Preparo una charla sobre José Jiménez Lozano. Disfruto releyendo su poesía y su prosa. Pero me doy de bruces con un poema que quizá intenta ser consolador, pero que me entristece:
PREGUNTA
Si el humo de Auschwitz,
y el infierno de Kolymá,
no cegó la luz del mundo,
ni acalló a la alondra
¿qué esperan
conseguir los verdugos?
La inutilidad de tanta maldad, en vez de animarme, me suma en la perplejidad y la rabia. Sé que me equivoco pero, al utilitarista que hay en mí, le solivianta que el sacrificio de tantos inocentes fuese (y sea, porque sigue habiendo inocentes y verdugos) tan estúpido y para nada.
Y así me estoy un rato, triste y enfadado conmigo mismo por pensar tan tontamente que si algo le saliese bien al mal sería menos dura la suerte de las víctimas, hasta que un poema enorme de dos versos me consuela del todo.
LA ROSA
Llegó la nieve,
la rosa blanca, cuando ya no hay rosas.