Sólo los libros son capaces de evocar el esplendor de los viajes, transportarnos a los frescos de la Costa azul representados en muchachas recolectando limones en Hyères, oler las sábanas tendidas impregnadas en jabón de Marsella, recordar los paisajes color pastel de Boucher o Fragonard. Si el autor así se lo propone, no es difícil imaginar a Boy Capel y Coco Chanel bailando un foxtrot por las calles empedradas de Saint Tropez, Cannes, Niza o Cap Ferrat. Como todas las cosas, la Costa Azul no es lo que era, Paul Poiret ya no viste a la dolce vita de rosa, ni Madame Vachon envuelve a Wallis Simpson con sus pañuelos inspirados en las viejas maderas claveteadas de las puertas nizardas. Entonces, los momentos de felicidad podían durar una eternidad, cuando la vigilia aún no se había hecho presente y Scott y Zelda Fitzgerald tenían un futuro plagado de rosas en lugar de espinas.
La Costa Azul se convirtió en refugio de Reyes y aristócratas, artistas y advenedizos, diseñadores y príncipes rusos, amantes y diseñadores, polistas y ricas herederas que olvidaban los males del siglo acunados por la brisa del mar y el rumor de las glicinas. En Leer por leer os proponemos que os subáis a este Train Bleu literario que os conducirá de Hyères a Villefranche a través de campos de lavanda.
«Desde que existen los ferrocarriles- escribió Proust en Sodoma y Gomorra-, la necesidad de no perder el tren nos ha enseñado a tener en cuenta los minutos», gracias a Dios en este mundo coronavírico nuestro tren ficticio no nos obliga a mirar el reloj. Podemos afrontar las interminables jornadas caseras como la oportunidad de adentrarnos en los decadentes paisajes de Antibes, imaginar Cannes antes de su hortera festival marbellí y Mónaco más allá del casino y los nuevos oligarcas. Nos fijaremos en la Costa Azul de Antón Chéjov, Stefan Zweig y Coco Chanel; pasando por Guy de Maupassant, Friedrich Nietzsche, Pablo Picasso, Alma Mahler, Aldous Huxley, Katherine Mansfield, Walter Benjamin, Somerset Maugham o Vladimir Nabokov y visitaremos a Hemingway en Villa Paquita y a Fitzgerald en Villa Saint Louis. ¡Viajeros al tren!
La novela de la Costa Azul de Giuseppe Scaraffia:
Durante siglos, la Costa Azul no fue más que una costa cualquiera, un lugar donde embarcarse o desembarcar, al que Napoleón tenía especial estima. De hecho, a finales del siglo XVIII los ingleses residentes en Niza eran sólo cincuenta y siete. Sin embargo, ya a principios del XX, Jean Lorrain escribía: «Todos los chalados del mundo se dan cita aquí, Vienen de Rusia, de América, del África austral. Menudo ramillete de príncipes y princesas, marqueses y duques, verdaderos o falsos. Reyes con hambre y exreinas sin un duro. Los matrimonios prohibidos, las examantes de los emperadores, todo el catálogo disponible de exfavoritas, de crupieres casados con millonarias americanas. Todos, todos están aquí». Sorprendentemente para la mayoría de escritores y artistas, la Costa Azul representaba justamente lo contrario: un lugar de retiro, de soledad, de creación, de reflexión; un sitio donde poder descansar de los excesos de la gran ciudad. -La Costa-, decía Cocteau, -es el invernadero donde despuntan las raíces; París es la tienda donde se venden las flores.-
Todavía hoy, esa mítica postal paradisiaca no sólo nos recuerda los anuncios más sofisticados de Martini o Campari, sino también a la elegante comodidad del pantalón palazzo con alpargatas (inspiradas éstas, al igual que las camisetas a rayas y el gorrito blanco, en la indumentaria de los marineros y pescadores de la zona) y que vimos lucir a la propia Jacqueline Kennedy en su escapada con sus amigas- Los cisnes de Truman Capote– y con el Avvocato- Gianni Agnelli.
En ese mismo imaginario, la juventud -disipada y brillante- de Françoise Sagan y Brigitte Bardot se impone en ocasiones sobre el recuerdo de Simone de Beauvoir y sus amantes o sobre la Marlene Dietrich que leía allí mismo las novelas de su vecino Thomas Mann. Georges Simenon,- (aquí hablamos de él)- con su infalible perspicacia, retrató a la perfección qué era en su época la Costa Azul: «Un largo bulevar que empieza en Cannes y acaba en Menton; un bulevar de sesenta kilómetros flanqueado por villas, casinos y lujosos hoteles». El resto aparecía en cualquier folleto publicitario: el sol, el célebre mar azul, la montaña; los naranjos, mimosas, palmeras y pinos. Sus pistas de tenis y campos de golf; sus abarrotados restaurantes, bares y salones de té. Sin duda este certero retrato de Scaraffia se convierte en la primera parada de nuestra travesía.
Suave es la noche de F. Scott Fitzgerald:
Él escribía y ella se dejaba escribir. Él ponía la creatividad y ella la esquizofrenia. Ella se entretenía con un piloto americano mientras él mataba las horas en compañía de su botella. Cuando Scott descubrió la infidelidad- una noche de juerga mientras regresaban por la peligrosa carretera de la costa- ella se bajó del coche en una curva peligrosa con la excusa de fumarse un cigarro y tomar el aire, se zambulló desde los arrecifes (a más de 10 metros de altura) retando al niño prodigio a seguirla. Era el principio del fin del matrimonio, que seguiría de catástrofe en catástrofe hasta acabar loca ella y arruinado él. Aunque en Suave es la noche, novela menos famosa pero infinitamente mejor que El gran Gatsby, no nos cuenten nada de esto, ya todo lo intuimos. Es difícil no vaticinar el fin de Zelda- murió en un incendio en el asilo de alienados en el que estaba interna-. Una decadencia autodestructiva regada de alcohol y desenfreno, fiestas y accidentes de coche, pasión, infidelidad y broncas en el escenario más envidiable que pueda imaginarse: la Costa azul en los locos años 20.
Celeste 65 de José C. Vales:
Niza, años 60, Los Beatles tocan en el Palacio de Exposiciones de la ciudad francesa, Brigitte Bardot ya es una actriz madura pero acaba de rodar Viva María! que se proyectará en otoño, France Gall ha ganado Eurovisión con Poupée de cire, poupée de son que es un clásico del pop europeo… . A pocos kilómetros de allí Grace Kelly, reina en su trono inventado y es protagonista del papel couché. Linton Blint, un hombre con una vida gris, amargado por su falta de carácter y maltratado por su familia, se ve obligado a huir de Inglaterra. Aunque siente terror por un mundo del que desconfía y que desconoce (la modernidad), llega a la ciudad de Niza, en la Riviera francesa, donde asiste con asombro a todo el brillo y el fulgor del verano en una de las ciudades más glamurosas del mundo, rodeado de música pop, rabiosísima moda y estrellas de cine. Una vez allí se hospedará en el famoso hotel Negresco donde nadie es quién dice ser, en un entramado de intrigas, conspiraciones y mentiras y sin saber muy bien cómo acaba envuelto en una intriga delirante donde se mezclan las locuras de los años 60 con los conflictos políticos a gran escala que también caracterizaron esa época. Enredado en una cruel tela de araña criminal, Linton tendrá que superar sus miedos y su apocamiento para convertirse en un héroe, tanto en el amor, como en la brillante sociedad nizarda.
El esnobismo de las golondrinas de Mauricio Wiesenthal:
Este Bildungsroman es una joya literaria a la que siempre acudir cuando se quiere rememorar tiempos pasados, viajes en Orient Express, alojamientos en fastuosos hoteles, Imperios depuestos y placeres extintos. Mauricio Wiesenthal, autor español de origen alemán, recorre en sus más 1100 páginas kilómetros de la vieja Europa, de Viena a Versalles, de Sevilla a a Londres. Una novela de viajes cuajada de anécdotas, apuntes históricos de lugares y personajes. Wiesenthal nos propone descubrir los hitos de nuestra cultura con una sonrisa esnob en los labios, que permanece en los zocos de Marruecos y bordeando los canales de Estocolmo. Una odisea narrativa que dedica su capítulo a la Costa Azul y que se convierte en manual imprenscindible de todos aquellos que sientan fascinación por el pasado. Ése que fue barrido por las cenizas de la gran guerra.
Las mil y dos noches de Carole Geneix:
Ambientado en París pero plagado de los personajes que hemos conocido en los anteriores títulos este thriller de Carole Geneix forma parte imprescindible de esta lista como colofón a ese mundo ya perdido que tan bien ha quedado retratado por los grandes artistas del siglo XX. En París, el mundialmente reputado modisto parisino Paul Poiret prepara la fiesta del siglo. La quintaesencia del lujo y la excentricidad escogida personalmente por la mano experta de Poiret, que selecciona brocados y terciopelos, diamantes y estolas de seda, chinelas con plumas de pavo real para su gran noche circense, con estatuas humanas, hadas, bailarinas y faquires. Allí está citada la alta sociedad al completo para asistir a la última creación del genio: su línea de perfumes inspirada en Las mil y una noches. Sin embargo, algo le ocurrirá a una de las invitadas, la condesa rusa Svetlana Slasvskaya y su adorado secretario personal, el judío huido de los bolcheviques Dimia, convirtiendo la fastuosa velada en un trepidante thriller sólo posible en la Belle Époque.