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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Zorros y liebres

[Releyendo mis artículos antiguos para «una cosa» veo que éste no me cabe en el «esa cosa», pero me da pena que se pierda como lágrimas en la lluvia. Lo traigo aquí para darle, al menos, otra carrera.]

Tuve la suerte de volver a «Salto al cielo», que es una finca preciosa de la campiña jerezana. Desde muy lejos, entre el verde brillante, ondulante y cinematográfico del trigo nuevo, se ve la alta cúpula de la capilla. No puedo enfilar esa carretera comarcal sin que el corazón me dé un vuelco con el recuerdo de Retorno a Brideshead, la gran novela de Evelyn Waugh. Brideshead era la casa de campo de los Flyte, y también tenía una iglesia y una cúpula que se veía, de golpe, a una vuelta del camino. El nombre “Brideshead” porta neblinosas resonancias religiosas, que, a la luz de Jerez, se vuelven más claras. «Salto al cielo» se llama la de aquí porque fue la casa donde se retiraban los cartujos enfermos, preparándose para morir, según reza la leyenda.

Resulta admirable lo bien que se venden los ingleses. No hay una literatura española sobre nuestras casas de campo y sus familias comparable a la suya, incesante. Tenemos la redonda novelita Historia de una finca de los hermanos De las Cuevas y poco más. También el gentleman tiene mejor marketing que el hidalgo, incomprensiblemente. Lo que me recordó que hace tiempo que quería escribir sobre nuestros galgos y nuestras liebres.

Un filósofo del empaque de sir Roger Scruton nos dio una hora de clase para explicar desde la metafísica la razón de ser de la caza del zorro, a la que ha dedicado, además, un libro. De hecho, nos confesó, con la humildad que le caracteriza, que ese libro es la mejor explicación de Heidegger que existe. La clave de la caza del zorro está en que el hombre no es quien lo mata. Apenas cuida del instinto de perros y caballos, y asiste luego como espectador. La escopeta es una intromisión en la naturaleza.

Esa misma limpieza cinegética se da cuando se corren liebres a la española. Incluso más. Porque los galgos van en colleras, sin refugiarse en la demagogia de la jauría, y tienen que ser muy respetuosos con el fair play (uso el anglicismo con ironía). Además, la liebre, en el caso de ser cazada, muere instantáneamente, sin el final atroz del zorro. El español ya sabía todo esto, y así lo cantaba en un fandango que vale tanto como un ensayo heideggeriano:

Perdón…,

no tiene perdón de Dios

quien pega un tiro a una liebre.

Una liebre se avasalla

con dos galgos acolleraos

y, si se va, que se vaya…

Los españoles tendríamos que aprender a vendernos mejor. O no, que también tiene su encanto esconder los encantos y dejar que nos los descubran al sesgo, tras entender los de los otros. Y si se van, que se vayan.

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