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LO LEÍDO
y lo liado
un blog de enrique garcía-maiquez

Zen por zen sin zen

No se me podría acusar de falta de interés por Byung-Chul Han, al que he dedicado varias reseñas elogiosas; pero por su budismo zen he transcurrido entre el anonadamiento, el pasmo y la franca risa.

 

Con la conciencia tranquila, además, porque Byung-Chul Han defiende que no hay conciencia o que hay no conciencia o no algo, además del prestigio de la inefabilidad («Ante la pregunta «¿qué es…?», los maestros zen reaccionan no pocas veces con golpes de bastón. Donde son impotentes las palabras, se usan también fuertes gritos»). También nos incita a la risa rayana en el cachondeo: «La «risa fuerte» es máxima expresión del «ser libre». Apunta a un desprendimiento del espíritu (…) Yaeshan se ríe de todo deseo, de toda aspiración, de toda adherencia, de toda rigidez y de toda obstinación, se libera para una apertura sin barreras, que no está limitada o impedida por nada. Relaja su corazón con la risa. La risa «vacía su corazón de ataduras». La risa poderosa brota del espíritu al que se le han quitado los límites, del espíritu que ha sido vaciado y desinteriorizado». Así que bien, ¡ja, ja, ja!

 

Lo que no quiere decir que no recomiende este libro. De hecho, me ha dado un chute de moral para mis arroces. Nos cuenta que «se cuenta que Chôkei Daian (Chanqing Daan), maestro zen, durante treinta años no hizo más que comer arroz. A la pregunta de «cuál es la indicación más urgente», respondió Yunmen, maestro zen: «¡Come!». ¿Qué palabra contendría más inmanencia que «come»? El sentido profundo de «¡come!» sería la «profunda inmanencia»».

 

Me han gustado mucho sobre todo los poemas que cita. Como esta canción que tanto recuerda el «something bright in all» de nuestro querido Stevenson:

 

Cien flores en primavera, en otoño la luna,

un viento más frío en verano, nieve en invierno.

Si nada inútil al espíritu se adhiere,

seguro que para los hombres es un buen tiempo.

 

Este lema extraordinario en defensa de la rutina me entusiasma y, por sí sólo, compensaría la lectura del libro: «Día tras día es un buen día» [Bi-yûn-lu].

 

A cambio he conseguido una perfecta indiferencia zen hacia el budismo. Zen por Zen sin Zen. No termino de creerme (o de entender) tanto nudismo del yo. Sobre todo por sus efectos prácticos: ¡cuánto hablan del yo para negarlo a todas horas! Un egocéntrico le dedica menos tiempo.

 

Tampoco acabo de ver la ausencia del yo tan clara como dicen. Cita Byung-Chul Han este precioso haiku de Bashô como ejemplo del yo disuelto en la :

 

Agotado por el viaje…

en lugar de buscar un albergue—

¡Mira ahí: las glicinias!

 

Pero yo —pobre occidental quizá— veo que la clave poética está en el yo derrengado y en esa experiencia tan común de que, estando uno hecho polvo, puede encontrar reposo muy puro en una contemplación estética muy intensa, en vez de hacer lo más urgente y práctico. Quien lo probó lo sabe. Encima, el poeta está felizmente acompañado por alguien a quien invita a contemplar las glicinias. Por ejemplo, yo [con perdón de la palabra y el concepto].

 

Tras tanta palabrería sobre el silencio y la anti-ontología del haiku, ya no pude más y me arranqué por soleá:

 

No tiene la soleá

esa mística del haiku.

Pero gracia tiene más.

 

Aunque no niego que esté siendo injusto con Bashô e Issa y los demás maestros, tan graciosos a menudo. Quizá la soleá sólo se la merece Byung-Chul Han.

 

 

 

 

 

 

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