hielo que tengo la garganta cojía´»» O nos cuenta que se encuentra con un cabo de intervención de armas de la Guardia Civil, que les ilustra sobre un disco suyo a puntito de salir. Remata: «El título, Tú vas a cantar, acojona».

Leyendo Prosas catetas asombra la cantidad de dones que tiene Benítez Toledano, con lo que presume el hombre de no tener ninguno. Ya hemos hablado de la poesía, del retrato de Jerez y de la anécdota. Tiene el don de la amistad. Oírle hablar de sus amigos, con esa mezcla de chufla y ternura, emociona. También para sacarse su propio perfil (y no es una referencia a su nariz gongorina, que, en relación al apéndice, él se lo dice todo, Quevedo y Góngora en uno, cual Cyrano de Jereñac]. En sus prosas recrea a  su personaje (bastante real), que es el niño malote de familia bien, capaz de llevarse de miedo hasta con los buenecillos como yo.

Y eso que toca con su perfil todo lo que puede las narices (con perdón). En la bohemia, es de derechas; en Jerez, amante incondicional de Cádiz capital y escéptico de la mística equina; y, en el mundo cultereta que desdeña al deporte rey, es un madridista ferviente.

Por tanto, las limitaciones de Rafael Benítez Toledano son las que él mismo se pone, encantado de vivir, como dice, «en un mundo pequeño y nuestro», que es el hábitat de la felicidad. Pero esa dimensión menor no quita el pellizco de su prosa ni la verdad de su literatura. Lo que cuenta de Rafael de Paula se le puede aplicar a nuestro Rafael sin cambiar ni el nombre y apenas de arte: «No es cuestión de facultades; hay toreros que pueden dar treinta medias verónicas perfectas en una tarde y, sin embargo, una de Rafael no la vuelve a ver usted igual ni al propio Paula».

Un día, viendo paraísos naturales en los documentales, a Benítez Toledano le entraron ganas hasta de pecar para no tener que ir a ellos. Por lo que a él respecta, asegura, las Islas Galápago van a seguir la mar de vírgenes. Y afirma: «Seguro que tenemos, reuniendo felicidades, un edén prematuro al que acogernos en nuestro propio barrio». Esa lección de la felicidad en la propia casa, con los viejos amigos, a pesar de los derrotes que tira la vida, es la maravilla que, como quien no quiere la cosa, nos regala Rafael Benítez Toledado. Aquí, en cómodos plazos, un edén prematuro: