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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Felix culpa!

Lo genial de los errores es que te dan ocasión de corregirte, que es mucho mejor que hacer las cosas bien desde el principio. Así, en el primer barbero del Rey de Suecia, saltó un fallo. Yo había pedido a los editores que insertasen una ilustración de Luis Ruiz del Árbol para ilustrar (valga la cosa) su excelente trabajo. Con los nervios del estreno, se les pasó.

 

Lo que me da la oportunidad de hacerlo ahora por partida doble, arriba y aquí:

 

Demostrando que un error a tiempo, cuando se remedia, es una victoria. Además, como nos hemos desplazado de sección y estamos ahora en mi blogg, puedo contar una cosa más personal, que después tendrá que ver con las ilustraciones.

 

Siguiendo, ay, los dictados dictatoriales (valga la ídem) de mi vanidad, en cuanto abrí el libro y vi que hablaba de distintos títulos, busqué a ver si yo salía (oh, qué bien, sí) y qué se decía. Fui corriendo y me encontré que a mi libro Mal que bien  le tocaba sólo un haiku. Hablaba de un gorrión que se posa en el alfeizar y trae consuelo. Quedé un poco desconcertado. Luego, leyendo Aquí estuvo Kilroy, su emoción al envés, la lucha entrelíneas con la enfermedad, cuando llegué, desapercibidamente, tan concentrado como iba, de nuevo a «mi» página, descubrí lo muchísimo que significaba ese gorrión (que es mi pájaro poético, por otra parte, desde el principio) y el alfeizar y, sobre todo, el consuelo. Miguel Herranz había dicho de mi poesía lo más bonito que puede decirse casi de cualquiera. Mi vanidad quedó abochornada, pero desde arriba, elevándome, fíjense.

 

Con las ilustraciones de Ruiz del Árbol pasa exactamente igual. Aunque son tan hermosas por sí mismas, cuando se leen desde el libro, se entienden mucho mejor. Ese papel cuadriculado de trabajo casi escolar y esas huellas dactilares de la vida íntima que deja huella (valga la nueva redundancia) se retroalimentan y la belleza resultante es más emocionante, porque es verdadera, resistente y difusiva. En esa belleza confluyen el libro que leyó Miguel Herranz, la emoción que transmitió, la vida que sostuvo o inspiró y la que siente el lector de Herranz, representado por elevación por Luis Ruiz del Árbol. La aparente pobreza monocromática y técnica deviene en una riqueza mayor, en una emoción perdurable y encarnada.

 

 

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